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Crítica de “ El vientre del mar (El ventre del mar)”: Los restos del naufragio ★★★★★

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  • Sergi Sánchez

    Sergi Sánchez

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Dirección y guion: Agustí Villaronga, según un texto de Alessandro Baricco. Intérpretes: Roger Casamajor, Òscar Kapoya, Mumi Diallo. España, 2021. Duración: 76 min..
Solo por hacer dialogar la pintura, el teatro, la literatura y la fotografía -o lo que es lo mismo, admitir la deuda del cine con las artes que se confabularon para alumbrarlo- con soltura y entrega, “El vientre del mar” resulta una experiencia estimulante, insólita en un cine español que tiende a identificar el realismo como un marchamo de calidad. Villaronga, que incluso en su faceta de cineasta de encargo ha mostrado una habilidad fuera de lo común para retratar la fascinación por el Mal, cree en el distanciamiento brechtiano, en las tinieblas del artificio, en unos diálogos que no se avergüenzan ni de sus retruécanos poéticos -que provienen del original de Alessandro Baricco- ni de una puesta en escena que reduce los escenarios -el océano embravecido, la balsa en pleno naufragio que pintó Géricaux- a un montón de tramoyas y trampantojos, digitales o no, que dibujan una geografía del desamparo verbalizada en dos monólogos enfrentados, el de un oficial y un marinero que sobrevivieron, después del accidente que sufrió la fragata francesa Alliance en las costas del Senegal, allá por 1816, en una balsa a la deriva. El año es importante, en la medida en que la película quiere demostrar que la crueldad de esa pesadilla oceánica no es patrimonio de nuestro pasado sino que sigue produciéndose, con imágenes documentales del drama de los refugiados mezclándose con dicho naufragio, en la actualidad. La obviedad del mensaje político de “El vientre del mar” no eclipsa la vitalidad estética del filme: cambios de textura y virajes de color acompañan a esta película de aventuras hablada -o recitada, un acto de amor a la palabra- que, también, supone una doble odisea existencialista: la de un ángel y un diablo que se odian, y la de un cineasta que no se cansa de reinventarse.
Lo mejor
Celebrar que Villaronga capitanee un proyecto a contracorriente.
Lo peor
No era necesario contemporaneizar la trama de una forma tan evidente.

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