Hacer “woke” a Ian Fleming: James Bond, zero zero
Tras el éxito de taquilla y crítica que ha supuesto “Sin tiempo para morir”, la nueva película de James Bond, son muchos los que se preguntan por la esencia del personaje de Fleming
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Ayer fui al cine por culpa de Pérez Reverte. Escribía en su Twitter que lamentaba haber visto la última de James Bond -”Sin tiempo para morir”-, porque se había encontrado con un prota “tan equilibrada y políticamente correcto, tan familiar, tan enamorado y tan moñas” que era “un insulto a la inteligencia de los espectadores y a la memoria del personaje”. Pensé que exageraba, así que aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid, y que precisamente allí estaba yo gracias a la generosidad del gran Guillermo Garabito, decidí verla. Y no exageraba. Casi tres horas de vida son las que me debe Pérez Reverte, que se dice pronto, y que son las que he perdido en una butaca, acurrucada y tapándome la cara con la chaqueta de la “vergüencica” ajena que he pasado. Que podría haber estado yo disfrutando de las tapas pucelanas a poco que hubiese liado a Peláez o a Nieto, en lugar de preguntándome el por qué de ese despropósito.
Por resumir, es una mierda. Me disculparán el eufemismo. Ver a un James Bond con un peluche en los tirantes no es precisamente lo que espera ver alguien que ha disfrutado como una enana de cada chocho montado para luchar contra el mal por el personaje de Ian Fleming, que debe estar ahora mismo revolviéndose en su tumba. Un mal que debe estar haciendo la conga y celebrando que esta guerra está ganada si hasta nuestro Bond, James Bond, se nos ha vuelto “woke”. Por un momento he pensado que en lugar de pedir un Martini (mezclado, no agitado) iba a pedir una coca cola zero zero, sin el siete, sin azúcar y sin cafeína. Vamos, como él mismo.
Se nos ha caído un mito, y me estoy conteniendo porque no quiero hacer spoilers, pero es que le sienta al pobre la familia como a un Cristo dos pistolas. ¿Quién ha pensado que era buena idea que Bond fuese tan moñas? ¿De quién fue la ocurrencia de poner en su boca un “te quiero” si no es con cínico desprecio y seguido de un tiro entre ceja y ceja y un soltar esa cintura para que caiga al suelo el cadáver de la titi mientras sale de allí colocándose el traje y sin mirar atrás? ¿Qué será lo siguiente? ¿Traducir el “alégrame el día” de Harry el Sucio por un “me duele más a mí que a ti, espero que me perdones”?
Y ojo porque no acaba aquí la cosa. Ya nos han deslizado nada sutilmente el 007 que se nos viene: mujer, negra y ni siquiera está buena. Nos van a proteger a partir de ahora de los criminales más despiadados con perspectiva de género, de manera racializada y sin oprimirnos con cánones de belleza imposibles. Con lo que molaba cuando las señoras de Bond eran tan estupendas que incluso una, desde su rabiosa heterosexualidad, no podía contener un “jodo” y un “vaya tela” y un “olé, olé, olé”. Pues ahora ya no. Bond se nos enamora de una mona de barrio, una guapa de lejos con culazo y vaqueros de madre. Y para un escotazo imposible que aparece, el de Ana de Armas, ni siquiera hay cópula libertina porque James está enamorado y es fiel y hasta aquí mis correrías, prenda, que el amor de verdad me ha quitado del vicio.
Queridos, queridas, querides todos y todas y todes. Hemos perdido. Alguien tenía que decirlo y me ha tocado a mí: la estupidez progre, la estulticia buenista, ha llegado a nuestro porche, a los pies de nuestra mecedora mismo. Los zotes literalistas sin capacidad para el pensamiento abstracto nos han pateado las cervezas y nuestro rifle se ha quedado sin balas. Cary Fukunaga, no te lo perdonaremos jamás.