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Meritxell Colell: “Hacer cine arraigado a la cotidianidad es un acto político”

La directora catalana estrena “Dúo”, en la que un viaje artístico por el norte de Argentina y Chile le sirve para reflexionar sobre las crisis existenciales y de pareja
ATALANTE / NURIA AIDELMAN
La Razón
  • Matías G. Rebolledo

    Matías G. Rebolledo

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Definir una película tan compleja, tan rica y estéticamente estimulante como «Dúo» es complicado. El cine de Meritxell Colell, que firma aquí su segundo largo de ficción tras «Con el viento» (2018), no solo es arriesgado en la forma –gracias a su experiencia como editora–, sino que lo es también en un fondo argumental y discursivo que se las apaña, sin aspavientos ni relatos grandilocuentes, para epatar en las emociones más básicas, esas que son capaces de convertir una historia intimista y elegantemente etnográfica de dos bailarines de gira en el más universal de los cuentos, en un filme tan de nicho que es, al final, para todos. Todavía sin saber que su trabajo le valdría el premio a la Mejor Dirección en la sección paralela del último Festival de Málaga, Colell atendía, tan matemática y a la vez tan poética como la métrica de su película, a LA RAZÓN. «Dúo» toma la forma de viaje, pero en realidad es una excusa de Colell para explorar el dolor de los finales, como en alegórica danza de los corazones rotos para firmar una pequeña obra maestra.
¿De dónde viene la idea para “Dúo”? ¿Estaba ya presente al terminar “Con el viento”?
-Cuando terminamos “Con el viento” había una necesidad y un deseo mutuos con Mónica (García) de seguir trabajando juntas. Ambas teníamos ganas de seguir explorando a su personaje y a ella misma como actriz, porque sentíamos que el primer ejercicio había sido sobre lo rígido. Y, por otro lado, había en mí la voluntad de retomar un personaje que quería expandir. Cómo, por así decirlo, el proceso traumático de la venta de la casa en la película podría repercutir en el personaje. Dos de mis películas favoritas de la historia del cine son “I fidanzati” de Olmi y “Te querré siempre”, de Rossellini. Ambas hablan, a su modo, del fin de una relación. Por eso tenía muchas ganas de hablar de ello, de cómo decir adiós, de qué pasa cuando una relación pasa por ese altiplano emocional y la grieta es tan grande que ya no hay peleas, solo silencio. Y de cómo reinventarse, cómo renacer desde un lugar tan feo.
-¿Cómo se trabaja una intimidad actoral tan viva, tan rica como la de “Dúo”?
-Por un lado, todo parte de una residencia artística que duró un mes y de la que quedamos enormemente satisfechos. Fue con ambos actores, y trabajamos primero con el cuerpo. Como teníamos que crear un grupo de danza que, efectivamente, actuaría, escenificaría todo, quería que fuera lo más realista posible. Con la excusa de tener que levantar ese dúo de danza, pudimos también crear una memoria de pareja. Memoria artística y memoria interpretativa. Y eso generó una intimidad tremenda desde el día uno. Además, ellos generaron una química propia increíble, porque ambos son actores muy generosos. Su confianza en el otro lo fue todo para crear un ambiente positivo.
-¿Cómo se encuentra esa verdad, esa intimidad, desde lo discursivo? A veces la película se parece a un poema, a veces se acerca a lo documental... Y en otras parece teatro, pura dramaturgia en caravana.
-Para mí, hacer cine arraigado en la cotidianidad es un acto político. Sobre todo en tiempos en los que vivimos rodeados de artificio y virtualidad. Esa es la base de mi puesta en escena, el registro de la realidad en el centro de la película. La ficción, de alguna forma, aquí se adapta a esa realidad. Nunca al revés. De ahí también la importancia del paisaje, que por un lado es el reflejo del estado emocional de los personajes y por otro se corresponde al interior y al exterior de los mismos. Como decía Bachelard, “la inmensidad es un espacio íntimo”. Más allá de los paisajes están las personas, las culturas, las tradiciones, el folclore y la cotidianidad. Era importante que el viaje no se quedara en una mera mirada etnográfica y folclórica o turística, sino que también se cuestionara ese aspecto. Por eso quería poner a dos actores que hicieran lo mismo que nosotros como cineastas: ir a un lugar que no conocen a plantear una obra. Me gustaba el juego entre realidad y ficción, que es lo que permite que la película tenga un poder transformador.
-A nivel artesanal, hay una intimidad construida a partir del susurro, de lo sutil en el diseño de sonido. Quizá es idiota preguntarlo, pero, ¿por qué? ¿Es algo que nace ya en el guion original o es algo que encuentras por el camino?
-En relación al sonido hay muchas cosas que contar. Creo que lo más importante es el cómo, que fue yéndonos a una masía con Mónica (García) y Verónica Font (dirección de sonido). Y fue aisladas, en invierno. Nos nevó mucho. Intentamos generar intimidades donde ella pudiera poner cuerpo a la voz. Es decir, no trabajarlo desde un estudio, con esa idea de la voz en off canónica, sino con la intención de mostrar a alguien que estuviera pensando. Que se pudiera, de algún modo, sentir de esa manera. Como una voz interior en el sentido más amplio de la expresión. Fue muy fino y estoy muy contenta por el resultado.
-¿Estarías de acuerdo si decimos que “Dúo” es una película sobre el reconocimiento del dolor, de una grieta?
-Yo diría que “Dúo” habla sobre el dolor de la distancia. No sé si un reconocimiento explícito, pero sí una consciencia del dolor. Y de la distancia en todos los sentidos, con tu pareja, con lo que habías proyectado que sería tu relación, con tu arte, con el mundo propio que tan lejos te queda... Hay muchas distancias, mucho dolor y muchas heridas abiertas. “Dúo” es, quizá, el salto a tomar una decisión para cambiar las cosas. Sobre confrontar el lugar, por feo que sea, en el que estás en la vida.
-La zona geográfica que aborda la película está muy poco explorada en el cine. Quizá por el difícil acceso, quizá por la vergüenza para con lo indígena en Sudamérica... ¿Cómo se afronta lo explícitamente etnográfico para no ser condescendiente, para no ir vestido de David Livingstone a rodar una película así?
-Ese era el gran peligro y el gran reto de la película. Pero creo que la solución, por simple que pueda parecer, era intentar ser honestos con nosotros mismos y con la película que queríamos contar. Y también porque se trata de un proyecto muy largo, que empezó en 2018 con un primer viaje de documentación al norte de Argentina y Chile. De hecho, es que yo había estado en los carnavales de la zona ya en 2006, y es algo que me había marcado mucho. A ese primer viaje le siguieron otros cuatro, cada vez más inmersa en las tradiciones. Luego, para el rodaje, solo éramos un equipo de 11 personas y un tercio casi eran locales, de Salta o Jujuy. Eso fue fundamental, porque nos ayudaron a negociar los acercamientos, recomendarnos el cómo y el qué.
-¿Ha sido complicado levantar a nivel de producción, de dinero, la película?
-Sí, pero me parece importante reivindicar que la hemos levantado con dinero público. Solo con dinero público. Y eso es muy importante. Este cine solo existe porque hay ayudas públicas que lo permiten. Y, la verdad, que uno siempre considera difícil el poner en marcha los proyectos, pero si la comparo con “Con el viento”, no hay color. Aquella fue mucho más complicada de hacer. Quizá nos hubiera gustado escalar mucho más la película, hacerla más grande, pero la pandemia nos trastocó muchos de los planes. La hemos tenido que reinventar muchas veces sobre la marcha.