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Vivian Gornick, la escritora que entierra el amor romántico: «Ya no podemos agarrarnos a nada, vamos a la deriva»

En «El fin de la novela de amor», esta histórica feminista da por zanjada la era en la que el enamoramiento mandaba sobre lo demás, aunque desconoce qué nos espera después
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La lucidez de esta mujer de 87 años nacida en El Bronx traspasa la pantalla. Ahora que acaba de publicar en español «El fin de la novela de amor» (Sexto Piso), Vivian Gornick concede entrevistas a cuentagotas porque se cansa. Y como quiere ver a la persona con la que habla, en la conversación de Zoom se cuela la imagen de su dormitorio. Una camita individual bien hecha, una silla, iluminación tenue. Da gusto hablar con ella de lo que sea. Feminista destacada de los 70, es una de las grandes escritoras norteamericanas vivas. Autora del mítico «Apegos feroces», confiesa que se siente sola. Pero que no se arrepiente de nada.
Ahora que ya sabemos que ni la naturaleza, ni dios, ni el amor romántico nos salvarán, vamos un poco a la deriva, ¿no?
Es uno de los problemas que tenemos en el mundo moderno, no sabemos a qué agarrarnos. Estamos fracturados. Ya no podemos creer en dios, ni en la naturaleza, ni en el amor. Pero hay una gran verdad que se ha mantenido a lo largo de la historia y es que la definición de ser humano incluye mostrarse así con el resto de la especie. El movimiento por la liberación de la mujer me enseñó que si tenía poder sobre mí no necesitaría tenerlo sobre otros. Es la única fe que profeso: cuanto más me entienda a mí misma, mejor me portaré con el resto. Incluido algún hombre al que pueda amar, ja, ja.
Si el amor ya no es el tema de la literatura, ¿cuál es?
Esa pregunta sigue sin respuesta. La cuestión es si estamos produciendo un tipo de literatura que le habla a la condición humana en toda su profundidad, como cuando existían aquellas grandes metáforas de la naturaleza, dios y el amor. Para mí la literatura también va a la deriva. Vivimos en un mundo tan dividido, en el que todo lo que sucede nos separa, que hasta los filósofos lo tienen difícil. Solo podemos aspirar a poner nombre a los males que nos aquejan, no a explicarlos.
¿Cuál es para usted el libro de amor por excelencia?
Desde luego, nada de nuestra época. Las grandes novelas siguen siendo las de siempre, «Anna Karenina», «Madame Bovary», las clásicas del XIX. También «Diana de Crossways». Libros que satisfacían el hambre de amor romántico como la gran metáfora que debía revelar los elementos más recónditos de la condición humana.
¿Cree que el amor romántico es una película que nos hemos inventado o siempre estuvo ahí?
Es un constructo social basado en un impulso muy poderoso. El motor es, en realidad, la pasión sexual. Lo que llamamos amor empieza siempre así. Está directamente relacionado con los sentidos, no con el espíritu ni con el intelecto. Esas emociones nos han llevado a construir una definición del amor que aspira ser duradero, algo que, obviamente, no es. La mayoría de la gente se enamora sexualmente y, con el paso del tiempo, descubre que esa sensualidad no deviene en un apego estable. Estas son las contradicciones con las que llevamos viviendo más de dos mil años, aunque hoy día entendemos mejor que nunca la diferencia entre atracción sexual y amor duradero. Es un gran dilema, no un constructo. Es como si no hubiéramos sabido llamar a cada cosa por su nombre y lo hubiéramos mezclado todo.
¿Existe el amor después del matrimonio?
Ja, ja, por supuesto. Si la pareja está realmente unida a través de su esencia, de su parte más genuina, ¿por qué no? Seguir disfrutando de la compañía, la mente y el espíritu. Esas son las cosas que duran, aunque es infrecuente.
¿Las mujeres seguimos pagando algún precio por la independencia?
En mi juventud la pasión romántica llevaba al matrimonio y este a una forma de subordinación al marido. Toda la cultura de la época apoyaba eso. Hoy en día las mujeres nacen en un mundo de posibilidades de independencia, tanto de mente como de espíritu. Es algo nuevo. El movimiento de la liberación de la mujer que surgió en mi juventud logró que no tuviéramos que volver a elegir entre ser independientes, pero solas, o felizmente casadas sin voz propia.
Quizá se hayan invertido las tornas y el precio de tener pasión por el trabajo anula la otra opción, la de la vida familiar.
En muchos casos eso es cierto. Muchas mujeres eligen el trabajo por encima de lo demás y se resisten al matrimonio como nunca antes había sucedido. Antes las que elegían tener varios amantes eran condenadas como mujeres indignas. Ahora ya no sucede. Cambiamos el mundo, aunque solo una parte, ese en el que usted y yo vivimos. La mayoría siguen siendo consideradas ciudadanas de segunda clase y no se les permite decidir.
Usted defiende que la única forma de lograr la libertad es a través del autoconocimiento. ¿Eso cómo se aterriza?
Es el pensamiento que más me ha guiado en la vida, es una verdad básica para mí. Conocerse a uno mismo equivale a obtener un grado considerable de libertad. Digamos que ayuda a resolver conflictos internos. Normalmente nos encontramos en un fuego cruzado de deseos contrarios. Queremos algo y, al mismo tiempo, no lo queremos. Cuanto más te conozcas, más autonomía tendrás y serás más dueño de ti mismo. Es verdad que el mundo seguirá infligiéndote daños de mil formas, pero serás más capaz de actuar como un ser humano decente. Y para mí eso significa libertad.
¿Somos más felices las mujeres hoy que hace 40 años?
No sé si más felices, pero creo que sí sufrimos menos exilio interior. Vivimos mejor en nuestra piel, con nosotras mismas. Y es un gran alivio vivir una vida honesta. Si has estado casada y te has sentido subordinada a tu marido, si has visto que no podías desarrollar todo tu potencial... entonces sabes lo que es la liberación. Otra cosa es ser más feliz... probablemente no. Para muchas mujeres como yo, esta situación ha traído también mucha soledad. Es un sentimiento difícil de lidiar pero no imposible.
¿Se encuentra muy sola?
Absolutamente, como otros muchos millones de personas. En mi vida he observado que antes la gente se sentía avergonzada de confesar algo así. Y mírenos hoy; le hablo de la soledad y usted, una extraña a miles de kilómetros de distancia, asiente con la cabeza. Sabe de lo que estoy hablando.
Claro.
Me comprende y no se siente incómoda por lo que le digo. Una de las grandes cosas que el matrimonio y la familia ha logrado desde el punto de vista existencial es aliviar esa cruda y cruel soledad. Puede ser hasta doloroso físicamente. Para hombres y mujeres. Es el resultado de nuestras decisiones pero vivir sola no es algo que yo quería. Decir sí a esto y no a lo otro me ha conducido hasta donde estoy hoy pese a que me casé dos veces. Y lo único que puedo decir es que en esos matrimonios me sentí más sola que ahora que lo estoy.
Pocas cosas sientan peor que la soledad acompañada.
Exacto. Una frase que hace 40 años ni se le hubiera ocurrido pronunciar. Es un avance alucinante, en relaciones humanas, en cultura, en todo. Ser capaz de sentir eso y decirlo en voz alta. La Literatura está llena de personajes con esa emoción que no podían resolver. Eso acabó. Veremos qué ocurre después, no sé si este cambio traerá un mundo mejor.
¿Se reprocha muchas cosas de su pasado?
Seguro, sí. Pero, por otro lado, veo imposible que las cosas hubieran podido ser diferentes. A grandes rasgos no lamento el lugar en el que me encuentro hoy. Soy consciente de que había caminos mucho peores por los que podría haber conducido mi vida.
¿Nunca quiso tener hijos?
No. Bueno, en realidad una vez. Cuando tenía casi 40 años, de pronto quería tener un hijo, criarlo. No ocurrió y el momento pasó. Después he pensado qué habría sido de mi vida si hubiera sido madre... ¿habría escrito mis libros? Difícil de saber.
Creo que es bastante común que haya cierto duelo tras la no maternidad, aunque sea elegida.
Sí, usted lo ha dicho. No es un reproche, es un duelo. Son cosas distintas. Esa urgencia, ese hambre de criar a otros es parte de la naturaleza humana. Si no, nos habríamos extinguido... Pero al mismo tiempo todos somos diferentes. Hace un par de años leí una antología sobre 16 ensayos de escritoras que nunca quisieron hijos y no los tuvieron. Todas decían que no habrían podido haber sido las autoras que eran y que no se arrepentían de su elección. Muy honesto e íntegro todo.