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La impostura de enseñar una teta: lo que va de de Rigoberta Bandini a Susana Estrada

La candidata a representar a España en Eurovisión reivindica exhibir el pecho, algo más que habitual, pero entre el neofeminismo se debate si es cosificación o empoderamiento cosificación
Imagen promocional del documental de Susana Estrada
RTVELa Razón

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Rigoberta Bandini, cantante, enseña un pecho durante un concierto en Logroño y se convierte en Trending Topic. Le dedican titulares al seno furtivo como si en 2022 fuese la primera vez que una mujer muestra en público una teta. Como si no las hubiese por todas partes: en la publicidad, en el cine, en las playas y en las piscinas, en revistas, en pinturas, en esculturas. En camisetas, cómics y fotografías. Como si el delito de escándalo público no hiciese 25 años que se despenalizó. Seis tenía Rigoberta.
Para las nuevas generaciones, que Instagram retire una foto es comparable, parece, a las catorce querellas a las que llegó a enfrentarse Susana Estrada por su consultorio erótico en la revista «Playlady». La misma Estrada que en el 78 (faltaban trece para que naciese Rigoberta) mostraba su seno derecho, no ante el público receptivo de un espectáculo propio, sino en un acto ante el alcalde de Madrid, Enrique Tierno Galván, y en presencia de Adolfo Suárez, entre otras personalidades de la política.
«Yo es que me quedo con la boca abierta», dice la actriz, «no entiendo lo que está pasando ahora. Es como si no supiesen ni de dónde venimos ni a dónde vamos. No conocen nuestra historia». Se pregunta por el valor de enseñar un pecho hoy, cuando el cuerpo de la mujer ya no se oculta y cualquiera puede mostrarlo, cuando nuestra situación dista mucho de ser la que era. «Entonces –añade–, cuando yo lo hice, aquello tenía una carga reivindicativa y revolucionaria muy grande, era una transgresión. Salíamos de una dictadura, de una etapa oscura donde las mujeres no teníamos derechos, pero sí obligaciones. Y yo no quería eso, me revelaba desde muy pequeña. El simbolismo de aquel gesto, en aquel momento, era enorme. Era necesario hacerlo».
Después vendrían las tetas de Sabrina Salerno en aquella Nochevieja del 87 (Rigoberta seguía sin nacer), la de Ciccolina, la de Janet Jackson. Los vestidos que Estrada lucía en festivales y entregas de premios (impagable aquel de redecilla que luce junto al gran Tola en una foto imperdible y que poco deja a la imaginación) sonrojarían hoy a la mismísima Cristina Pedroche. ¿Qué tienen las tetas para seguir dando que hablar entonces como ahora?
El psiquiatra Pablo Malo, autor de uno de los ensayos imprescindibles del año pasado, «Los peligros de la Moralidad», habla de su simbología. «Enseñar el pecho sería el mayor de los iconos de la feminidad, y podría tener dos significados diferentes cuando es mostrado: la disponibilidad, el reclamo sexual, incluso la rebeldía (sobre todo en los años 60) o, todo lo contrario, el elemento de empoderamiento, ser dueña del propio cuerpo».
Hablamos de moralidad, claro. Y de transgresión, y de ese neopuritanismo que supone en algunos aspectos un retroceso. «Lo que ocurre es que en estos tiempos que corren», explica, «con estos movimientos identitarios y este nuevo feminismo, con esa emocionalidad exacerbada dictando qué es aceptable y qué no, la postura de las mujeres ante la exhibición del cuerpo (y no hablo por supuesto de todas las mujeres) es un tanto ambivalente o contradictoria. Por un lado, se lucha contra ese tabú, contra lo que se supone que ven de malo los demás en el pecho femenino desnudo, pero por otro lado se utiliza o se censura. Se protesta por la cosificación y se señala y critica a, por ejemplo, coristas en topless, o azafatas ligeras de ropa; pero se utiliza para protestar y para aparecer poderosas (el ejemplo de Rigoberta Bandini o las activistas de Femen). Podría parecer que hay pechos que pueden ser mostrados y pechos que no. Pechos que simbolizarían el poder y el control y otros, por el contrario, el sometimiento y la cosificación. Y no es la voluntad de mostrarlo de la propietaria del pecho en cuestión lo determinante para que así sea».
Sobre este feminismo, precisamente, reflexiona Susana Estrada. «Las grandes conquistas ya se lograron, ahora lo tienen todo hecho. Esto no tiene nada que ver con lo vivido entonces. Una mujer no podía salir sola de casa, no podía viajar, no podían tener una cuenta corriente o trabajar. No eran ciudadanas de pleno derecho. Yo quería tener los mismos derechos que un hombre, que todas las mujeres los tuviésemos. Pero siempre tuve claro que no quería quitar su bota de mi cuello para poner sobre el suyo mi tacón de aguja, como parecen querer ahora».
A Bandini, TVE le va a construir una teta gigante para su actuación en el festival de Benidorm. Estrada se quedó sin derecho a voto ni pasaporte hasta que en el 87 se despenalizó el delito de escándalo público. Rigoberta canta en 2022: «Paremos la ciudad sacando un pecho fuera al puro estilo Delacroix». Susana ya cantaba en el 81: «Tenemos que lograr dominar a la ciudad deja que tus pechos se muevan al andar». No es de extrañar que le parezca ridículo todo esto.
«A mí estas polémicas, a estas alturas», dice, «me parecen infantiles y anticuadas, me dan risa. Ya nadie se escandaliza por eso, ya se ha hecho antes. Nadie va a criticar a nadie por mostrar un pecho, se celebra. Cuando yo lo hacía todo eran desprecios, me hacían entrevistas en las que me denigraban e insultaban. Mis propios compañeros de profesión lo hacían, más ellas que ellos incluso, me despreciaban. Decían que no era bailarina ni actriz, porque me desnudaba. Luego, como estaba en todos los medios, se empezaron a desnudar todas y yo decía ‘mira, en España no hay actrices’».
Recuerda Estrada cuando se paseaba por el Madrid de los 70 «con un esclavo, al que puse a beber café lamiéndolo en el suelo. Yo con el pecho fuera, el sexo fuera, taconazo, látigo y capa». Como la Pedroche por la Gran Vía con el pecho pixelado para anunciar las campanadas, vamos, pero hace más de cuarenta años. O cuando «compartí banquillo con Berlanga, ambos acusados de un delito de escándalo público. Él por comentar unos textos de Sade, yo por mi consultorio erótico», apunta.
¿Qué tendrán las tetas para fascinar ahora igual que siempre? A lo largo de la historia del arte han atraído a todas las disciplinas artísticas y han sido representadas siglo tras siglo. Desde las Venus paleolíticas de fértiles pechos a los esquemáticos senos del arte abstracto. Las ha habido voluptuosas, suntuosas, lujuriosas. Las ha habido con suaves curvas y angulosas, seductoras, deformes, desbordantes, monumentales, fofas. Tímidas y apenas esbozadas, ofrecidas y abultadas. Salvajemente mutiladas. Ignoradas, veneradas, admiradas, humilladas. Están por todas partes. Son solo tetas.
«Imagina a los cazadores de brujas intentando limpiar los museos o expurgar las bibliotecas», comenta con sorna Juan Manuel Bonet, crítico de arte y museólogo, exdirector del IVAM y del Reina Sofía. «Habría que descolgar las Venus de Bronzino y de Tiziano (y antes, la de Lespugue), y el seno de Gabrielle d’Estrées manipulado por su hermana en aquella obra maestra de la Escuela de Fontainebleau, y más de un Picasso y más de un Bruno Schulz, y los dibujos homoeróticos de Cocteau, y las muñecas de Bellmer, y las niñas de Balthus». No se detiene ahí: «En fotografía, habría que descolgar los desnudos de Kiki de Montparnasse por Man Ray y las niñas que acabarían costándole la vida a David Hamilton, y la felación de Helmut Newton, y los penes de Mapplethorpe. Y en las bibliotecas, que por cierto siempre tuvieron sus “infiernos”, a la hoguera Aretino, y todo Sade, y “Las flores del mal”, de Baudelaire, y “Las once mil vergas”, de Apollinaire, y “El coño de Irene”, de Louis Aragon, y medio Bataille, y la “Lolita” de Nabokov, y las niñas y los niños de Gabriel Matzneff, hoy más escondido que Salman Rushdie». Sería ridículo, sí.
«Casi me desmayo la primera vez que vi los dos pechos de una mujer completamente desnudos», escribía Gustave Flaubert con 17 años en «Memorias de un loco». Un siglo después, siguen tirando más que dos carretas.

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