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Estreno

Crítica de “Drive My Car”: escuchar con la mirada ★★★★★

Un fotograma de "Drive My Car"
Un fotograma de "Drive My Car"ImdbImdb

Dirección y guion: Ryusuke Hamaguchi, según el relato de Haruki Murakami. Intérpretes: Hidetoshi Nishijima, Tôko Miura, Reika Kirishima, Park Yoo-rim. Japón, 2021. Duración: 179 minutos. Drama.

En “Happy Hour”, la obra maestra de más de cinco horas que le dio a conocer en Locarno, Ryusuke Hamaguchi incluye una larga escena que se desarrolla en lo que parece un taller de terapia emocional. Los distintos ejercicios que propone el profesor están orientados a trabajar la reconexión con el cuerpo, recuperar el centro de gravedad y hacer que, en definitiva, el cuerpo recobre su voz a la vez que aprende a escuchar la del otro. Restablecer esa comunicación puede suponer “una sensación de paz e incertidumbre”. Lo hermoso y paradójico de ese taller organizado desde la conciencia del cuerpo es su contraplano, construido por las opiniones de sus participantes. Al silencio del contacto físico y del gesto se le opone la palabra, y precisamente de esa tensión se alimenta esta majestuosa “Drive My Car”, adaptación libérrima de un relato de Haruki Murakami que Hamaguchi convierte en la crónica de dos cuerpos que, a través del viaje y del lenguaje, aprenden a reconciliarse con su duelo, con esas ausencias que los hechizan desde la pérdida, para entregarse a una vida que, sí, es paz pero también incertidumbre.

“Happy Hour” nació de un taller de interpretación que este crítico quiere imaginar como el que Yusuke, célebre director teatral que arrastra la muerte de su esposa y de su hija como si de la roca de Sísifo se tratara, organiza en “Drive My Car” para ensayar un montaje del “Tío Vania” de Chéjov con actores que hablan distintos idiomas. La relación de Yusuke con esos intérpretes y los ecos de la obra chejoviana que rebotan en las esquinas de esta magnánima película son tan importantes como los viajes en coche que Yusuke comparte con Misaki, su melancólica chófer. Compartir es la palabra: en un autoimpuesto presente de indicativo, que rechaza el flashback como invocador de la memoria, la película conjuga ese verbo con una insólita generosidad, como si el destino de todos los personajes, hasta el más secundario, fuera celebrar la experiencia de estar vivo a través de una comunicación que no sabe de pantallas.

Nos hemos apresurado a etiquetar a Hamaguchi como cineasta de la palabra, pero el clímax final de “Drive My Car”, uno de los más bellos del cine reciente, demuestra lo contrario. El lenguaje de signos de la actriz que interpreta a la Sonia de “Tío Vania”, en un escenario rebosante de un silencio cósmico, demuestra hasta qué punto es fundamental el gesto en una película que busca, tanto desde lo íntimo como desde lo épico (de su duración: tres horas que pasan en un parpadeo), la esencia de la empatía en un modo de escuchar con la mirada.

Lo mejor

La inteligencia y sensibilidad con que habla del duelo y la pérdida, de la relación entre vida y arte, y del gesto y la palabra.

Lo peor

Que sus tres etéreas horas puedan despertar las reticencias del gran público.