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Medellín a través del espejo trans de Theo Montoya

El joven director colombiano construye en su ópera prima, “Anhell69″, un retrato crudo y por momentos onírico que acaba de pasar triunfal por el Festival Márgenes de Madrid
MÁRGENES
La Razón
  • Matías G. Rebolledo

    Matías G. Rebolledo

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Hace casi ya tres años, el joven cineasta Theo Montoya (Colombia, 1992) planteó un viaje transgresor. En el cortometraje “Son of Sodom”, el director natural de Medellín nos llevaba hasta la trastienda de la ciudad, en paisaje aberrante, para mostrarnos una ciudad pocas veces vista. El ejercicio era de metacine, con una película que nos contaba la historia personal de uno de los actores que estaba a punto de participar en otra producción, y había fallecido. Lo turbulento del viaje no era excusa para la imaginería salvaje, pero sí la gasolina de un proyecto mucho mayor. Así, tras estrenarse en los certámenes paralelos del Festival de Venecia y pasar con éxito por el Festival de Cine de Gijón, “Anhell69″ llegó al Festival Márgenes de Madrid, donde se alzó con la Mención Especial del Jurado, formado por Nicole Brenez, Nacho Sánchez e Isabel Peña.
En su nueva película, Montoya no solo expande los horizontes de aquel primer trabajo, sino que convierte su investigación en algo a caballo entre la autoficción y lo arqueológico. No se trata de reflejar el Medellín “queer” y “trans” desde lo etnológico, sino más bien desde lo ético. Ello aplica, claro, a la estética, con la música de los locales rompiendo el eje sonoro de la película -casi documental-, pero también a la narrativa, con una descripción de personajes conscientemente borrosa, casi en retrato fraternal, condescendiente y, por momentos, acrítico. El triunfo de Montoya, que atendió a LA RAZÓN a su paso por la capital española, pasa por levantar una película que se apoya en los tópicos del cine de los movimientos (hay que pensar en la producción cinematográfica en el París del 68 o en La Movida) para transgredirlos en tiempo y forma, creando en “Anhell69″ algo más parecido a un recuerdo onírico que a un archivo de lo objetivo.
”Son dos proyectos que están muy conectados. Antes de hacer el corto siempre tuve en mente qué sería el largometraje. La primera película nos sirvió para explorar el universo que queríamos retratar, cómo iba a funcionar narrativa y conceptualmente. Cómo íbamos a usar la voz en off, incluso, o el propio cásting. De aquel trazo, yo creo, viene la película. La diferencia es que el corto solo explora la historia de Camilo, pero el largometraje es más un paisaje, un contar qué es Medellín a través de todos los otros chicos que participan”, explica Montoya sobre ese viaje, a toda velocidad y de antro en antro, por una ciudad construida en el valle, “donde no se puede ver el horizonte”, como dice uno de los protagonistas de “Anhell69″.
Y sigue, sobre la intimidad subcultural que consigue retratar en su película: “Siempre supe que tenía que ser una película muy personal, muy subjetiva. Es un mundo en el que he estado viviendo durante muchos años y, en realidad, es también una película sobre mis amigos y mi vida. La comunicación con las personas que aparecen es muy horizontal, porque no estoy retratando algo ajeno, es algo que conozco bien. Me desnudo”, completa un Montoya que aquí no tiene miedo, incluso, de deconstruir el cine como artefacto: “Hay que cuestionar, siempre, qué es el cine. O qué queremos que sea el cine. La forma de la película misma. Aquí hay mucho metacine, cuestiono todo el rato los procesos creativos de la película. He dicho alguna vez que es una película trans, claro, pero también por cuestionar el cine y la película como se cuestionan los cuerpos”, sintetiza el director colombiano.
“Cuando creas, realmente no estás pensando en ello”, matiza Montoya sobre el éxito crítico de su película, narrada desde lo local pero con vocación universal, antes de continuar: “Medellín, claro, no es la vanguardia de las tendencias universales ni mucho menos, pasa exactamente lo mismo que en otros lugares, pero eso es precisamente lo interesante. Existe esta pregunta en el ambiente, en el aire, sobre la identidad, sobre el sueño colectivo de la generación. Y esa, creo, es la humanidad de la película. También enlaza con ese sentimiento de Internet como ente global, que nos atraviesa a todos y nos conecta en un sentido político, de implicación con qué está pasando en otras partes del mundo. ¿Pensamos todos lo mismo? No, pero las inquietudes, creo se comparten y se debaten más que nunca”, añade.
Cerrando la distribución comercial en cines en España de “Anhell69″ casi al mismo tiempo que atiende la llamada de este diario, Montoya se despide reflexionando acerca de esa misma grieta de identidad que llena ahora cualquier debate, y sobre la violencia reaccionaria que muchas veces encuentra como respuesta: “Los humanos le tenemos demasiado miedo al cambio. Desarticular la idea de familia es demasiado difícil. Aunque parezca, en 2022, que ya está superado, no es así. Sobre todo porque no todas las sociedades funcionan a la misma velocidad. Pero hay errores, en el loop histórico, que nos podríamos ahorrar. Como la vuelta de los fascismos en Europa, por ejemplo”, completa.