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¿Por qué no suelen sonreír los protagonistas de las obras de arte?

En un principio, podríamos pensar que los occidentales de los siglos pasados se abstenían de sonreír para los retratos para evitar mostrar su mala dentadura. No obstante, la mala higiene dental era tan común que no se consideraba un detractor del atractivo de la época
La Razón

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Para muchos, el museo representa una experiencia de pomposa seriedad. Caminar por esos grandes salones entre miles de obras de arte de cientos de años de antigüedad en solemne silencio ayuda a esa sensación, pero lo que de verdad hace que ese tono se instaure en todo el complejo, es la falta de una sonrisa en esas obras. Durante la mayor parte de la historia humana registrada, la sonrisa ha estado “profundamente pasada de moda”, explicaba el escritor Nicholas Jeeves en su ensayo “The Serious and the Smirk: The Smile in Portraiture”. En un principio, podríamos pensar que los occidentales de los siglos pasados se abstenían de sonreír para los retratos para evitar mostrar su mala dentadura. No obstante, la mala higiene dental era tan común que no se consideraba un detractor del atractivo.
La respuesta es mucho más simple, hoy percibimos la sonrisa como una indicación de amistad, felicidad o afecto y es un requisito indispensable para las fotografías, que toman un instante en realizarse. Sentarse para un retrato, por otro lado, toma horas y posar era un trabajo extenuante, todos sabemos lo desagradable que es mantener una sonrisa durante demasiado tiempo. “Una sonrisa es como un rubor”, escribió Jeeves, “es una respuesta, no una expresión per se, y por lo tanto no se puede mantener ni registrar con facilidad”. Si un pintor lograba convencer a su modelo para que lo retratara con una media sonrisa, el retrato resultante se percibiría de inmediato como radical y la sonrisa se convertiría en el foco de la imagen.
El artista renacentista italiano Antonello da Messina fue uno de los pocos en volver constantemente a la sonrisa en su trabajo. Messina se formó en las técnicas vanguardistas de la pintura al óleo desarrolladas en los Países Bajos, que priorizaban la observación directa de la naturaleza e introdujo la sonrisa en sus retratos para indicar la vida interior de sus modelos representados de manera realista. Su “Retrato de un hombre” de alrededor de 1475 es muy anterior a la Mona Lisa de Leonardo da Vinci (1503-19), considerado durante mucho tiempo el dueño de la sonrisa más enigmática del arte.
La sonrisa enigmática
Nadie sabe cómo convenció Leonardo a la Mona Lisa para que sonriera, ya que su expresión, de labios apretados, probablemente era bastante difícil de mantener. La ambigüedad de su significado habla del debate más amplio sobre la boca en el retrato: “un conflicto continuo entre la seriedad y la sonrisa”, describió Jeeves, a lo que añadió: “Yo diría que la mayor sonrisa de Leonardo en realidad aparece en su San Juan Bautista (1513-16), que es una imagen bastante desconcertante”.
Años después, en el siglo XVII en Europa, los aristócratas decidieron que mostrar los dientes en público y en el arte, era una expresión lasciva reservada para las clases bajas, los borrachos y los artistas teatrales. Los holandeses, sin embargo, estaban especialmente comprometidos con la representación de la vida cotidiana, con sonrisas y todo. Debido a los muchos pintores que capturaron libremente a los sonrientes y juerguistas miembros de las clases bajas, Jan Steen, Franz Hals, Judith Leyster y Gerrit van Honthorst entre otros, ”lo ‘holandés’ en la pintura y en la vida”, relataba Jeeves, “fue a menudo una abreviatura de la sociedad para el libertinaje”. El encanto duradero de las sonrisas reservadas y con los labios cerrados como la de la Mona Lisa, por otro lado, se presentan en retratos elegantes de mujeres de élite para sugerir un aura tímida y seductora de disponibilidad sexual. Sin embargo, casi inmediatamente después de la invención de la fotografía a mediados del siglo XIX, la sonrisa fugaz se convirtió en una parte estándar del retrato, donde se encuentran importantes críticas políticas y comentarios sociales que a lo largo de la historia del arte han dicho mucho sobre nuestra voluntad de vernos realmente a nosotros mismos y a los demás.