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Historia

El siglo XXI, la nueva etapa dorada del colonialismo

El historiador David Van Reybrouck, que publica «Revolución», la historia oral de la independencia de Indonesia, advierte contra el nuevo colonialismo y cómo está afectando a las generaciones del futuro

Soldados holandeses y presos indonesios en 1947
Soldados holandeses y presos indonesios en 1947Nationaal Archieffreemarker.core.DefaultToExpression$EmptyStringAndSequenceAndHash@69f48aa5

El mundo avanza hacia una nueva época dorada del colonialismo. O eso, al menos, considera el historiador belga David Van Reybrouck. «Todavía existe una clara mentalidad colonialista en Occidente. Se puede apreciar en esa especie de superioridad moral que mantenemos, lo que demuestra que el ideal de igualdad que preconizaba la Revolución Francesa no ha calado en todos los europeos. Pero también se ve en una moderna colonización, que, en el fondo, es la antigua y que está colonizando el futuro». Cuando se le pregunta en qué consiste la expresión «colonizar el futuro», más que una respuesta lo que brinda es una previsión escalofriante de lo que nos aguarda en el horizonte más inmediato y cercano. «Estamos apropiándonos de los recursos naturales de las próximas generaciones y eso conlleva que nuestros hijos tengan menos libertad. Estamos ya, hoy en día, influyendo en su salud y su manera de vida».

Para él, estamos comportándonos de una manera semejante a como lo hicimos en el pasado, con una lógica cortoplacista y sin reparar en las consecuencias. «Nos centramos en obtener el máximo beneficio sin tener en cuenta a los demás y lo que puede conllevar. Si miramos el mapa del mundo, observamos qué países emiten gases invernaderos y cuáles son las naciones vulnerables al cambio climático. Enseguida nos damos cuenta de que es una copia exacta del mapa colonial. Las zonas templadas del hemisferio norte son las que emiten CO2 y las de los trópicos, las que sufren las consecuencias. Comparto el temor de los que piensan que vamos hacia una era de esplendor del colonialismo. Gramsci aseguraba que hay que combinar el pesimismo del intelectual con el optimismo de la voluntad, pero mi análisis para los siguientes años es este».

Van Reybrouck no existe ninguna confusión y hoy en día prevalece «una forma de brutalidad que vemos a diario, con la que estamos familiarizada y que es abyecta. Es una forma de brutalidad de la que apenas somos conscientes. Un chico de 15 años que viva en el Chad apenas dejará huella ecológica, será casi inexistente, pero, en cambio, será él quien se verá afectado por la desertización. Hay una clara continuidad entre el colonialismo histórico y el cambio climático». David Van Reybrouck acaba de publicar «Revolución» (Taurus), un extraordinario volumen que explica la independencia de Indonesia, que sucedió entre 1946 y 1949, a través de los testimonios orales de los supervivientes. Una obra exhaustiva, amena y tan polémica como el estudio que dedicó al genocidio que se cometió en el Congo bajo el reinado de Leopoldo II de Bélgica. «Los holandeses llevaban en Indonesia desde el siglo XVII y, sí, hubo actos de genocidio durante este tiempo. Los holandeses prohibieron a los nativos vender especias a los españoles y portugueses, y los pueblos que los desobedecían sufrían un severo castigo. En una ocasión, para aplicar un castigo ejemplar, se cometió una masacre de la población de unas 15.000 personas. Los que sobrevivieron, fueron llevados como esclavos a Yakarta». Él mismo se apresura a subrayar que, no obstante, estos actos no pueden compararse para nada con la «explotación del Congo, que fue mucho peor y a una escala muy superior, pero hay que reconocer que la violencia formaba parte de las actividades comerciales holandesas».

Esta costumbre no desapareció durante la contienda que expulsó a los holandeses de este territorio. Después de unos años de dominación japonesa y apenas dos días antes de que Tokio capitulara, los indonesios, capitaneados por el entusiasmo de su población más joven, declaraba la independencia de la metrópolis. La guerra que se abrió trajo consigo las peores prácticas. «Conocía a un soldado holandés que fue torturador durante el conflicto. Me explicó en qué consistía su trabajo. Tenían un aparato para generar electricidad. Lo que hacían era poner sus dos cables dentro de los oídos de los indonesios que torturaban. También se los aplicaban en las manos y los genitales. Estos soldados holandeses, cuando patrullaban y encontraban a una persona sospechosa, le exigían que dijera dónde estaban sus amigos. La única forma de escapar de este infierno era hablar rápido y delatarlos». Este comportamiento no obedecía las convenciones de Ginebra ni los Derechos Humanos. De hecho, a muchos prisioneros, para no cargar con ellos, los ejecutaban sin más. «Efectivamente, los holandeses cometieron muchos crímenes de guerra. Los que solían cometerlos eran personas alistados sin motivaciones, sin entrenamiento, poca voluntad y nada de conocimientos sobre las armas. Hubo más víctimas de crímenes de guerra que víctimas de la guerra».

El historiador, que reconoce que «la guerra promueve que se cometan atrocidades, mira lo que estamos viendo en Ucrania», denuncia el recorte de la enseñanza de historia y lo explica con claridad. «En Holanda existe un analfabetismo histórico. Ahora tengo que hacer un tour y tengo que explicarles su propia historia. Se quedan conmocionados. La conciencia histórica es importante», comenta, sobre todo para comprender el colonialismo y tener presente los errores y las atrocidades que se cometieron. Un asunto difícil ahora que arrecian los nacionalismos y las humanidades quedan desplazadas en los planes de estudio. «No existe nada de malo tener un sentimiento nacional, pero si este te aísla del resto del mundo y de lo que ha hecho tu país en el pasado, lo que sucede es que no te estás enterando de nada. En Holanda existe un sentimiento patrio, por la libertad que alcanzaron pronto, por eso mismo les cuesta aceptar las páginas negras de su historia cuando se ha tenido un marco tan positivo. Lo que hay que hacer es construir una visión más globalizada de la historia».

¿Qué hacer con las estatuas de los colonialistas?

David Van Reybrouck explica que la manera actual que tenemos de explotar los recursos naturales es semejante al colonialismo del pasado y que esta forma de aprovecharnos hoy de ellos, supondrá un problema muy grave en un breve periodo de años. Pero también admite que él está en contra de este movimiento iconoclasta que derriba las esculturas de personajes vinculados con los peores actos que se cometieron en épocas anteriores de nuestra historia y que ahora se están cuestionando a nivel global. «Es cierto que en nuestras ciudades hay esculturas de las que ya no estamos tan orgullosos como antes. Yo considero que hay que contextualizarlas, explicarlas o trasladarlas a otro lugar más que derribarlas. Pero hay algo que me frustra en esta iniciativa. Si estas personas emplearan solo el 10 por ciento de la energía que ponen en retirar las estatuas de estos personajes en reivindicar energías más limpias, ayudarían más, sobre todo a las poblaciones desfavorecidas que sufren las consecuencias de este colonialismo. Estas reivindicaciones contra el pasado colonial son legítimas, pero también deberían traducirse en acciones más concretas y más positivas».