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Ana María Sánchez: voz, estilo y dignidad profesional

Se marcha una soprano que tardó bastante en lanzarse al ruedo lírico y cambiar las aulas como docente por los escenarios como cantante
Scherzo
La Razón
  • Arturo Reverter

    Arturo Reverter

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Con tristeza hemos dado el último adiós a esta insigne soprano de Elda, Ana María Sánchez, que tardó bastante en lanzarse al ruedo lírico y cambiar las aulas como docente (había estudiado filosofía y letras y era filóloga) por los escenarios y salas de concierto como cantante, labor en la que se desempeñó durante casi 20 años con entrega, sapiencia, medios y serena compostura; con pasajeras interrupciones en busca de un mejor control de su peso.
Era una soprano lírica ancha, de muy homogénea pasta vocal, de timbre noble y grato, de extensión suficiente, con una muy natural y canónica proyección del sonido y una inteligente puesta en música, para la que jugaban tanto una técnica de regulación muy trabajada y una sensibilidad musical fuera de duda. Herencia sin duda, al menos en parte, de sus dos más importantes maestras, Dolores Pérez e Isabel Penagos, a las que en los primeros tiempos se unió el pianista Miguel Zanetti. Su canto poseía una efusión espontánea que encandilaba.
Era muy inteligente y sabía muy bien de lo que su voz era capaz, en qué repertorio podía desenvolverse mejor. Por eso medía bien sus pasos. Se apartó, por ejemplo, de papeles, como el de Abigaille de “Nabucco” de Verdi, propio de una “drammatica d’agilità”, que cantó en 1994 en Palma de Mallorca. Enseguida abordó el de Mathilde de “Guillermo Tell” de Rossini, que le iba como anillo al dedo y en el que, como en otros de similar rango, podía lucir su tornasolado sonido y su dorado espectro. Es cierto que en ocasiones pudiera echarse en falta en ella un metal más penetrante, más rico, y un mayor desahogo en la zona más aguda, en la que, a veces, tendría a abrir ciertas notas o al menos a no darles la redondez ideal.
Recordamos algunas actuaciones madrileñas especialmente significativas. Así una “Forza del destino”, de Verdi, en el Teatro Real en mayo de 2000, en donde cantó una Leonora sumamente matizada; o un concierto en el Teatro Real a las órdenes de López Cobos, en diciembre de 2001, con obras de Verdi, Giménez, Chueca, Chapí, Sorozábal, Granados y Fernández Caballero, en el que la suavidad de los ataques, el control del fiato, la naturalidad de los acentos y la variedad sin exageraciones de la expresión rayaron a gran nivel. Nos regaló etéreas medias voces y algunos filados de impresión Factores que determinaron, por ejemplo, la gran factura de la recreación de la imponente aria “Tu che le vanità” de “Don Carlo”, de Verdi. Las dos páginas de “Otello”, que cantó deliciosa y expresivamente, con los “portamenti” establecidos, mostraron una y otra vez el terciopelo del timbre. Y un bis de antología: “Poveri fiori” de “Adriana Lecouvreur” de Cilea.
Ana María Sánchez grabó algunos discos dignos de loa. Por ejemplo el editado por el sello RTVE por aquellos años en el que nos entregaba espléndidas interpretaciones de la dramática romanza de la carta de “Gigantes y cabezudos” de Fernández Caballero y, en sentido contrario, de la descriptiva y chisposa “La tarántula” de “La Tempranica” de Jiménez. Todo ello revelaba un madurez, una solidez y una sobriedad no exenta de gracia muy definitorias de un estilo. Un conocimiento que le permitió dedicarse con provecho a la enseñanza del canto e impartir cursos al respecto. Practicó también la divulgación a través de artículos y de conferencias muy especializadas. Tenía bagaje suficiente para ello. Fue condecorada por múltiples instituciones, así la Escuela de Canto de Madrid o la Real Academia de San Carlos de Valencia; y grabó una buena cantidad de discos. Aparte el citado más arriba, anotamos “La vida breve” de Falla, “El pesebre” de Casals o “Juan José” de Sorozábal.
La dulce sonrisa de su rostro, la suavidad de su espectro sonoro, la acreditada profesionalidad, las dotes de buena conversadora, su simpatía en las entrevistas quedarán en nuestra memoria. Una artista de los pies a la cabeza. como lo demuestran estas palabras vertidas en una conversación con Raúl Asenjo para Diario Directo: Se hablaba de Isabel de Valois de “Don Carllo”: “Soy curiosa y me gusta. ¡Será el espíritu de filóloga…! El libretista se basa en una novela o una obra teatral y tiene que adaptar, cortar, etc. Muchas veces, algunos personajes no quedan bien definidos y es importante leer todo lo que se pueda acerca de ellos para redondear su interpretación. En este caso, he leído biografías de la Isabel de Valois histórica y algunas cosas de ficción que se han escrito sobre ella. Después, a pesar de que vayas con esta preparación, con una concepción definida del personaje, no hay que olvidar el trabajo del director de escena, que también interpreta la obra y hay que saber respetar esa interpretación, su puesta en escena y su concepto. Al final, los cantantes somos instrumentos de lo que otros han escrito y pensado. Eso no quiere decir que la preparación del cantante caiga en saco roto”.