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«Mi padre, Luis Rosales, nunca supo quién mató a Lorca»

El hijo del poeta y académico rememora al conocido autor de «La casa encendida» o «Abril» y lo que supo sobre el asesinato del autor de «Bodas de sangre» en agosto de 1936
Luis Rosales Camacho con su hijo Luis Rosales Fouz el día que le fue concedido el Premio CervantesL
Luis Rosales Camacho con su hijo Luis Rosales Fouz el día que le fue concedido el Premio CervantesLArchivo Luis Rosales Fouz
  • Víctor Fernández está en LA RAZÓN desde que publicó su primer artículo en diciembre de 1999. Periodista cultural y otras cosas en forma de libro, como comisario de exposiciones o editor de Lorca, Dalí, Pla, Machado o Hernández.

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«Una guerra civil no se acaba nunca». El poeta y académico Luis Rosales Camacho solía repetir esta frase a su hijo Luis Rosales Fouz, un resumen de lo que fue para él llevar sobre sus hombros el ser uno de los protagonistas de uno de los más controvertidos episodios de la contienda bélica en España: el asesinato de Federico García Lorca. Rosales ocultó al poeta en su casa, de donde fue detenido por Ramón Ruiz Alonso para llevarlo hasta el Gobierno Civil de Granada. Era el 16 de agosto de 1936 y fue allí donde se perdió el rastro del poeta para siempre. Posteriormente fue asesinado y enterrado en algún lugar desconocido entre Víznar y Alfacar.
Este drama persiguió a Rosales toda su vida, pese a que después de la guerra, se convirtió en una de las más importantes voces líricas de su tiempo. Autor de títulos imprescindibles como «Abril», «La casa encendida» o «El contenido del corazón» en 1983 fue galardonado con el Premio Cervantes. Amigo y confidente de Lorca, Pablo Neruda o Miguel Hernández, sorprendentemente no existe ninguna biografía sobre él, salvo alguna aproximación como «La calumnia» de Félix Grande. Su hijo ha publicado, junto con Cova Sánchez-Talón, «Desde que tus pasos me abren el camino. Un paseo por el Madrid de Luis Rosales» (Visor Libros). La edición del volumen ha coincidido con la aparición de Rosales Fouz por redes sociales, donde está dando a conocer algunos materiales ignorados hasta ahora sobre su padre. Tal vez era el momento de hablar con él y plantearle algunas preguntas sobre el episodio.
Hace unas semanas contacté con Rosales Fouz, hasta hace años empleado de banca y hoy consagrado a la divulgación de la obra de su padre. Accedió con la condición de que nuestra conversación no se centrara únicamente en el crimen de 1936. Estuve de acuerdo. También para quien esto escribe era una manera de quitarse una espina: en 1989 escribí, con cierta ingenuidad infantil, una carta a Luis Rosales que no obtuvo contestación. «¿A que no respondió? Es que mi padre no contestaba las cartas y si lo hacía ya era muy tarde», me recuerda el hijo del poeta. Me explica una anécdota muy ilustrativa sobre los problemas de su padre con la correspondencia. Un día le pidió a Fernando Quiñones que contestara en su nombre la misiva de una joven que quería dedicar una tesis al autor de «La casa encendida». Había sido dos años antes desde Alessandria. Cuando Quiñones se puso en contacto con la estudiante, respondió su madre: su hija se había casado, se había instalado en Florencia y la tesis finalmente la había dedicado a Leopardi.
Rosales Fouz me habla de cómo Joaquín Amigo y Federico García Lorca se convirtieron en los primeros apoyos importantes de su padre en el mundo de las letras. Lorca hizo todo lo posible por respaldar a Luis Rosales y le abrió varias puertas, además de presentarle a aquellos que confiaba que podrían ser un apoyo para aquel jovencito llegado de Granada. De esta manera, por ejemplo, pudo adentrarse en las salas de la mítica Casa de las Flores de Neruda. Un día, el autor de «Romancero gitano» invitó a su amigo a que fuera a verlo a su casa de la calle Alcalá, en la que estaba posando para el pintor José Caballero: quería que se hicieran amigos. «Mi padre empezó a poner pegas al retrato, que si debía cambiar el color del mono azul que vestía Federico, que si debía hacerle más entradas... Es decir, que tenía que repertirlo. Mi padre era así», me confiesa entre risas Luis Rosales Fouz. Evidentemente, Rosales y Caballero se hicieron muy amigos.
Hablamos también de un poeta totalmente vigente, «con unos versos que no dejan indiferentes, que te atrapan», como me dice su hijo. Cualquiera que haya leído «La casa encendida» lo sabe y no puede evitarse identificarse con ese «náufrago metódico» que fue Luis Rosales. El responsable de la divulgación de su obra me habla de algunos de los proyectos literarios que se preparan y que irán apareciendo próximamente en sellos como Renacimiento o Visor. Me cuenta también de la estima que sienten por los versos del poeta autores como Pere Gimferrer o Luis García Montero, responsable de una ejemplar antología poética en Visor. Luis Rosales fue el poeta que amaba la palabra precisa y que no le importaba pasarse horas estudiando en la Biblioteca Nacional para conocer mejor a autores tan queridos por él como Cervantes.
Conversamos sobre el célebre poema «Autobiografía» que concluye con dos versos impresionantes por su sinceridad: «sabiendo que jamás me he equivocado en nada,/ sino en las cosas que yo más quería». En ellos hace referencia al hecho de no haber podido ser, como hubiera deseado, catedrático, además del asesinato de su amigo, el acontecimiento que marcó a un joven veinteañero que solamente quería ayudar a Lorca.
«Federico estaba de paso en la casa. Iba a ser llevado al domicilio de Manuel de Falla», me confía Rosales Fouz para subrayarme que Lorca «no estaba escondido. Lo vio la gente que pasaba por la casa, muchos de los amigos de mi padre y sus hermanos». Nadie pensaba que hubiera una vida en juego, que la muerte rondara los muros de la casa. Un día antes de llegar a casa de la familia Rosales, un grupo de hombres armados había entrado en la Huerta de San Vicente, la finca de los García Lorca, buscando a otros hombres, pero al reconocer al poeta lo amenazaron. «Le removieron los papeles, usaron palabras subidas de tono y se asustó», me añade Rosales para puntualizar que fue entonces cuando el poeta decidió pedir ayuda a su padre Luis Rosales Camacho.
El 16 de agosto de 1936, un grupo armado, capitaneado por el ex diputado de la CEDA Ramón Ruiz Alonso, el matón Juan Luis Trescastro y el ingeniero derechista Luis García-Alix llegó al hogar de los Rosales. Ninguno de los hombres de la casa estaba allí, solamente las mujeres. Por la noche, cuando Luis Rosales se presentó, no lo dudó y se fue hasta el Gobierno Civil para aclarar los hechos. Lo acompañó su hermano Pepe, uno de los principales nombres de Falange en Granada, y Cecilio Cirre, entre otros. «Mi padre no vio a Federico ese día. No lo pudo ver. Tampoco se pudieron reunir con el gobernador civil porque allí no estaba», me dice Rosales Fouz. Esto desmiente el testimonio de José Rosales quien afirmó a Ian Gibson, pocos días antes de su muerte, que había tenido esa noche una violenta entrevista con el gobernador José Valdés, el mismo que le había permitido ver un momento a Lorca. «Creo recordar que el tío Pepe no lo vio esa noche porque parece que Valdés no estaba. Fue al día siguiente cuando tuvieron el encuentro, bueno, el “encontronazo”», me ratifica.
¿Investigó Luis Rosales quién mató a su querido amigo? «Mi padre nunca supo quién mató a Lorca. No se preocupó de investigarlo». ¿Se enteró de dónde fue asesinado y enterrado? «No, no lo supo nunca». Todo aquello era demasiado doloroso. Además, tras la detención Luis Rosales fue sentenciado. «Mi tío Pepe vio a Valdés a la mañana siguiente. Fue en ese momento cuando le dijo que se preocupara de su hermanito, así se lo dijo. Claro, corría peligro de muerte por haber escondido a un enemigo». Luis Rosales Fouz sabe que su padre salvó la vida porque pagó una multa considerable. «También le debía la vida a Narciso Perales que lo salvó de morir».
Cuando nos despedimos tengo la sensación de que por fin obtuve la respuesta a aquella carta enviada en 1989.