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George Makari, autor de "Alma máquina"

En una emergencia la gente se dedica a sobrevivir; ahora llega el estrés postraumático

El psicoanalista e historiador publica “Alma máquina. La invención de la mente moderna” (editorial Sexto Piso), un ensayo sobre el eterno dilema de dónde radica la identidad del ser humano

George Makari (Nueva Jersey, 1960) es hijo de un reputado experto en inmunología del cáncer, un obseso de la higiene y los virus que en los 70 creaba sus propias vacunas contra la gripe para toda la familia. Aunque él se decidió por la psiquiatría y el psicoanálisis, este año pandémico le habrá traído hondos recuerdos de la infancia. En el hospital de Nueva York en el que trabaja, Makari (hijo) tiene una butaca preferente para contemplar las secuelas psicológicas de la Covid-19, que solo ahora empiezan a asomar. Malestares de la mente, pero también del alma, dos dimensiones cuyo devenir histórico analiza en su último ensayo traducido al castellano, “Alma máquina. La invención de la mente moderna” (editorial Sexto Piso).

-¿Cuál es la principal diferencia que encontró entre cerebro y mente en su repaso histórico?

-Tienen implicaciones muy diferentes, aunque puedan sonar igual. Desde tiempos inmemoriales ha habido un debate constante y complejo, muy filosófico, al respecto. Con el libro he querido demostrar que también se ha tratado de una discusión sociológica, política, en la manera en que los hombres nos definimos a nosotros mismos. Hasta el siglo XVII mandaba la visión tradicional de que la esencia del ser humano era el alma; más tarde se introdujo la teoría del cerebro como objeto mecánico que se encargaba de hacer cosas pero que no las pensaba. Eso de tener un alma y un cerebro suponía que la primera tenía la intención, la razón y la voluntad, algo que cuadraba tanto a la Iglesia como a la Ciencia. Lo complicado llegó cuando empezó a extenderse el concepto de que la razón, la memoria, eran parte del cerebro y lo necesitaban, pero eran otra cosa. Estaban conectadas a él aunque eran producto de algo que una máquina como el cerebro no podría hacer por sí sola. Surge entonces la mente, que hace reconsiderar todo lo anterior.

-¿Y cuándo aparece la noción de la conciencia?

-Lo trajo a colación la primera persona que aseguró que existe la mente, un objeto natural que es parte del cerebro y que no tiene que ver con el alma. Fue el filósofo inglés John Locke. Estaba muy preocupado por la autoridad que en su época se atribuían las facciones religiosas en disputa. Todas argüían que sus conocimientos emanaban de Dios. Locke sacó adelante esta idea de la mente como un objeto natural, lo que significa que puedes tener salud mental o una enfermedad mental. No puedes tener una dolencia del alma o un alma saludable.

-Bueno, según se mire, ¿no?

-Depende de cómo se defina, sí. La enfermedad del alma es materia de los sacerdotes: o estás poseído, o roto por el pecado... No es una noción natural, diferentes personas tendrán distintas creencias al respecto. No estoy negando que existan esas patologías, pero pertenecen al mundo de las creencias, de la espiritualidad.

-¿Puede elaborar ese concepto de la mente como objeto natural?

-No es sobrenatural ni tiene que ver con la fe o las creencias. En el siglo VII Santo Tomás de Aquino tuvo una idea preciosa sobre cómo funciona nuestro mundo; hay un alma material que muere, la de las plantas o los animales, y otra que solo tienen los humanos, es racional y no fallece, va al cielo. Fusiona conceptos de la Grecia antigua y del cristianismo. Esta hipótesis se mantuvo durante ocho siglos. Descartes uso una teoría parecida, todo es mecánico en el mundo menos el “yo pienso”, que es inmaterial.

Lo interesante es que, si la mente es parte del mundo natural, entonces es imperfecta y no recibe el conocimiento de Dios sino del mundo de las sensaciones, de los pensamientos, del lenguaje... Y todo ello es falible, lo cual deviene en que tienes que tolerar a personas que no piensan igual que tú. No hay que olvidar que las facciones que se enfrentaron en todas esas guerras de religión, tan sangrientas, como la de los 30 años, clamaban que Dios estaba con ellos. Así fue cómo la mente se convirtió en un concepto clave para el surgimiento del liberalismo y el secularismo, que creían en la división entre el Estado y la Iglesia.

-¿Y ahora en qué punto nos encontramos?

-Hay consenso sobre las tres dimensiones; cerebro, mente y alma. Cuando no puedes ver bien por el ojo derecho, por ejemplo, piensas que es un fallo que tiene que ver con tu cerebro. Si eliges un restaurante en lugar de otro por el motivo que sea, te estás comportando como un ser mental, no tiene nada que ver con un acto reflejo. Y muchos aún tienen una noción del alma, que varía según las comunidades o las culturas. No es nada extraño que cuando alguien se encuentra en su lecho de muerte piense en estas grandes cuestiones metafísicas y manifieste fe en el alma.

-¿Ninguna dimensión se sobrepone a la otra?

-Los tres conceptos son parte de nuestra cultura occidental y no creo que tengan que entrar en competición. El problema surge cuando unos tratan de eliminar a los otros. Hay neurocientíficos muy reduccionistas que están convencidos de que no hay mente, que todo es cerebro. Y en el pasado, claro, hubo infinidad de grupos religiosos que rechazaban también la mente, solo reconocían el alma. El cerebro no les preocupaba demasiado. Son intentos de simplificar la gran complejidad del ser humano, que es parte de su esencia. Lo interesante es ver, como hago con mis pacientes, qué parte de las tres está en juego cuando surge el malestar psicológico.

-Usted, como psiquiatra, ¿dónde ubica ese malestar en mayor medida?

-Esa es una cuestión con la que cualquier terapeuta tiene que lidiar a diario. ¿Es el momento de prescribir medicación al paciente? ¿Es un problema de disfunción neuronal? ¿Es mejor intervenir en el entorno para regular la autoestima? Y luego, cuando tratas a personas cercanas a la muerte, tienes que hacer frente a los asuntos del alma. Aunque no es mi especialidad, también me lo encuentro y muchas veces tengo que derivar a la persona a su iglesia o consejero espiritual.

-¿Qué añadió Sigmund Freud a esta diatriba entre mente, alma y cerebro?

-Locke fue quien estableció el concepto de conciencia, no creía en otra cosa que no fuera eso en relación a la mente. Y a finales del siglo XIX muchos empezaron a hacer referencia a algo raro, que también era parte de la mente. El subconsciente. Toda esta corriente está ligada al nombre de Freud porque fue quien ganó el debate. Esta teoría creció en importancia hasta llegar al día de hoy, cuando hay un acuerdo general, no solo en el psicoanálisis, sobre que la enorme mayoría del funcionamiento mental es inconsciente. La parte consciente es minúscula.

-Si es así... ¡qué poco espacio tenemos para el cambio!

-Sí, entiendo lo que dice y es justo. Pero el ser humano ha demostrado a lo largo de la Historia que sí es capaz de cambiar. No creo en esa teoría de que la gente no cambia. En los últimos 100 o 200 años, que es un abrir y cerrar de ojos en la vida de una especie, la capacidad de adaptación ha sido inmensa. Ahora vivimos en megaciudades, mayormente en paz entre millones de iguales, interactuando de múltiples formas. Desde luego que la transformación es un trabajo duro, pero merece la pena. Claro que no podemos cambiar la personalidad, sino las partes de nosotros que resultan problemáticas, que nos producen desesperación, ansiedad, depresión. Ese es nuestro objetivo.

-¿No cree que la neurociencia está monopolizando el presente?

-Sí y tiene que ver con el avance tecnológico y el momento tan apasionante que ha traído el descubrimiento de todos esos escáneres y técnicas que arrojan luz sobre nuestra vida interior. Yo soy un gran defensor de la neurociencia, lo que ocurre es que cuando los avances científicos solo conciernen al cerebro y se elimina la parte de la mente, se empiezan a hacer cosas que son malas para los pacientes. Como ignorar su humanidad en conjunto. Eso es destructivo.

-¿Es usted una persona religiosa?

-Depende de cómo lo defina.

-¿Va a la Iglesia los domingos? ¿Realiza alguna práctica espiritual?

-No. Mis padres son greco ortodoxos. Yo suscribo aquello que decía Thoreau de que lo mejor es contemplar la religión en silencio. Estoy a favor de que cada uno practique su propio credo y radicalmente en contra de que acabe en la plaza pública como un poder político más. En el libro se ve claramente lo dañino que ha sido históricamente. Y lo sigue siendo.

Yo trabajo en un hospital en Nueva York, sé lo que es tratar con gente que está muriendo en la UCI y el enorme miedo que tienen. No soy ajeno a la enorme necesidad que hay de consuelo espiritual.

-¿Cuál es la mayor secuela psicológica que nos deja la pandemia?

-En EE UU llegó en un momento político muy complicado, con un Gobierno que no paraba de mentir. Eso hizo mucho daño porque daba la impresión de que no podías creer a nadie. Las autoridades sanitarias estuvieron meses dando malos consejos y, cuando cambiaron de parecer, el presidente Trump se rio de ellos por hacerlo. Ahora, con la disminución de la pandemia, van a ir aflorando todas las secuelas en la salud mental. En una situación de emergencia las personas se dedican a sobrevivir. Es como el síndrome de estrés postraumático, que llega luego.

-¿Por qué se recetan tantos antidepresivos en el mundo?

-Creo que tiene que ver con haber llevado demasiado lejos la explicación neurobiológica del malestar psicológico. Además, es algo muy occidental eso de creer que puedes ir a la tienda y comprar la solución para tus males. Dicho esto, doy gracias a Dios por los antidepresivos porque han salvado la vida de muchos de mis pacientes y se lo han puesto más fácil. Tampoco hay que olvidar el enorme poder de los laboratorios.

-¿Cuál es la mayor mentira que nos contamos a nosotros mismos?

-Que el cerebro dicta el comportamiento, que no tenemos responsabilidad alguna, ni moral ni psicológica. Las respuestas simplistas como las de los TED Talk no tienen fundamento, es todo mucho más complejo.

-¿Dónde reside la identidad, en su opinión?

-La mente depende del cerebro, ya que sin él no hay mente. Pero no puede ser reducida al cerebro tampoco. Todo el mundo tiene una experiencia interna distinta que nadie puede ver. Es parte de un dilema enorme: nuestra vida interior es empírica, objetiva, pero no hay forma de que nadie, aparte de nosotros, pueda experimentarla. Es algo que todos sabemos que tenemos y que no hay forma de demostrar. Aún hay mucho que decir sobre la convivencia de estas tres dimensiones y cómo, a través de su conocimiento, podemos llegar a comprendernos mejor.

-¿Está de acuerdo con la teoría de que el 95% de nuestra actividad responde a motivaciones subconscientes?

-No sé el porcentaje exacto, pero desde luego pasan muchas cosas desde el punto de vista cognitivo en el inconsciente. Hay que distinguir entre acciones que realizo sin pensar de manera automática, como montar en bicicleta, y el inconsciente, donde guardamos cosas y recuerdos en los que es incómodo reflexionar cuando estamos despiertos. Aspectos disruptivos de nosotros que producen malestar solo de pensar en ellos.