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Contracultura

Anticapitalismo: por qué es la nueva religión

De los libros a las series, de las películas a los discursos políticos, manda un mantra: el capitalismo es el culpable de todos nuestros males y defenderlo, una heroicidad

«Signo de dólar en rojo», obra de Andy Warhol
«Signo de dólar en rojo», obra de Andy WarholLa RazónLa Razón

El capitalismo es hoy un hombre del saco omnisciente: horrible pesadilla que origina todos los males de la sociedad y favorece todas las injusticias. Según la encuesta Edelman Trust Barometrer, que se realiza en 28 países desde hace veinte años, el 60% de los españoles en 2020 se mostraba convencido de que el capitalismo hace más mal que bien al mundo. Las distópicas series que muestran apocalípticas profecías críticas con el sistema se multiplican, las camisetas se llenan de lemas anticapitalistas e, incluso, las entidades financieras se esfuerzan por convencernos de que los beneficios no importan, les importamos nosotros. Los títulos que critican el capitalismo se agolpan en las librerías: desde «Contra el capitalismo salvaje» hasta «Postcapitalismo», de «Capitalismo terminal» a «Otra economía es posible». «Decir no no basta», «La demonización de la clase obrera», «Refusal of work», «La vigencia del Manifiesto Comunista»… Nadie quiere estar en el lado malo, en la defensa de la bestia.

¿Nadie? No. Al más puro estilo irreductible galo, Carlos Martínez Gorriarán, doctor en Filosofía y profesor en la Universidad del País Vasco, autor de «En defensa del Capitalismo» (una suerte de exhaustivo y clarificador viaje a través de la historia y la filosofía de las ideas económicas con el título punk del que dispara a dar), siente que debe responder ante un «compromiso ético con la realidad. Hay que hablar de ella, no desfallecer. Porque el de enfrente, el irracional –aún equivocado–, no se cansa. No hay que rendirse y es necesaria la labor didáctica para acabar con el equívoco y con los prejuicios: el capitalismo es el sistema que ha logrado que tengamos la vida que tenemos. Con sus fallos, que los tiene. Que en España se haya pasado en dos generaciones de una economía de subsistencia a un estado del bienestar se ha logrado gracias al capitalismo y no a pesar de él».

Daniel Lacalle, Doctor en Economía y ensayista, es de la misma opinión. Considera que hay un desconocimiento del concepto, se reduce a una idea simplista que no se corresponde con la realidad: «La principal razón por la que se critica el capitalismo es porque se trata de un sistema que está basado en el beneficio económico, sin entender que el beneficio económico es precisamente la demostración de sostenibilidad y de eficiencia. Solo hay dos tipos de sistemas: los que se basan en beneficios y los que se basan en pérdidas. Y el que está basado en pérdidas siempre está condenado a la desaparición y a la destrucción de la capacidad productiva del sistema. Un sistema basado en pérdidas siempre genera pobreza, miseria y termina siendo total y completamente insostenible».

Anticapitalismo: por qué es la nueva religión
Anticapitalismo: por qué es la nueva religiónJae Tanaka

Vender una utopía

«Hay algo casi religioso en este anticapitalismo» tercia Martínez Gorriarán, «aparte del desconocimiento más básico de algo tan complejo como es la economía. Si en la religión clásica es el demonio la expresión prototípica del mal, en esta especie de religión ideológica lo es el capitalismo y su existencia sirve para explicar que ocurran todos los males: la desigualdad, las guerras, el cambio climático, el machismo, el fascismo, el racismo… Aunque la evidencia sea que hay menos guerras, menos desigualdad, más justicia social».

«Se habla de la desigualdad», interviene Lacalle, «¿por qué? Pues porque se ha casi acabado con la pobreza y, al acabarse con la pobreza, se habla de pobreza en términos relativos. Es decir, no es que las personas no tengan acceso a los bienes y servicios, sino que la diferencia entre los bienes y servicios que adquieren los ricos con los que adquieren los menos ricos es una cuestión de calidad y no de cantidad». Y prosigue: «La idea de un sistema económico perfecto es imposible. Por eso el socialismo tiene que vender una utopía, comparándose él con sus mejores intenciones mientras compara al capitalismo con sus peores resultados. ¿Por qué? Porque siempre que fracasa el socialismo, y es siempre, lo que hace es decir que aquello en realidad no era verdadero socialismo. Mientras que en el capitalismo, aquellas ineficiencias que se generan en el proceso normal de algo tan complejo como es la economía se consideran errores garrafales que no pueden solventarse y que son una injusticia total».

«Como toda intervención humana, y este sistema también lo es, el capitalismo tiene defectos», explica Carlos, «pero lo cierto es que aun habiendo políticas económicas más sabias que otras, y que incluso el capitalismo mismo no es uno sino muchos –poco tiene que ver el capitalismo americano con el chino, y el chino con el europeo, por ejemplo–, es la economía avanzada consecuencia de muchos siglos de evolución cultural, y que los países con mayor confortabilidad social son, llamativamente, aquellos que disfrutan también de una mayor libertad económica. No hay incompatibilidad entre protección social y economía liberal».

«Puede haber sistemas», dice Lacalle, «en los que, como en un sistema de cooperación y libre mercado, se lleve a cabo una asignación de parte de los recursos para actividades sociales, actividades que no generan beneficio económico real. Pero toda actividad que no genera beneficio económico real siempre va a tener que ser financiada con una actividad que genere un mayor beneficio económico real. Por lo tanto, –apunta– si queremos un sistema económico que tenga más gasto o inversión sin ánimo de lucro tenemos que tener un sistema a la vez que genere mayores beneficios en el resto. Porque todo se paga».

«Hay un complejo de culpa», interviene Martínez Gorriarán, «un ver la vida en blanco y negro: a un lado está el mal y a otro el bien. El empresario es malo, rico y explotador; el asalariado es bueno, pobre y explotado. Es de un maniqueísmo total y hay que afrontar este debate, hay que clarificar conceptos y no se puede, no se debe, abandonar la discusión pública de los asuntos serios que importan en manos de chisgarabís y populistas. Hemos dejado la cultura y las ideas en manos de populistas para que se entretengan. Y es un error. Hay que perseverar en la labor didáctica. No hay otra opción que insistir».

¿Y cómo hacerlo? ¿Habría una definición sencilla, una explicación asequible, casi intuitiva, de lo que es y supone el capitalismo, fuera de clichés prototípicos e ideas simplistas? Contesta Daniel Lacalle: «El capitalismo es el sistema que pone los medios de producción en manos de los ciudadanos a través de la propiedad privada para maximizar el acceso a bienes y servicios, el sistema capaz de maximizar las necesidades de los consumidores y las personas en su inmensa mayoría, con la utilización y gestión de los recursos limitados de la manera más eficiente. Y el principal factor que lleva a esa sostenibilidad y eficiencia, y también a que sea perdurable, es, precisamente, que se hace a cambio de una rentabilidad económica. Esta rentabilidad genera mayor capacidad de inversión, de consumo, de producción de los bienes y servicios que necesitan los ciudadanos. Como contrapartida, el socialismo y sistemas similares lo que hacen es centrar el monopolio de los medios de producción en una entidad, fundamentalmente el Estado. Y al hacerlo el Estado, el proceso de mejora constante y de capacidad de acceso a bienes y servicios que genera la competencia desaparece. Al desaparecer el incentivo económico desaparece también la capacidad de fortalecer la competitividad, el crecimiento y la disponibilidad de bienes y servicios».

¿Dónde queda entonces aquello tan manido de la explotación del hombre por el hombre? Lacalle es claro: «El capitalismo no es explotación, es cooperación. No existe la posibilidad de explotación si no se tiene el monopolio de los medios de producción y la única manera en la que se tiene es a través de la aquiescencia o del control estatal». Y concluye: «Cuando aparece el Estado y limita la competencia es cuando se generan desequilibrios. La idea de que el capitalismo es la explotación del hombre por el hombre es una soberana estupidez».