Cuando Queipo de Llano pisó la tumba de Lorca
El militar visitó al año exacto del asesinato del poeta el lugar en el que había tenido lugar el crimen y donde había sido enterrado el autor de «Yerma»
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Estamos en agosto de 1937, en Víznar, y la guerra sigue avanzando de manera siniestra y sangrienta. Como ha hecho en otras ocasiones, el Hotel Victoria de la ciudad de la Alhambra acoge estos días a quien las autoridades granadinas califican como un huésped ilustre. No es para menos porque se trata de quien muchos llaman el «Virrey de Andalucía». Para otros es uno de los generales más temidos por la dureza de la represión que ha puesto en marcha y que se extiende con una especial dureza contra la población civil. Gonzalo Queipo de Llano ha vuelto a Granada, pero con un objetivo tan macabro como muchos de sus actos durante la contienda.
El 28 de agosto de 1937, Queipo se traslada al frente de Víznar. Allí es recibido por el responsable de lo que es algo más que un puesto de mando. El capitán José Nestares es quien dirige uno de los lugares a los que son destinados los desaparecidos del nuevo régimen. Son aquellos que no tienen ningún tipo de juicio, de los que no se tiene constancia oficial en documento alguno, los que no llegaron a estar encerrados en la cárcel a la espera de juicio. Son, en definitiva, los muertos de los que se ha perdido su rastro al acabar en una fosa común tras ser asesinados por grupos como la Escuadra Negra, en algún punto entre Víznar y Alfacar.
Prácticamente un año exacto antes de la llegada de Queipo a este lugar había tenido lugar el asesinato que ha dado triste fama a esta zona y que ha servido para que no se olvide todo el terror que allí se vivió. Federico García Lorca, tras haber sido detenido el 16 de agosto de 1936 en el domicilio de la familia del poeta Luis Rosales, había sido conducido al Gobierno Civil en una operación capitaneada por el diputado de la CEDA Ramón Ruiz Alonso y con el visto bueno del gobernador civil José Valdés Guzmán. Allí, oficialmente, se perdió su rastro para siempre. Extraoficialmente se sabe que Lorca fue conducido hasta Víznar para ser asesinado en un paraje de Alfacar junto a otras tres personas: Francisco Galadí Melgar, Joaquín Arcollas Cabezas y Dióscoro Galindo González. Queipo lo sabía todo, especialmente el gran lío que se montó tras empezar a circular la noticia del crimen.
¿Tuvo algo que ver con el asesinato del poeta quien será ahora expulsado de una tumba en la basílica de la Macarena de Sevilla? Ese ha sido un tema de debate para los historiadores durante años. La nieta del militar, Ana Quevedo y Queipo de Llano, ha sido una de las personas que más ha insistido en desmentir este asunto, como apuntó en su apasionado libro «Queipo de Llano. Gloria e infortunio de un general». Según ella, cuando su abuelo fue informado de la muerte de Lorca dio un puñetazo en la mesa y clamó que «en toda guerra hay muertes y son inevitables, pero esta es un error político imperdonable; un error político que pagaremos caro».
¿Realmente dijo eso? Hay testimonios que apuntan lo contrario. Uno de los más interesantes es el de Germán Fernández Ramos, compañero de tertulias y partidas de cartas del gobernador Valdés en el Bar Jandilla y el Café Royal, ambas en Granada. Antes de morir, Fernández Ramos le hizo una confesión a su amigo Vicente López Jiménez, casado con una prima de Lorca. Había oído llamar a Valdés en dos ocasiones a Sevilla, a Queipo de Llano. En la segunda llamada, tras informarle que tenía preso al poeta y ante la duda de qué hacer con él, el general le contestó: «A ese, café, mucho café». Café quería decir: «Camaradas Arriba Falange Española». Tras esa comunicación, García Lorca fue inmediatamente llevado a Víznar. Ramón Ruiz Alonso también confirmó, en este caso al investigador Eduardo Molina Fajardo, que Queipo le dio la orden a Valdés para que se asesinara al autor de «La casa de Bernarda Alba». «[Valdés] me contó que había sido fusilado durante la noche, que le habían dado la orden desde Sevilla», dijo Ruiz Alonso.
Curiosamente, como ha subrayado Ian Gibson en sus trabajos sobre el caso, no deja de llamar la atención que en los días del asesinato, concretamente el 20 de agosto de 1936, corrió la voz de que los republicanos habían asesinado a Jacinto Benavente, los hermanos Álvarez Quintero y Pedro Muñoz Seca. Hoy sería considerada una «fake news». Serafín y Joaquín Álvarez Quintero fallecieron de muerte natural en 1938 y 1944, respectivamente, mientras que el Nobel Benavente falleció en 1954. Muñoz Seca fue asesinado en noviembre de 1936 por los republicanos en Paracuellos del Jarama, mucho después de que lo anunciara Queipo.
Esta historia empezó y acaba con Gonzalo Queipo de Llano en Víznar. Es el 28 de agosto de 1936. El general, como lo demuestra una fotografía de la época, paseó por los escenarios de las últimas horas de vida de Federico García Lorca. También pisó donde permanecen enterradas muchas víctimas de la brutal represión que él puso en marcha. Es como si hubiera realizado una visita turística por los decorados del terror, como si el verdugo hubiera querido saber dónde estaba una de sus víctimas.