Fernando Savater: «Los que presumen de pensar lo mismo que a los 18, en realidad no piensan»
Hablamos con el filósofo y escritor de política, bares, terrorismo y del valor de elegir: «En España está mal visto cambiar de opinión», lamenta
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Fernando Savater publicó «Convencido», una columna irrevocable sobre las elecciones a la Comunidad de Madrid, en «El País». Sus palabras reventaron los chismógrafos. «Nunca he votado al PP y me cuesta», escribía el filósofo «pero esta vez será a Isabel Díaz Ayuso». Tembló el misterio. Fue acusado de infiel, de desleal, de facha. Nada que impresione a un hombre encarcelado por su militancia política antifranquista al que luego, ya en democracia, siguió el rastro el áspid del terror. Autor de decenas de libros memorables, de miles de artículos esenciales. Amó, comió y bebió sin perder la elegancia ni la alegría. Gasta Savater un bienhumorado fastidio con los sectarios, un indisimulado desdén por los fanáticos y una impaciencia radical con los imbéciles. Hablamos de política y de bares, del terrorismo y del infierno, del valor de elegir, de señoritos, mentiras y balas.
«A la gente que dice que qué horror, que me he pasado al fascismo, no hay que darle mucha importancia. Me sorprende, en cambio, que a los que el artículo les pareció bien no lo elogien por bien argumentado, o por original, sino porque lo consideran valiente. ¿Valiente? Hubo momentos en que sí te arriesgabas: cuando podían pegarte un tiro. ¿Valiente hoy decir que una candidata de derechas es tan demócrata y decente como los candidatos de izquierdas, o bastante más, incluso, que algunos? Consideran valor lo que sería sentido común y cordura».
El diagnóstico va más allá de lo anecdótico. La causa profunda tiene que ver con la pretensión de romper los pactos del 78, que serían ilegítimos. «Esos consensos hoy parecerían concesiones al fascismo. No exagero. En un momento de esta campaña nos decían que se enfrentaban la democracia y el fascismo. En la Constitución española caben todos, desde la extrema derecha a la extrema izquierda. Siempre que no vayan explícitamente contra la unidad del país. O contra los derechos de los ciudadanos. Ni Santiago Abascal ni Pedro Sánchez violan en sus planteamientos los derechos constitucionales».
Más allá del grano grueso de los antifascistas, quedaban las explicaciones de los hermeneutas. «Yo estoy disfrutando muchísimo con ellas», explica Savater, «escucho a los periodistas y los tertulianos diciendo que ha sido una cosa surrealista, risible, esperpéntica. Lo lógico es votar a un señor cuyas mentiras ya no se cuentan por cientos sino por miles, aliado con fuerzas que hasta ayer el mismo decía que no le dejarían dormir, desde los bolivarianos a los que apoyan el terrorismo y a los partidos catalanes, convertidos en imprescindibles después de amenazar la estructura del país, votar a esa gente, y a genios de la improvisación intelectual como Carmen Calvo, no tiene nada de ridículo o grotesco. Es lo decente. Y, en cambio, votar a Isabel Díaz Ayuso es patético». De ahí a la tabernidad de Tezanos, un paso. «Un detalle al respecto», dice, «que yo sólo he visto destacado en un artículo de Rafa Latorre, las bromas sobre los bares, los berberechos, las cañas. Como en el fondo son unos señoritos para ellos los bares son los lugares donde toman el aperitivo. Ni imaginan que puedan ser el lugar de trabajo de otras personas. Los chistes sobre lo tabernario revelan la miseria moral de unos señores que estudian la política y no entienden que los bares, y en general los pequeños negocios son la base de las ciudades. Porque esto no iba de tomar copas, sino de servirlas».
Ayuso, un emblema político
Quien sabe si la deriva reaccionaria de la izquierda, que arranca en lo posmoderno, lo antiilustrado y anticientífico, y sigue luego por lo identitario, no ha degenerado hasta desembocar también en posturas clasistas. Savater sonríe. Recuerda unas frases de Mónica García, candidata de Más Madrid. «Tras la victoria de Ayuso prometía a los madrileños que volverían para darles otro gobierno. Asombroso. ¿Los madrileños quiénes son? ¿Unos tipos escondidos detrás de los votantes madrileños? ¿Una gente que está deseando que usted nos salve de lo que la abrumadora mayoría ha elegido? ¡Qué petulancia tan ridícula!». «Mientras tanto -añade-, «la risible fue la que construyó dos hospitales, la que trajo aviones cargados de material sanitario, la que ha logrado equilibrar la lucha contra la pandemia y la economía, ella es ridícula y no un señor que no ha hecho otra cosa en su vida excepto decir tonterías y que no pisó una residencia aunque era su obligación profesional e institucional». Menciona a Ángel Gabilondo. Se aquieta entonces la pasión sonriente, la indignación con un punto siempre jovial. «Lo he sentido», cabecea. «Es una persona honrada e inteligente, que se ha dejado atrapar en una tela de araña, en parte por su culpa, pero ha sido sido maltratado».
Cree que «en España está muy mal visto cambiar de opinión. Te acusan por decir cosas contrarias a las que decías hace años sin reparar en que eres un ser pensante. Les da igual que durante ese tiempo has vivido. Has leído libros. Has viajado. Has conocido a gente. Las personas que no cambian nunca, que pasan por la vida sin cambiar y que presumen de que piensan lo mismo que cuando tenían 18 años, en realidad no piensan, ni con 18 ni ahora. Se le metía una idea en la cabeza, como una mosca que se queda zumbando dentro, y la confunde con una idea. Pero era una mosca. Han perdido por completo el sentido racional de la política y lo han convertido en un asunto religioso». A estas alturas de la charla, más que conversar, el escritor ametralla. Los pensamientos, las teorías, pero también las invectivas, los chistes y las anécdotas con tuétano que dispara Savater vuelan en todas las direcciones. «Decía Bertrand Russell que había dedicado su vida a las matemáticas y la lógica, que son cuestiones de alguna forma fuera del tiempo, a la política, evidentemente histérica. Nadie le reprochaba que hubiera evolucionado en sus planteamientos de matemáticas o lógica, al contrario, alababan su flexibilidad. En cambio, en lo político, lo histórico, donde lo lógico es cambiar, lo criticaban».
Hablamos de la moderación. «¿Cuándo se dice que un partido de derechas se modera o se centra? Cuando hace concesiones a la izquierda. Cuando deja de ser de derechas. En cambio la izquierda tiene derecho a ser firme en sus principios. Cuando estás en la verdad, ¿por qué vas a cambiar?».
Hablamos también del manifiesto de los años infernales. «Mi casa, en Madrid, está al lado de unos jardines llamados Gegrorio Ordóñez. Lo mataron en un bar, cuando yo estaba en el paraíso de San Sebastián. Pero en el infierno madrileño ahora hay un parque con su nombre, cosa que no sucede en San Sebastián. Le toca a uno de forma personal que hablen de un infierno. ¿Infierno? Más bien el limbo. Donde vivieron la mayoría de los intelectuales de este país frente al terrorismo. En un limbo con premios, con cargos, con honores, con subvenciones y pagas. Y ahora nos dicen que han vivido en el infierno». El manifiesto sostiene que nos jugamos la democracia y la libertad. «Cuando le montaron el pollo en la Complutense a Rosa Díaz», recuerda, «por allí iban otros oradores, más o menos conservadores, más o menos de derechas. Aunque no los recibían con simpatía tampoco les hacían escraches. A Rosa, que era una socialista, le montan el escrache porque estaba frente a los etarras y a favor de la unidad de España. Por eso era facha. Por eso la agresividad. Por defender la comunidad política de ciudadanos contra las pretensiones de los separatistas». «Díaz Ayuso ha ganado por su gestión... y por algo más: la gente está harta de la izquierda. Harta de sus mentiras y su arrogancia. Ayuso se ha convertido en un emblema contra todo eso».