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Los golpes británicos del Día D: Gold, Juno y Sword

Después de casi cinco años de guerra, el 6 de junio de 1944, el Ejército inglés regresaba a Francia para contribuir a la liberación del continente
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La Razón

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«Se luchó sangrientamente por toda la playa. A la derecha, los Winnipegs tuvieron que abrirse camino combatiendo más allá de cinco grandes búnkeres de hormigón y quince nidos de ametralladora situados entre la arena, que dominaban gran parte de la orilla. Avanzaron de duna en duna, por las trincheras alemanas y por los túneles. Batallaron intensamente por cada metro de terreno. Entraron en las casamatas, sacaron fuera a los artilleros con ametralladoras, granadas, bayonetas y cuchillos; se metieron en un fuego cruzado, les cayeron encima obuses y bombas de mortero, incluso dentro de las antiguas posiciones alemanas, pero siguieron progresando, palmo a palmo, contra el enemigo». Así narraría el corresponsal de guerra Ross Munro los primeros momentos del desembarco canadiense en la playa Juno, una de las tres asignadas a las fuerzas de la Commonwealth británica el 6 de junio de 1944.
No tan sangriento
Aunque no tan sangriento como el de los estadounidenses en la playa Omaha, el desembarco anglo-canadiense en Gold, Juno y Sword fue, en puntos concretos, muy cruento. Durante la jornada, algunos batallones perdieron más de un tercio de sus efectivos tratando de tomar los recintos fortificados alemanes. «El cabo J. Klos –narra el diario de guerra de los Royal Winnipeg Rifles, un batallón canadiense que desembarcó frente a Courseulles–, que había sido alcanzado en el estómago y en las piernas cuando abandonaba la lancha de asalto, consiguió avanzar hasta un nido de ametralladoras enemigo y matar a dos nazis antes de caer herido de muerte. Sus manos, aún agarradas a la garganta de su víctima, eran un espectáculo aterrador». Aquel día los canadienses de Juno no dieron cuartel. Muchos de ellos perdieron a amigos o familiares en el raid contra Dieppe de agosto de 1942, que había acabado en un sangriento desastre, y la orden del día fue la de luchar con fiereza y no tomar prisioneros.
Los británicos también tenían sus cuentas que saldar. Los hombres de la 3.ª División, que desembarcaron en Sword, habían conocido Francia en 1940 y tuvieron que evacuarla a toda prisa por Dunkerque. Desde entonces llevaban años entrenándose para volver y quedarse. Algo parecido sucedía con los de la 50.ª División de Infantería, destinada a la playa Gold, en el extremo oeste del frente de ataque, que no solo habían sufrido en el continente junto con sus compañeros, sino que además combatieron en África contra Rommel y en Italia contra Kesselring. Sin embargo, nada había preparado a aquellos endurecidos veteranos para lo que se les venía encima: «Dijeron “preparaos para desembarcar” y cogimos nuestras armas –recordaría el cabo Alan Carter, del 6.º Batallón de los Green Howards, que llegó a tierra frente a Ver-sur-Mer–. Uno de los sargentos agarró su subfusil Sten y, con el balanceo del barco, se disparó un tiro en la muñeca. Fue nuestra primera baja. La segunda era mi sargento. Estaba muy cargado, tropezó y se hundió bajo la lancha de asalto. Aquel fue su final».
Además de sus batallones de infantería, aquel día los británicos emplearon también tropas muy especializadas, los comandos, dotadas de un aura de extraordinario arrojo y eficacia. Liderados por jefes tan prestigiosos como Lord Lovat o Peter Young, aquellos hombres que desembarcaron en la segunda oleada aseguraron la localidad de Ouistreham y avanzaron profundamente tierra adentro para contactar con los paracaidistas que habían saltado durante la noche más allá del río Orne. Con ellos iban los únicos franceses que participaron en la Operación Overlord. Salir de las playas no lo fue todo aquel día, pues aún había que conquistar una cabeza de playa viable y, para ello, uno de los objetivos británicos era la ciudad de Caen. El soldado Berkeley Meredith, un conductor de carro de combate en el batallón del Staffordshire Yeomanry, recordó que «había unos cuantos infantes tirados sobre la carretera, delante nuestro, muertos. (...) Estábamos en el bosque de Lebisey y creo que fuimos la unidad que llegó más lejos de todo el Día D».
Lionel Knight, teniente en la misma unidad y jefe de carro, afirmaría que «si aquel día hubiéramos tenido otro regimiento de infantería, podríamos haberlo conseguido [alcanzar Caen], pero aquí estamos. Así es la guerra, ¿verdad?». Los británicos no solo fracasaron ante Caen, sino que tampoco eran la unidad que más había avanzado, ese honor recaería sobre los canadienses de la 9.ª Brigada, que acabaron la jornada en un pueblecito llamado Villons. Más allá se hallaba la abadía de Ardenne, donde iban a enfrentarse a muerte con el enemigo más peligroso hasta el momento, una división acorazada de las SS, pero sería el día 7.
Para saber más
Desperta Ferro
Historia Contemporánea n.º 45
68 páginas,
7 euros

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