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Historia

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La traición de Múnich: Checoslovaquia, condenada

¿Por qué Gran Bretaña y Francia entregaron Checoslovaquia a Hitler? El historiador P. E. Caquet da las claves de la firma del acuerdo en «Campanadas de traición»

foto de dominio publico Hace 80 años empezó la ocupación nazi de Checoslovaquia 15 de marzo de 1939 en Praga, foto: CRo Han pasado 80 años desde la ocupación de Bohemia y Moravia por la Alemania nazi. Las tropas alemanas entraron en el país el día 15 de marzo de 1939. A consecuencia de la ocupación murieron más de 100 000 personas de la resistencia y desapareció la mayoría de la población judía.
foto de dominio publico Hace 80 años empezó la ocupación nazi de Checoslovaquia 15 de marzo de 1939 en Praga, foto: CRo Han pasado 80 años desde la ocupación de Bohemia y Moravia por la Alemania nazi. Las tropas alemanas entraron en el país el día 15 de marzo de 1939. A consecuencia de la ocupación murieron más de 100 000 personas de la resistencia y desapareció la mayoría de la población judía.dominio publicodominio publico

Pasada la una de la madrugada del 30 de septiembre de 1938 se pusieron sobre la mesa de la Conferencia de Múnich los documentos a cerca del futuro de Checoslovaquia. Los firmaron Adolf Hitler y los primeros ministros de Gran Bretaña y Francia, Chamberlain y Daladier y, como árbitro de la reunión, Mussolini. Según lo escrito: «La región de los Sudetes, sin más precisiones, sería cedida al Reich. La ocupación empezaría el 1 de octubre y se prolongaría, zona tras zona, durante diez días. Hitler había conseguido todo lo que pedía. En poco más de una semana, Checoslovaquia ya no podría defenderse», así narra la mortal puñalada inferida por el Tercer Reich a Checoslovaquia, con la complicidad franco-británica y la complacida presencia italiana, el historiador P.E. Caquet, de la Universidad de Cambridge, un reputado conocedor de la historia de Europa Central, en su último libro: «Campanadas de traición. Como Gran Bretaña y Francia entregaron Checoslovaquia a Hitler» (Galaxia Gutenberg).

La Conferencia de Múnich, que anexionó los Sudetes a Alemania, eliminó con aquella firma las posibilidades checoslovacas de defenderse ante la agresividad nazi, pus las bases de su defensa frente a Alemania se hallaban, fundamentalmente, en esa región. La obra analiza minuciosamente el rápido proceso que condujo a la claudicación franco-británica frente a las exigencias de Hitler porque, como dijo el Premier británico Chamberlain mientras sonaban trompetas de guerra y antes de convertirse en alfombra de Hitler: «Es increíble, horrible, que tengamos que empezar a cavar trincheras y a ponernos máscaras antigás por culpa de una pelea en un país extraño».

El problema que sirvió como pretexto a Hitler para terminar con Checoslovaquia, controlar las regiones de Bohemia-Moravia y convertir Eslovaquia en un estado cliente, eran los Sudetes, abrupta región que ceñía Checoslovaquia en casi la totalidad de sus fronteras con Alemania, con una extensión de 25.000 kilómetros cuadrados y cuya población, 3,5 millones, era mayoritariamente de etnia y cultura alemanas. Los sudetes pretendieron inútilmente unirse a Alemania cuando, en 1919, Eslovaquia y los ducados de Bohemia y Moravia (que habían pertenecido al Imperio Austrohúngaro) formaron en 1919 la república Checoslovaca, pero el nacionalismo alemán no los olvidó: el programa fundacional del Partido nazi, de 1920, les tenía en cuenta cuando proponía «La unión de todos los alemanes (...) en una Alemania más grande». Y Hitler, desde su acceso a la Cancillería, en 1933, les consideró una excelente palanca para romper las fronteras del Tercer Reich hacia el Este en busca del «espacio vital».

Konrad Heinlein, líder nacionalista y pangermanista sudete, fundó en 1933 el Partido alemán de los Sudetes, de ideología nacional-socialista, y logró desde el principio el apoyo económico y político nazi; ganó las elecciones legislativas de la región y, a sugerencias de Hitler, pidió al Gobierno checo la creación de una federación que, por supuesto, Praga rechazó y mantuvo su negativa tras el triunfo de Heinlein en las municipales de 1938, en las que cosechó el 78% de los votos.

El nacionalismo sudete constituía para Hitler el caballo de Troya en una empresa mucho más ambiciosa: Checoslovaquia, con una extensión de 140.352 kilómetros cuadrados y quince millones de habitantes, tenía una situación estratégica clave en el corazón de Europa Central, además de importantes recursos naturales y una notable industria, encabezada por la Skoda, que fabricaba vehículos de todo tipo, desde motocicletas hasta blindados y cañones.

Múltiples intereses

A esas tentadoras características se unía su debilidad de país recién nacido tras la Gran Guerra bajo la dirección de Bohemia y Moravia, que ostentaba la mitad de la población y el disfrute de gran parte de los recursos del país, marginando los intereses de la agrícola Eslovaquia, con un tercio de los habitantes. Por tanto, un territorio mal soldado, con intereses múltiples y aspiraciones nacionalistas (checos, eslovacos, sudetes, húngaros, rutenos, polacos, rusos y otros) y, también, divergencias entre los credos religiosos: un tercio fragmentado en media docena de iglesias protestantes y dos tercios de católicos, que trataron de imponer la confesionalidad del Estado, el control de la educación e, incluso, el calendario festivo. Y, por si fuera poco, el país sufría reclamaciones territoriales de Polonia, Hungría y Rumania...

En esa situación se hallaba Checoslovaquia cuando en las municipales de abril arrasó el nacionalista Heinlein, que acudió a Berlín en busca de instrucciones y Hitler le ordenó que subiera el nivel reivindicativo, que incrementara las actividades subversivas y que, en sus negociaciones con el Gobierno, pidiera algo que no pudieran concederle: «¡Pida la Luna!».

Así, el manifiesto de Karlovy Bary, de 24 puntos, exigió la autonomía de los Sudetes; la igualdad de derechos civiles, políticos, culturales y religiosos con el resto de los checoslovacos; libertades nacionales, como la de poderse declarar alemán, y políticas, con el reconocimiento del NSDAP (partido nazi) y el derecho de afiliarse a él. Y, mientras en Praga el Gobierno se echaba las manos a la cabeza, la prensa alemana y todo el aparato propagandístico de Göbbels comenzaron a acusar a los checos de maltratar a los sudetes privándolos de sus derechos, robándoles, deteniéndoles e, incluso, asesinándoles. Ese bombardeo propagandístico, y, en general, falso, se prolongó toda la primavera y el verano de 1938, suscitando la compasión e indignación internacionales, justificando las iniciativas militares de Hitler y frenando a franceses y británicos vinculados a Checoslovaquia por los acuerdos de Versalles, algunos tratados de defensa mutua y fuertes lazos económicos e industriales.

Campaña de propaganda

La tensión siguió escalando durante el verano de 1938. Mientras Berlín mantenía su campaña de propaganda y, secretamente, organizaba y armaba grupos de cuerpos francos en los Sudetes, Praga, trataba de activar sus apoyos internacionales y preparaba su defensa: a mediados de septiembre tenía en las fronteras con Alemania, en posiciones bien elegidas, cerca de medio millón de hombres, llegando el día 23 a decretar la movilización general. Análisis posteriores, aun conociendo el potencial demostrado por la Wehrmacht en la Segunda Guerra Mundial, dudan mucho de que Alemania hubiera podido romper las poderosas defensas checas y su contundente armamento, siempre contando con los suministros franco-británicos y su apoyo político para mantener a terceros fuera de la melé. Las conclusiones del autor de la obra que nos ocupa, tras un minucioso análisis de las fuerzas disponibles checo-francesas, es que hubieran podido resistir y vencer al Tercer Reich: sus fortificaciones fronterizas eran excelente, su infantería, artillería y carros, superiores y las aéreas, comparables. La Wehrmacht y la Luftwaffe de septiembre de 1938 distaban mucho de la situación que tuvieron en septiembre de 1939 y ¡mucho menos! a la de mayo-junio de 1940, entre otras cosas porque el excelente armamento checoslovaco pasó a potenciar el poderío germano.

Pero, como bien analiza Caquet, a París y Londres no les «llegaba la camisa al cuello» y en vez de frenar a Hitler e ignorar sus amenazas y bravatas, optaron por negociar con él y meterse en un terreno bronco en el que sólo podían perder. Daladier y, sobre todo, Chamberlain, se fueron encogiendo, plegándose a las amenazas nazis y, al final, entregaron Checoslovaquia a Hitler atada de pies y manos, sin que pudiera defenderse, incluso, sin que tuviera la oportunidad de participar en la Conferencia organizada en Múnich para satisfacer las demandas nazis. Un libro con muchas virtudes: la claridad del análisis unida a la sencillez de la exposición y a la brevedad del texto.