Buscar Iniciar sesión

“Summer Of Soul”, la historia negra no se borra

El mismo año que el conocido festival de hippies «blancos» se produjo el Harlem Cultural Festival, un histórico evento musical que cayó en el olvido y que Questlove (The Roots) recupera en su debut como director en una película que se estrena mañana
Searchlight Pictures. © 2021 20th Century StudiosSearchlight Pictures. © 2021 20th Century Studios / EFE

Creada:

Última actualización:

Cuando empezó a trabajar en el nuevo proyecto, Amir Thompson «Questlove» no se podía creer que las mismas circunstancias concurrieran. Era marzo de 2020 y el homicidio de George Floyd a manos de un policía sacudía las calles. En 1969, los vendavales sociopolíticos que barrían todo el país llegaron al Parque Mount Morris de Harlem. La comunidad negra había pasado apenas un año antes por la muerte de Martin Luther King (abril de 1968) y los disturbios de Watts y el asesinato de Malcolm X (1965). Las protestas por la guerra de Vientnam y el asesinato de Kennedy inflamaban las calles. La historia no cesaba de repetirse ante sus ojos mientras Questlove se encontraba trabajando en uno de los casos más sangrantes de borrado de la historia afroamericana en Estados Unidos: la celebración del Harlem Cultural Festival, que tuvo lugar en 1969, patrocinado por la ciudad de Nueva York, grabado íntegramente, pero jamás emitido. Las cintas de las históricas actuaciones de Stevie Wonder, Sly and the Family Stone, Nina Simone, B.B. King, The Staple Singers, The 5th Dimension y Mahalia Jackson entre muchos otros, terminaron en un cajón en un sótano durante los siguientes 50 años. Por fin ven la luz en la película «Summer of Soul: (…Or, When the Revolution Could Not Be Televised)», que se estrena el 16 de julio en cines, con el líder de la gran banda The Roots a la dirección.
«Me pregunté: ’'¿No es muy raro?’' Las mismas circunstancias que propiciaron este concierto están volviendo a suceder mientras intentamos hacer esta película. ¿Hemos regresado al punto de partida, con los mismos disturbios, protestas, tiroteos e injusticias?», se cuestionaba el músico. «La respuesta es un rotundo sí», asegura el músico y productor sobre lo que considera que fue un acontecimiento cultural negro histórico con efecto transformador, sanador, y que precisamente por eso fue condenado al ostracismo. Para Questlove, ese hecho es «un ejemplo de la eliminación de la historia negra», sobre todo teniendo en cuenta que, ese mismo año, en esas mismas semanas, a solo 160 kilómetros al norte, tenía lugar el muy publicitado festival de Woodstock. Mientras los 400.000 asistentes del evento hippie y blanco (no solo blanco, claro, pero mayoritariamente) acapararon titulares y construyeron un mito cultural revolcándose en un barrizal, los 300.000 de Harlem apenas vieron registrado lo sucedido salvo en una grabación por parte de Hal Tulchin, quien recibió el encargo de la ciudad de Nueva York y grabó en vídeo todas las actuaciones que se celebraron durante seis semanas.
Aplacar los ánimos
La película de Questlove sugiere que una de las razones por las que los funcionarios de la ciudad respaldaron el festival fue la esperanza de que su celebración evitara los disturbios en el aniversario del asesinato de King. Después, ninguna televisión quiso emitir el contenido ni ninguna institución se ocupó de ello y Tulchin guardó las cintas en su sótano. Hasta que Robert Fyvolent, guionista y productor, dio con el dueño de los másteres y comenzaron a hablar sobre la posibilidad de hacer una película. Tulchin falleció en 2017 pero, antes de hacerlo, dejó firmados los contratos para que se difundiera el contenido medio siglo después.
Sin embargo, a pesar del gran cartel artístico del llamado Woodstock negro, lo más importante fue el hecho social. La cinta documenta el momento en que la vieja escuela del movimiento de los derechos civiles y la nueva escuela del «black power» compartieron escenario bajo la consigna de la unidad, una situación que se cristalizó en un hecho elocuente: aunque la policía de Nueva York estuvo presente para garantizar la seguridad de los conciertos, los organizadores con Tony Lawrence como rostro visible, solicitaron ayuda a los Panteras negras para proteger a los asistentes afroamericanos de la actuación policial. Mientras el hombre ponía un pie en la Luna en julio de ese mismo año, para la comunidad de Harlem había cosas que resolver mucho más abajo.
Sin psicólogo, con Mahalia
En la película, todos los testimonios, especialmente los de los anónimos asistentes, están de acuerdo en una cosa, lo importante que fue para la comunidad negra estar reunidos en un acontecimiento triunfal. Fue como un bálsamo por años y décadas de dolor y deshumanización. Fue una mezcla de barbacoa y terapia de grupo, de fiesta y de santa misa. Miles de personas curaron heridas y confiaron en un futuro más justo después de más de un siglo de discriminación. «El evangelio fue una terapia para el estrés y la presión de ser negro en Estados Unidos», dice el reverendo Al Sharpton, al principio de la película. «No fuimos a un psiquiatra. No fuimos a acostarnos en un diván. No sabíamos nada sobre terapeutas. Pero conocíamos a Mahalia Jackson». Hay momentos de catarsis durante las interpretaciones de «O Happy Day» por The Edwin Hawkins Singers, de «Help Me Jesus» por The Staple Singers y de «Lord Search My Heart» por Mahalia Jackson, cuando la cámara se adentra en la multitud para mostrar la alegría, el baile liberador e incluso las convulsiones purificadoras.
También fue, claro, el año de la reinvención de Stevie Wonder, que ya era reconocido pero con solo 19 años se distanciaba de sus bonitas canciones de amor para internarse en un sonido funk con tintes políticos. La película se abre con su solo de batería, que anuncia su nueva identidad, y que se clavó en el corazón de Questlove, a su vez, batería de The Roots. La película, con toda su variedad de estilos que incluyen soul, R&B, gospel, blues, free jazz y por supuesto la vida latina de la Gran Manzana, puede leerse como un homenaje a la percusión, la sustancia de la música negra de donde sea que arraigue. Sly & The Family Stone (que también tocaron en Woodstock) dejaron a la multitud boquiabierta. The 5th Dimension reunieron a 50.000 personas con su estilo que para algunos era «demasiado blanco» y David Ruffin, que se había separado recientemente de The Temptations estaba empezando una carrera de solista. Pero quizá el gran momento fue el de Nina Simone, que cantó su himno «To Be Young, Gifted and Black» («Ser joven, talentoso y negro»), una de las primeras veces que se escuchaba en público. «Sabes, en todo el mundo hay miles de millones de chicos y chicas que son jóvenes, negros y con talento. Y eso es un hecho», decía la letra de la canción, a la que acompañó citando a James Brown con un: «Dilo bien alto, soy negro y estoy orgulloso». Y es que, precisamente en aquel momento, se estaba produciendo un cambio histórico que comenzaba con el vocabulario. Estados Unidos estaba aprendiendo a dejar de utilizar el despectivo término «negro» por el de «black».
Fue un evento catártico en el que los discursos políticos y los rezos colectivos se alternaron y que discurrió sin el menor incidente. Un acontecimiento de dimensión más allá de lo artístico al que la película rinde justicia. «Al escuchar cómo Tulchin describía lo desgarrador que fue que el material no pudiera venderse, comprendí que necesitábamos hacer esta película, porque es un material que puede provocar un efecto mariposa. Estos hechos arrojan luz sobre la importancia de conocer la historia para nuestro equilibrio espiritual y se erige como testimonio del poder sanador de la música en tiempos revueltos, tanto pasados como presentes», dice Questlove sobre un legado imborrable.
El ritmo “nuyorican”
En Harlem, entonces y hoy, se asienta una bulliciosa comunidad latina con gentilicio propio: un «nuyorican» (neoyorquino y puertorriqueño) es ambas cosas a la vez. «Y tiene mucha importancia en la música porque gran parte de la salsa, la pachanga o el babalu las tocaban en Nueva York los puertorriqueños neoyorquinos», explica Luis A. Miranda, Jr.. El trompetista sudafricano Hugh Masekela, el percusionista puertorriqueño Ray Barretto y el percusionista cubano Mongo Santamaria eran las voces de la diáspora en Harlem y encontraron su camino en la música negra y afrolatina. «Resulta muy interesante la presencia de Mongo [Santamaria] en este festival y en ese momento en Harlem en los años 60. Como afrocubano, es el nexo entre las comunidades negras y latinas del uptown de Nueva York. Su primer éxito ‘’Watermelon Man’’ es la fusión de la música cubana con el jazz», dice Lin-Manuel Miranda. El mismo vínculo se dio en 2020, durante las manifestaciones del Black Lives Matter: ambos colectivos aspiraban a la igualdad de derechos.

Archivado en: