Godard-Truffaut: los dos amigos que se convirtieron en enemigos íntimos
Los autores más importantes de la “nouvelle vague” pasaron de colaborar conjuntamente a dejar de hablarse
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En 1949, Francia aún trataba de deshacerse de las heridas que le había provocado la Segunda Guerra Mundial. Lo hacía en todos los terrenos, también en el cinematográfico. En el verano de ese año, un joven con algunos problemas policiales a sus espaldas, pero con un gran conocimiento de todo lo que tiene que ver con el séptimo arte, regresa a París. Se llama François Truffaut y ha comenzado a relacionarse con un grupo de cinéfilos entre los que están, entre otras figuras, Alain Jeannel, Suzanne Klochendler, Paul Gégauff y Jean-Luc Godard. Son espectadores asiduos de la Cinemateca parisina y leen todo lo que cae en sus manos de los grandes maestros de la gran pantalla. Incluso François y Jean-Luc se sienten atraídos por una misma joven: Liliane Litvin.
A partir de 1954 coinciden también las páginas de “Cahiers du cinéma”, la publicación por excelencia para los amantes del cine. Allí escriben especialmente críticas, pero también hay espacio para las entrevistas con algunos de los grandes realizadores del momento, así como textos teóricos, especialmente de la mano de Godard. Sin embargo, sería Truffaut el autor, en esa revista, del más importante artículo, digamos manifiesto, que se escribió en ese tiempo y que puso las bases de lo que sería una nueva manera de entender el cine galo. Es “Cierta tendencia del cine francés”, aparecido en enero de 1954.
Una cosa era la teoría y otra la práctica. Fue Truffaut el primero en ponerla en celuloide en una película de culto que ha servido para despertar más de una vocación cinematográfica: “Los cuatrocientos golpes” que consigue una gran ovación en el Festival de Cannes de 1959. Es precisamente Truffaut uno de los autores de la sinopsis de “Al final de la escapada”, el filme con el que Godard se estrena como realizador. Incluso le pone en contacto con el productor Georges de Beauregard quien queda convencido tras leer las cuatro páginas de sinopsis escritas por François Truffaut.
Godard confió durante un tiempo en su amigo. Por ejemplo, le fue informando de su relación con la actriz Anna Karina en esta postal: “Ya no nos vemos nunca, lo cual es completamente estúpido. Ayer fui al rodaje de Claude [Chabrol]. Fue terrible porque no teníamos nada que decirnos. Como en la canción: a la pálida luz del alba no hay la más mínima amistad. Cada uno de nosotros ha emprendido viaje a su propio planeta y ya no nos vemos en primer plano sino sólo en plano grande. Las chicas con las que nos acostamos nos separan de día en día en lugar de unirnos. No es normal”.
Godard y Truffaut eran inseparables. Cuando en 1965 le ofrecen a François rodar una especie de película de serie b protagonizada por Jane Fonda y titulada “Bonnie and Clyde”, no vacilará en pasarle el proyecto a Jean-Luc. “Me he tomado la libertad de pasar Bonnie and Clyde a mi amigo Jean-Luc Godard para que lo lea, y a él también le ha gustado mucho”. La respuesta es inminente por telegrama: “Estoy enamorado de Bonnie y también de Clyde. Stop. Gustaría hablar con autores en Nueva York”. Sin embargo, por problemas de fechas de rodaje las cosas no saldrían adelante.
1968 es el año de las movilizaciones de los estudiantes en París durante el mes de mayo. Un poco, a la manera de antesala a aquellos hechos, Godard y Truffaut unen fuerzas para protestar ante la intención del poderoso ministro de cultura, André Malraux, de expulsar a Henri Langlois de la Cinemateca francesa. Langlois, que había fundado esa casa tan querida por los cineastas, fue readmitido gracias a las presiones, pasquines y telegramas que inundaron a Malraux mientras los estudiantes se preparaban para tomar las calles de la capital del Sena.
¿Qué pasó para que dos buenos amigos dejaran de serlo para siempre? Para ello tenemos que trasladarnos a 1973 cuando Truffaut está a punto de presentar “La noche americana”. Ha logrado convertirse en un nombre de cabecera del cine galo, algo que le ha valido muchas envidias. Godard no había ocultado su distanciamiento hacia lo que estaba rodando su antiguo camarada. Cuando Jean-Luc Godard asiste a un pase de “La noche americana” no puede morderse la lengua y le envía una carta en la que no se muerde la lengua: “Probablemente nadie te llame mentiroso, por eso lo hago yo. No es peor que llamarte fascista, es una crítica, y la crítica que nos dejan las películas de Chabrol, Ferreri, Verneuil, Delannoy, Renoir, etc., es de lo que me quejo. Tú dices: las películas son como trenes en la noche, pero, ¿quién coge el tren, en qué clase, y quién lo conduce con el “soplón” de la dirección a su lado? Esos también hacen películas-trenes”. En la misma misiva, Godard aprovecha para pedirle a Truffaut financiación para su nueva película: unos cinco o diez millones de francos. Toda una provocación.
Truffaut también contestó: “Aquí estás, en 1973, tan amante como siempre de los grandes gestos y los anuncios espectaculares, tan arrogante y dogmático como siempre, seguro en tu pedestal, indiferente a los demás, incapaz de renunciar a unas pocas horas de tu tiempo, con sencillez y generosidad, para ayudar a alguien. Entre tu interés por las masas y tu propio narcisismo no hay sitio para algo o alguien más (...) Eres la Ursula Andress de la militancia”.