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Josefa Ros: “A aburrirse, como a todo en la vida, también hay que aprender”

En su sorprendente y ameno ensayo la autora reflexiona sobre «la enfermedad del tedio», que no es precisamente nueva

George Wilson y Catherine Spaak en «El aburrimiento» (1963), de Damiano Damiani
George Wilson y Catherine Spaak en «El aburrimiento» (1963), de Damiano DamianiEmbassy Picturesfreemarker.core.DefaultToExpression$EmptyStringAndSequenceAndHash@69f48aa5

Aunque todos nos aburrimos, no siempre lo admitimos. A veces porque, como dice Josefa Ros, investigadora postdoctoral en la Universidad Complutense de Madrid, hacerlo «supone casi tanto como confesar que somos incapaces de llenar nuestro tiempo con actividades significativas y de exprimir al máximo este regalo improbable que es la vida». Especialista en Estudios del Aburrimiento, es también fundadora y presidenta de la International Society of Boredom Studies, y su sorprendente ensayo «La enfermedad del aburrimiento», rigurosa y, pese al propio concepto, amena reflexión sobre este fenómeno cotidiano, llega a las librerías el 28 de abril.

¿Por qué decidió escribir sobre el aburrimiento?

La enfermedad del aburrimiento responde a una necesidad de desambiguar algo tan cotidiano y a la vez tan ignoto como es el aburrimiento. Todos creemos saber qué es, sin embargo muy pocos son capaces de definirlo. Esto sucede porque empleamos el concepto de «aburrimiento» para referirnos a experiencias que, estando relacionadas, difieren en ciertos matices esenciales. Decimos que nos aburre una película o un libro, pero también que nos aburren los políticos o el sistema. Lamentamos aburrirnos cuando no sabemos qué hacer, pero sufrimos aburrimiento desarrollando todo tipo de actividades, sobre todo, si representan una obligación. Todos los casos tienen algo en común, el malestar, pero no es igual aquel que se siente momentáneamente cuando estamos esperando el autobús que el que se apodera de nuestro ser bajo la experiencia del «ennui de vivre». En algún momento se me ocurrió que se podría dominar el dolor que nos infringe la enfermedad del aburrimiento.

¿Cuál sería, entonces, una definición muy breve y casi intuitiva de lo que significa?

Es un estado de malestar provocado por un desequilibrio entre nuestra necesidad de estimulación o satisfacción interna y el grado de estímulo o satisfacción percibido en una determinada situación.

¿El aburrimiento hay que enfrentarlo o aprovecharlo?

Inevitablemente vamos a tratar de enfrentar el aburrimiento. Es lo que hacemos de manera habitual con lo que nos produce dolor. Está en nuestra naturaleza el tratar de poner los medios para huir de lo que nos causa malestar. El hecho de que el aburrimiento sea doloroso lo convierte en un estado reactivo. Nos hace reaccionar para desasirnos de esa situación de la que emana y que nos está fastidiando, en la que no podemos y no queremos permanecer. Nos encamina hacia la búsqueda de alternativas a lo presente. Ese movimiento se puede aprovechar. Lo que propongo en mi obra es una batería de conceptos y herramientas que pueden ayudarnos a aprovechar ese impulso.

Sin embargo, casi siempre huimos de él…

Sí, constantemente. Una vez lo hemos experimentado huimos mecánicamente como huiríamos de cualquier situación que supiésemos o intuyésemos que nos va a causar dolor y malestar. Es lógico querer llenar nuestro tiempo con quehaceres y actividades que alejen la posibilidad de sufrir ese malestar. La dificultad estriba en elegir las que sean significativas y nos reporten una verdadera satisfacción.

¿Ha descubierto algo sobre el aburrimiento que la haya sorprendido?

Lo más sorprendente fue descubrir que la historia del aburrimiento, especialmente si nos referimos a la de sus acepciones patológicas, es mucho más antigua de lo que solemos pensar. En este libro rastreo los testimonios escritos que dan cuenta del padecimiento de este tortuoso estado a lo largo de la historia de Occidente. En este recorrido se descubren los innumerables lugares de la filosofía, la teología, la literatura o la medicina en los que el aburrimiento aparece emparentado con la enfermedad, con los trastornos mentales e incluso con el suicidio. ¡Y lo sorprendente es que muchos colegas todavía puedan seguir afirmando sin problema que el aburrimiento es una cosa moderna!

¿Se puede aprender algo del aburrimiento?

Lo que recomiendo es que nos lancemos a conocer el aburrimiento, sus causas y su naturaleza, siempre que lo experimentemos; que nos detengamos a analizar qué nos está queriendo decir, por qué lo estamos padeciendo, de dónde viene y qué es lo que está fallando. Este ejercicio requiere paciencia. Una vez comprendamos la raíz es el momento de diseñar una estrategia de cambio y de ponerla en práctica. Lo más común es que busquemos el camino más rápido y acabemos embarcándonos en otra actividad insignificante. A veces, la frustración frente a la imposibilidad de llevar a la práctica nuestra estrategia de huida nos predispone a dar carpetazo al aburrimiento a través de conductas desadaptativas. Pero si dedicamos al ejercicio de comprensión el tiempo que reclama, podemos entrenar nuestra capacidad para detectar y llevar al plano de lo consciente lo que nos causa aburrimiento y diseñar una estrategia de huida según los recursos disponibles. Así se evita la frustración recurrente. A aburrirse, como a casi todo en la vida, también hay que aprender. La enfermedad del aburrimiento es un primer paso para que los lectores empiecen a mirar al suyo como nunca antes lo habían hecho, con sentidos nuevos.

El poder destructivo del tedio
★★★★☆
Desde el despertar del conocimiento, el concepto del aburrimiento ha suscitado análisis filosóficos, pero, ahora, también patológicos
Dijo una vez en cierta entrevista Graham Greene que, cuando estaba en la universidad, quedó atrapado en la desesperación: «Era una época en que estaba sumido en un gran aburrimiento, un gran tedio. Era muy excitante jugar a la ruleta rusa. Cada vez exigía tomar una gran decisión: la decisión de disparar». Tuvo suerte y abandonó vivo el juego a la quinta vez, pero hubo otros que fueron más allá: Yasunari Kawabata se asfixió, a los setenta y dos años, con gas dando así fin al tedio que significaba para él la vida desde su temprana orfandad. Arthur Schopenhauer, por su parte, dijo que la necesidad y el tedio son los dos polos de la vida humana y que esto último encontró un cauce de evasión mediante la invención del turismo. De ejemplos como estos en el terreno literario hay incontables. Pues bien, en relación con el tratado aburrimiento es toda una experta Josefa Ros Velasco, fundadora y presidenta de la International Society of Boredom Studies y autora de esta notable historia cultural de la también llamada acedia, que suele vincularse con la melancolía. Precisamente sobre ello pone el foco en su prólogo Carlos Javier González Serrano, que recuerda lo que escribió Fernando Pessoa en el «Libro del desasosiego»: que «el aburrimiento es la grave enfermedad de sentir que no vale la pena hacer nada». De ahí que Ros enfoque su ensayo desde lo patológico, como una dolencia más de nuestra vida cotidiana. Estudia así esta investigadora postdoctoral en la Universidad Complutense de Madrid cómo era entendido el aburrimiento en la Edad Antigua y durante el cristianismo medieval; por otro lado, se adentra en la llamada «abdominia de los ilustrados»; examina las caracterizaciones contemporáneas del aburrimiento en psicología y psiquiatría, e incluso nos muestra, con gran perspicacia y erudición, las «bondades» del aburrimiento; no duda en catalogar éste de anomalía y, ciertamente, puede llegar a ser autodestructivo, pernicioso incluso, al interrumpir «el común transcurrir de las horas haciendo las veces de una afección que se ha de curar», y parando el reloj, la vida, que «se vacía de sensaciones, perdiendo todo su sentido y arrojándonos a una insoportable incomodidad», explica meridiana.
Lo mejor: que incluye razones filosóficas, psicológicas, antropológicas y existenciales sobre el tema
Lo peor: tal vez algún lector vea exagerado el aburrimiento como algo enfermizo y no más corriente
Toni MONTESINOS