Adiós a Manolo Escobar, «el himno de España»
El «gentleman» de la canción española muere a los 82 años cuando pensaba en una nueva gira. Le cantó a nuestro país en sus discos y películas. Ahora se le tararea hasta en los Mundiales de fútbol
Manolo Escobar falleció ayer los 82 años, en su domicilio de Benidorm, localidad alicantina en la que estuvo hospitalizado estos últimos días, a consecuencia del cáncer que padecía.
Seat 131 naranja. Súpermirafiori, para los entendidos. Sol de agosto. Carretera de Andalucía camino de Roquetas de Mar, cuando Despeñaperros era frontera inquebrantable para un Seiscientos y el aire acondicionado no existía ni se le esperaba sobre el salpicadero. Ventanillas bajadas. Tapicería de la que hace sudar la gota gorda. Un padre al volante. Y en un pequeño transistor. Suena «Madrecita María del Carmen». Familia tararea y madre sonríe. Ni película de Esteso ni escena costumbrista. Fotografía en blanco y negro de la España de los 70 que ya pensaba en color. Esa a la que Manolo Escobar cantaba en un vinilo de Belter, aquella que le ligaba con Conchita Velasco en los cines de verano y que le custodiaba sobre el escenario en cualquier verbena popular, con sus hermanos a la guitarra.
Un «Porompompero» imparable
Instantáneas que sólo captan escenas aisladas de aquel que ha entonado la banda sonora de nuestro país en mono y en estéreo desde que en 1960 sus vinilos se comenzaran a vende a más velocidad que la lotería en Doña Manolita. Fue el despegue del emigrante almeriense que se estaba buscando la vida lo mismo en Badalona que en el Barrio Chino. Uno más entre tantos, pero él le puso voz al desarraigo rural en «Yo soy un hombre de campo», enganchó a las novias de los «curritos» con el pasodoble agarrao de «Ni se compra ni se vende» y, sobre todo, convenció a todo hijo de vecino de que el trigo entre todas las flores había elegido a la amapola al ritmo de un «Porompompero» imparable.
A partir de ahí, la canción española no tuvo otro querido más fiel. Cuando la copla se venía abajo y los «Cantares» de Postigo era de lo poco que se mantenía en pie, a Manolo se lo rifaban entre rumbas, villancicos, sevillanas, fandangos y hasta rancheras. En una de esas, se topó con el cine de los títulos «landianos» y una partenaire con la que se llevó de calle a la taquilla: tres de sus películas están en el «top ten» de las más vistas de la historia. Ninguna de Goya, entre otras cosas, porque sus canas ya se peinaban solas cuando la Academia y sus secuaces asomaban por la mirilla. Tampoco le habrían premiado, ni lo han hecho por una trayectoria que suma más espectadores que cualquier desaire cubano de Willy Toledo. Quizá porque su pasión era España.
Y es que, si a algo le cantó Manolo, fue a una nación. Al vino, a la morena de Romero de Torres, a la bandera y al cocido. Hasta a las «Mamachicho». Sin desafinar y con el carro a cuestas. Y todos le cantan a Manolo en su despedida: en una noche de Erasmus expatriados, en la final de un Mundial o en las fiestas de Lora del Río.
Cuando la selección aterrizó de Suráfrica con la Copa bajo el brazo, y en la polvareda del Manzanares se levantó un escenario para laurear a los de Del Bosque, a él le esperaban más que al «Waka, waka». Manolo se había escapado de la cama, con una operación de cáncer de hacía sólo dos semanas. De ahí la preocupación cuando Ramos y compañía le zarandearon como a uno más. Quizá por eso, le propusieron cumplir cupo con un «playback»con una versión «dance» más corta. Por ahí no pasaba. Porque «¡Y viva España!» no cuela como canción de exaltación de la amistad. Que también. Lo dijo Miguel Bosé cuando alguien tuvo un capricho marciano de poner letra a la marcha real: «España ya tiene un himno con letra: "¡Y viva España!"». El disco más vendido de la historia de la música de España desde 1973 hasta 1992. Versos escritos por un belga que unen hasta a quienes hacen cadena para lo contrario. La Generalitat de Mas le premió con una medalla nacionalista hace una semana por «su contribución a la economía catalana». Sí, al que se etiqueta como «el rey de la canción española». No pudo recogerlo. A buen seguro lo habría hecho con su pin del Barça en la solapa, como almeriense emigrado a Cataluña y residente en Benidorm. Como español.
Artista con arte
Su mirada no era sólo de castañuela y pandereta. Que se lo digan a quienes se lo topaban en Arco. Sabía comprar arte, antes de que una promesa del lienzo costara demasiados duros. Ese mismo tino le hizo no morir de éxito en un single. Con 82 años, y sin vistas a jubilarse. Con orquesta sinfónica, banda municipal, a piano.... De traje, corbata y tupé de manual. Planchado al milímetro con un botín corto para El Fari, pero a la medida del «gentleman» de la canción española. No se apeó del escenario, preparaba otra gira. Ni él ni su voz. En los recitales, ni un temblor aguantando la nota final ni semitono removido por la quimio. Es más, se tomaba las pastillas como quien echa mano de un Gelocatil. «Y al tajo», añadía. Hasta ayer.
«Sabíamos que estábamos en la recta final», comentaba Gabriel, su sobrino y representante. No le dejaba ni a sol ni a sombra. «Pero no pensábamos en una recta con esta pendiente». El Supermirafiori tampoco la hubiera resisistido. Lo que queda de él, en Desgüaces La Torre. Manolo, en cambio, se crece en iTunes.
«El más querido»
«Hay muchos que cantan mejor que yo, pero pocos pueden presumir de ser tan queridos». Lo comentó Manolo Escobar a LA RAZÓN y no sé equivocaba. Ayer, su esposa, Anita Marx, y su hija Vanessa, se sintieron apoyadas por cientos de personas que acudieron hasta la capilla ardiente instalada en el Ayuntamiento de Benidorm. Los Reyes, los Príncipes, Mariano Rajoy y el ministro Wert, entre otros, enviaron sus condolencias.