Luis Tosar: “Las cloacas del Estado son más feas de lo que elegimos creer”
«Código Emperador», de Jorge Coira, se estrena hoy e inaugura el Festival de Málaga de 2022 con una historia sobre los «fontaneros» de los servicios secretos
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Viene de ser nominado por novena vez al Goya, pero Luis Tosar (Lugo, 1971) no tiene intención de parar. Después de meterse en la piel de un etarra arrepentido, el intérprete gallego protagoniza ahora «Código Emperador», película inaugural del 25.º Festival de Málaga en la que da vida a uno de los conocidos como «fontaneros» de los servicios secretos. Esos de los que sabemos tanto y a la vez tan poco y que han salpicado la actualidad política en los últimos años, erigiéndose como guardianes ilegítimos del orden establecido. Gracias al buen pulso del director Jorge Coira, amigo desde la juventud de Tosar, y la solvencia de Alexandra Masangkay, María Botto o Miguel Rellán el «thriller» trasciende la acción más pura y vira hacia el suspense, con empresarios, políticos, jueces y periodistas traficando con sus propios intereses e influencias en un juego en el que solo pierde la ciudadanía. A buen ritmo, y jugando con la realidad y esos referentes que cualquiera con dos informativos encima puede asociar a lo verídico, «Código Emperador» se instala en una tradición reciente de nuestro cine (”B”, “El reino”) que, ante la imposibilidad de ponerle nombre y apellido a la infamia por lo alambicado de nuestras leyes, intenta llevarla al cine en clave de adrenalina con un resultado espectacular y vistoso. Correcta y solvente, la película de Coira se vuelve amoral y muy disfrutable en su tramo final, cuando la red de mentiras se desmonta por su propio peso y el filme disfruta la hamartía de su antihéroe.
Su película abre el festival, pero también produce y actúa como uno de los «Canallas» de Daniel Guzmán.
Estoy en todo, ¿verdad? Creo que es porque soy muy detallista (ríe).
La película se estrena en un contexto en el que el espionaje político está de actualidad...
No sé decir cómo afecta a la publicidad de la película, pero al espectador creo que no le viene mal tener una guía explícita de cómo podría ser un caso como el de la película en la vida real. Sabiendo que estas cosas ocurren, en «Código Emperador» hemos intentado contar el cómo se llega de la manera más inteligente posible. Una de las cosas más interesantes es poder abrir los ojos a mucha gente sobre las noticias que, aparentemente, se suceden sin relación de consecuencia en la política. Dimisiones o nombramientos extraños que no tienen mucho sentido.
¿Cómo se le da forma a un personaje en esencia invisible?
Jugando con esa misma ventaja. Como no conocemos a estos «fontaneros» podrían tener mi cara perfectamente. Nos pareció exactamente el punto de apoyo sobre el que crear al personaje, teníamos libertad. Cualquiera podría hacer este trabajo siempre que no renuncie a manejarse con total soltura en la mentira y sus consecuencias.
¿Las cloacas del Estado son tan feas como en la película?
Seguramente hayan ocurrido cosas peores que las que nosotros mostramos en la película, porque las cloacas son más feas de lo que elegimos creer. Quizá para poder vivir más tranquilos. En los últimos tiempos se han sucedido noticias que aportan una cierta transparencia a estos hechos, pero nunca sabremos la versión completa. Y eso es terrible.
¿Se puede llegar a empatizar con un personaje así?
De alguna manera extraña, creo que sí. Es un tipo que tiene ideales, pero de vez en cuando los guarda para hacer su trabajo. ¿Es eso tenerlos? Pues no lo sé, pero sí sé que hay un momento en la película en el que se acuerda de sus valores y decide actuar en consecuencia. No me gustan sus métodos ni las líneas que traspasa, pero me interesan sus dudas, su cuestionamiento de la podredumbre del sistema. A él le reclutan para defender la seguridad nacional, y ahí está su ideal, pero acaba convirtiéndose en un «fontanero» más al servicio de intereses muy concretos. Se convierte en alguien que defiende el estatus quo más que la patria. Y cuando se cruza con el personaje de Alexandra se da cuenta de hasta dónde está metido y explota como para querer dejarlo atrás. Con todos los sacrificios que eso conlleva.
¿Cuál es el papel de los festivales en 2022, cuando ya convive el cine en salas con el que va a plataformas?
Son una celebración de nuestro cine y es algo que nunca deberíamos olvidar. A veces los convertimos, o la industria los convierte, en comercio y no me gusta. Lo deben ser en parte, y lo son, porque hay ventanas comerciales para ello, pero no podemos olvidar su función principal. No soy ingenuo, porque hay que seguir plantando semillas y de esas conversaciones salen las películas del futuro, aunque lo primordial es el cine como arte, su visibilidad y accesibilidad. Los festivales son el mejor lugar para celebrar el cine porque, por ejemplo, me dan la posibilidad de estar hablando contigo y, justo después, escuchar en directo cómo reacciona la gente en el pase. No hay nada más puro que la proyección, más orgánica que las reacciones en redes sociales, por ejemplo.
¿Y la inmediatez no los consume?
Cuando estamos intentando salir de una pandemia y estalla una guerra muy cerca, es normal que haya una tendencia a encerrarnos en nosotros mismos, pero los festivales sirven para combatir ese ensimismamiento.