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Corrida de toros en Valdemorillo. Daniel Luque, López Simón y Álvaro Lorenzo, frente a los herrados de Montalvo.

La resistencia subversiva de la tauromaquia

El acoso político a los toros vuelve en el arranque de la temporada durante la campaña electoral en Madrid: es el enésimo ataque a la libertad

Días de uniformidad buenista, tardes de sentimentalismo blandiblú. No existe hoy mayor provocación que el toro en el albero. Manuel Chaves Nogales, nieto de pintor taurino, hijo del periodista que escribió en «El Liberal», «La Lidia» y «El Arte Taurino», decía en su «Juan Belmonte, matador de toros» que «se torea como se es. Esto es lo importante. Que la íntima emoción traspase el juego de la lidia. Que al torero, cuando termine la faena, se le salten las lágrimas o tenga esa sonrisa de beatitud, de plenitud espiritual que el hombre siente cada vez que el ejercicio de su arte, por ínfimo y humilde que sea, le hace sentir el aletazo de la Divinidad».

La tauromaquia recibe en los medios un trato infamante mientras sufre bajo el allanamiento de la vida que trajo el Covid-19. Los toros son polémicos y prodigiosos. Ásperos, evocadores, violentos. Sublimación de la gloria y el miedo, están dotados de una potencia expresiva que los liga con los ritos más ancestrales y el arte a dentelladas, que muerde duro y hondo. Una España sin toros cortocircuitaría el cableado que conduce del Minotauro a Goya, del rey Gerión, que «tuvo rebaños de toros y vacas en la península ibérica» (José María de Cossío) a Picasso, de Lorca a Bergamín, Arroyo, Barceló, Sabina, Almodóvar, Gabinete Caligari y Los Rodríguez.

Para hablar de tauromaquia, de su presente en zozobra, del futuro en sol y sombra, citamos a Victorino Martín García, presidente de la Fundación Toro de Lidia, ganadero y veterinario, a Chapu Apaolaza, periodista y portavoz de la Fundación Toro de Lidia, y al cineasta Javier Rioyo, que dirige el Instituto Cervantes en Tánger.

–Rebeca Argudo: Pablo Iglesias anunció su intención de retirar todas las ayudas a la tauromaquia y cerrar el Centro de Asuntos Taurinos si llega a la presidencia de la Comunidad.

–Chapu Apaolaza: Las declaraciones de Iglesias se encuadran en ese deseo de Podemos de acabar con los toros. Volvemos al debate de la censura presupuestaria. La importancia del toro hoy en día ya no es solo económica, social y cultural, lo es también como barrera frente a esa censura. La cultura no puede depender de que quien llegue al poder lo haga trazando una línea entre lo que es decente y lo que no lo es según sus sensibilidades. Adelanta un futuro inquietante en el que, de nuevo, el dirigente va a decidir lo que el pueblo puede ver o leer.

–Julio Valdeón: ¿Cómo defender que la Fiesta es cultura?

–Ch. A.: Una vez me dijo Arcadi Espada: «Me niego a defender los toros como me niego a defender a Lorca». Uno no defiende los libros, es innecesario explicar las bondades de la literatura.

«La tradición te permite saber de dónde vienes, a dónde perteneces. Y eso no se manipula», dice Victorino Martín García

–Javier Rioyo: Poner en duda que la tauromaquia es cultura demuestra una ignorancia manifiesta sobre lo que es España y lo que han sido sus mitos, sus ritos y su cultura: Ortega, Bergamín, Lorca, Chaves Nogales, Pinillos... La fiesta pertenece a la esencia de lo español desde hace siglos, al sentir y al disfrutar de un país. Ahora mismo en Málaga se pueden contemplar en el Museo Picasso dos maravillosos cuadros de Miquel Barceló, homenaje a la tauromaquia, que hacen referencia a Picasso, y Picasso hacía referencia a Goya. Imaginemos que al arte español le quitamos la tauromaquia. Le estaríamos quitando una parte esencial de su expresión en el arte, en la música, en la literatura, en la poesía… Somos también lo que hemos hecho.

–R. A.: Quizá los jóvenes se sienten más despegados de la Fiesta, y es posible que ante ese desconocimiento calen fácilmente consignas simplistas sobre el sufrimiento del animal y el sadismo del hombre.

–Victorino Martín García: Quien ama la tauromaquia ama al toro y lo respeta tanto que hace del comportamiento del animal en la plaza un patrón de conducta en la vida, consciente o no: el toro bravo siempre va para adelante, no rehuye el castigo, no se queja, pelea hasta el final y muere con la boca cerrada.

–Ch. A.: Puede parecer que los jóvenes no van a los toros, pero la encuesta de hábitos culturales del Ministerio de Cultura indica que la asistencia a estos espectáculos de aficionados jóvenes se ha incrementado. Muchos acuden como iban antes a ver productos contraculturales. Antes compraban punk y, ahora, el abono joven de San Isidro.

–V. M.: Las televisiones pierden fuerza entre los jóvenes, cada vez más buscan la información en plataformas digitales y redes sociales. Hay un repunte de su interés hacia el mundo del toro. Hemos sufrido un trato discriminatorio en los medios, se nos ha invisibilizado desde hace décadas. El rito sacrificial del toro era el principal espectáculo de masas en España cuando aparece la televisión, en los años 50, por delante del fútbol, pero, al contrario que él, se envuelve en su autocomplacencia y no es capaz de aprovechar los nuevos medios. A eso hay que sumar la aparición de la corriente antitaurina. Aun así, sigue siendo uno de los principales espectáculos de masas, y la afición al toro llega más allá de nuestras fronteras. Hay aficionados y peñas en EE UU, Inglaterra, Alemania, Suecia, Bélgica, Italia...

«Muchos jóvenes acuden a los toros como iban antes a ver productos contraculturales», afirma Chapu Apaolaza

–J. R.: Los aficionados llevamos tiempo teniendo que buscar por nuestros medios la información. No esperamos demasiado. Ni ayudas, ni atención, independientemente de quién gobierne. El discurso antitaurino ha ganado una batalla, la de la mayoría. Pero ahí está la importancia de las inmensas minorías. Estas pueden seguir manteniendo la afición, las plazas, el arte, las ganaderías. Debemos tirar de nuestra voluntad y nuestra defensa de un bien cultural, social, vital y emocional para que no nos sea arrebatado.

–J. V.: Hay público para que la fiesta resista, solo hay que ver los llenos en Las Ventas, pero con un año de pandemia, sin apenas ayudas institucionales y sin espectáculos presenciales, añadimos una nueva dificultad a una situación ya trágica.

–V. M. G.: la pandemia ha sido un hecho dramático. Es una tragedia humana. Luego ya viene la tragedia económica, que afecta a toda la sociedad, tardaremos años en recuperarnos. Y el mundo del toro, por sus especiales características, se ve muy afectado. Sin ayudas casi, sin ingresos por no poder celebrar eventos que son masivos y presenciales, sin posibilidad ninguna de detener la actividad en ganaderías, pues los animales siguen precisando cuidados y atenciones...

–Ch. A.: El toro es también emoción, es estar todos juntos, la fiesta mediterránea. Todo eso también ha sido descoyuntado por el virus y su noción de imperativa prudencia, que tiene que ser así. Ha sido demoledor.

–J. R.: En el pequeño pueblo de Castilla en el que estoy hay cerca una singular plaza de toros del siglo XVIII donde cada año se reúne el pueblo y los pueblos de alrededor. Es la gran fiesta. Se convoca la alegría y la esperanza en una buena tarde alrededor de los toros. Hay que tener una mirada amplia de lo que es la Fiesta y cuidarla desde lo pequeño.

–R. A.: Parece que, hoy en día, lo que huela a tradición debe ser atacado: sea la familia, los lazos, las raíces, los ritos. Los toros reúnen todo eso.

–V. M. G.: La globalización imparable. Sin raíces, sin referencias, consumista, somos manipulables. La tradición te permite saber de dónde vienes, a dónde perteneces. Acabar con las raíces y las tradiciones forma parte de la estrategia globalizadora.

–Ch. A.: Hay un pecado original en todas estas nuevas religiones laicas del ser occidental, una suerte de autoodio. La tauromaquia lo cuestiona de manera absolutamente radical. Tras asistir a los toros con Eduard Limónov, este exclamó entusiasmado: «This is not contemporary bullshit».

La industria del “mascotismo”, por Miguel Ángel Perera

La tauromaquia sufre en primera persona el proceso subrepticio de la construcción de una manera única de pensar, Del diseño de una sociedad que abandera mantras tras los que no hay reflexión. Impresiones contra conocimiento de la realidad. Nada es baladí ni casual, sino fruto del trabajo minuciosamente diseñado por grandes industrias del «mascotismo» –que no del animalismo, el animalismo es otra cosa– que multiplican sus beneficios mientras humanizan la vida animal. No la protegen, no la conservan, no la potencian: la humanizan. La alteran, la distorsionan, la caricaturizan. Nos la presentan al modo de los códigos sociales de lo políticamente correcto, aunque vaya contra la esencia de lo que un animal realmente es.
Pero, ¿cuánto se sabe de lo que representa el toro bravo, no ya en su valor histórico, cultural o antropológico, sino en el ecológico? ¿Cuánto de la catástrofe natural sin reparo posible que supondría su desaparición para los ecosistemas de los que el toro es guardián? Por más que se presente solo como un lema, el toro bravo como hoy lo conocemos desaparecería si lo hiciera el ritual de su lidia en una plaza. No haría falta criarlo así. El toro bravo es fruto de un proceso de selección genética natural realizado por los ganaderos durante siglos que apenas necesitaría un puñado de años para desaparecer. Porque su manejo, por su carácter salvaje e indomable, es tremendamente más complejo que el de cualquier otro vacuno, y requiere de personal especializado. Su vida, tal cual es, precisa de grandes superficies de fincas y dehesas, ahora a su disposición, que no tienen que ser tan amplias cuando se trata de otros vacunos sin la cualidad de la bravura. No haría falta esa selección genética, ni aquellos que la manejan según sus características únicas, ni los espacios donde vive. Perdiéndose esos espacios desaparecería también el hábitat natural de cientos de especies animales que tienen su plena libertad donde el toro de lidia habita. La no irrupción del hombre mantiene intacto el ecosistema de la fauna que, probado está, ya ha desaparecido de otros espacios naturales de los que el hombre se ha apoderado. Lo mismo sucede con la flora que solo se encuentra ya en estas extensiones y donde dejó de vivir el toro bravo y se labró la tierra, donde se alteró en su génesis, se arrancó esa flora que sí se mantiene intacta en la dehesa. ¿Y alguien reflexiona sobre cómo yo, como torero, pongo cada tarde mi vida en juego por cumplir con la inquietud artística y vital, sí, que me mueve a dedicarme a ello, pero que, con mi sacrificio y el de todos mis compañeros, se mantiene viva también la vida del toro bravo como especie animal única y, con él, de todo lo que implica?
En tiempos de reivindicación de plenas libertades, no parece coherente querer imponer la desaparición de la tauromaquia. Más bien es intolerancia, antónimo de democracia y de libertad. Sería como querer derribar las catedrales del mundo porque no se crea en Dios.