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“Lazos”: veinte trifulcas por amor y una separación desesperada

Daniele Luchetti adapta en «Lazos» las «Ataduras» de la novela de Starnone sobre el principio del fin de un matrimonio y cómo nos dejamos llevar por las costumbres
Gianni Fiorito
La Razón
  • Matías G. Rebolledo

    Matías G. Rebolledo

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En «Ser y tiempo», casi abnegado por aquellos que afirmaban que sus axiomas de pensamiento dejaban siempre fuera al amor, Heidegger explica que dicho fenómeno solo cabe si somos capaces de «abrirnos» y que esa apertura, perdida en la traducción después como «iluminarnos», solo era posible en la esfera de lo material, teniendo en cuenta nuestras circunstancias. O lo que es lo mismo, no somos nosotros, es nuestro marco teórico; no eres tú, soy yo. En «Ataduras» (Lumen), la aplaudida novela de Domenico Starnone, el amor de Heidegger se hace práctico, y la circunstancia plena, en la Italia de los setenta y en la institución del matrimonio.
Trasladándose ahora a los ochenta, el director Daniele Luchetti adapta la obra, precisa labor de montaje mediante, y en cierto modo la actualiza, de la mano de Luigi Lo Cascio –un marido infiel y cobarde–, y Alba Rohrwacher –una esposa neurótica y cruel. «La familia es una de las claves fundamentales para entender Italia. No creemos mucho en el Estado, en el poder del dinero o en el de la religión, pero sí en el de la familia. Incluso aquellos que no creen en nada creen en la familia. Y por eso tenemos tanto miedo a las separaciones», explia Luchetti. Y sigue: «La idea de tener una perfecta va contra la naturaleza. Y la película trata de eso, de cómo es imposible hacer que la vida de unas personas esté dentro de cánones perfectos».
La falacia de la perfección
En «Lazos» seguimos las idas y venidas durante décadas de la pareja protagonista, primero rota por una separación repentina, luego sobrevenida por un reencuentro fortuito y siempre destrozada por un rencor casi freudiano y la maldita culpa: «Sin el sentimiento de culpa, probablemente el personaje masculino hubiera vivido una vida bastante mejor. La culpa es el motor de Italia. La Iglesia nos lo ha dado», opina Luchetti antes de matizar: «Asimismo, el papel del macho en este último tiempo se ha ido cuestionando en todo el mundo. Y me parecía importante, porque la primera separación hace que se convierta en un hombre triste, un poco cenizo quizá, que prefiere interpretar el papel de víctima. Conoce mejor esas ataduras familiares que su propia realidad, por eso decide vivir ahí», añade.
¿Y dónde quedan los hijos? Luchetti responde: “Son los hijos los que en la primera parte de la película se sienten impotentes, porque conocen solo la ley del corazón, por así decirlo. Se sienten víctimas y lo son. Son incapaces de entender la relación de sus padres. Sobre todo, se sienten humillados por el carácter mediocre de la relación de sus padres. Cuando leí el libro me chocó cuando llega a decir que “le tenía miedo a mamá”. Creo que no siempre quedarse por el bien de los hijos es sano”, remata.
Decía Heidegger también, en relación a la tradición y a esos animales de costumbres como el que construye Luchetti en «Lazos», que «la metafísica, aunque superada, no desaparece». Habría que ver al bueno (y nazi) de Martin intentando divorciarse en el contexto de un país católico durante los años ochenta.