Editorial
Justicia y Ley contra los crímenes de guerra
La impunidad en torno a este nuevo genocidio que se gesta en el este de Europa sería otra manera de capitular ante el mal
Ayer conocimos una nueva atrocidad de esa categoría que evidencia que la humanidad es capaz de revolver sus peores instintos para dar rienda suelta a todos esos demonios bestializados sobre los que se ha jurado una y mil veces que nunca más. El imaginario colectivo de las generaciones sucesivas está plagado de nombres sellados con la sangre inocente de las víctimas que conforman una memoria atroz del mundo que rememora el sufrimiento y la barbarie como antídoto, por lo visto, imperfecto e insuficiente. Ucrania ha levantado de nuevo el velo de esa faz tétrica, la del envés de la condición humana, la que cíclicamente se banaliza mientras se practica el exterminio del otro. El alcalde de la ciudad ucraniana de Mariúpol ha revelado el hallazgo de una gran fosa común en la que podrían estar enterrados entre 3.000 y 9.000 cadáveres, según las imágenes vía satélite, que sería 20 veces mayor que la de Bucha. Es la última de un mapa siniestro de ubicaciones de la crónica negra de esta guerra desatada por Putin. En paralelo Naciones Unidas ha confirmado «evidencias cada vez mayores» de crímenes de guerra y ha proclamado como cierto que las tropas rusas han perpetrado ejecuciones sumarias de civiles. Dos meses de invasión y de contienda se han convertido ya en una eternidad de sufrimiento y dolor, en un inabarcable lecho de víctimas y en una trituradora de esperanza ante la que no cabe resignación, equidistancia o tibieza. El papel de los gobiernos occidentales y de las entidades supranacionales debe ser determinante no ya en el advenimiento del desenlace definitivo de la guerra –que ojalá se precipite–, sino como acicate y ariete incansables en el socorro de las víctimas que se cuentan por millones y en la persecución y castigo de los verdugos rusos que hoy ejecutan con frialdad el presente y el futuro de Ucrania bajo las órdenes del Kremlin que amenaza con extender la ofensiva y anexionarse todo el sur de una nación soberana. El tribunal penal internacional ha expresado la decisión de esclarecer todos los delitos cometidos. El fin último pasa por que el concepto supremo de la justicia prevalezca y los monstruos penen por tanta abominación también como una expresión moral superior. Será el único epílogo tolerable y admisible para las sociedades libres, cuando callen los cañones y el silencio del duelo infinito ofrezca la paz a los muertos a través de los vivos y de la sentencias. Italia y España urgieron ayer a agilizar una investigación internacional. Es lo íntegro. Sin embargo, sería terrible que toda la contundencia y la voluntad que los políticos de las democracias enarbolan hoy contra el señor de la guerra de Moscú fueran sacrificadas en el altar de una paz que sería entonces inicua. La impunidad en torno a este nuevo genocidio que se gesta en el este de Europa sería otra manera de capitular ante el mal.
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