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En Solfa

Aficionar a la música

Hay que intentar generar esa curiosidad en los más jóvenes pero sin perder a los mayores

Interior del Auditorio Nacional
Interior del Auditorio NacionalAuditorio Nacional

Cuando uno va al Teatro de la Zarzuela o al Auditorio Nacional a los conciertos de Ibermúsica o la OCNE –y son sólo unos ejemplos de lo que sucede en todo el país– se deprime un poco al ver que la asistencia es mayoritariamente de la tercera edad. Se nota, no ya por sus facciones, sino por la dificultad al andar y, sobre todo, con la que bajan o suben los escalones. Hace falta que se incorpore público más joven, pero ¿quiénes lo hacen hoy día? A Ibermúsica o al Teatro Real aquellos que, a partir de la treintena o cuarentena, logran ascender en la escala social y necesitan estar presentes allí donde se hallan los de su nuevo estatus social.

Hay que aficionar a la gente joven sin perder a los mayores. De ahí que los directores artísticos, los programadores, debieran tener esto muy en cuenta. Creo que todos los que somos muy aficionados a la música nos gusta que nuestros allegados nos acompañen y disfruten con ella. ¡Cuántas veces llevamos a un concierto o una ópera a alguien que debuta! Todos sabemos que si los llevamos a ciertas obras –p.e. el reciente estreno de «La tumba de Antígona»– lo más probable es que no vuelvan, sino es que se salen en el descanso con la excusa «Mejor vamos a tomar una cerveza». Hemos experimentado más de uno que, aunque nosotros podamos disfrutar con estas obras, no lo van a hacer los neófitos. Hemos aprendido que hay que llevarlos a una «Quinta» beethoveniana o a «Boheme», «Rigoletto», etc.

Las programaciones, por tanto, han de incluir siempre estas partituras dentro de sus amplias programaciones. Casi todas lo hacen y, así, uno siempre puede elegir cuando llevar a un debutante. A veces somos nosotros mismos quienes nos equivocamos. Por ejemplo, cuando los llevamos a un Haendel sin enterarnos que el director de turno quiere la partitura íntegra y va a durar cuatro horas. Maravillosa música sin duda –es el caso de la reciente «Jephtha» en el Real o de muchas de los domingos en el CNDM– pero mayoritariamente inaccesible para un neófito.

El caso de la ópera es harto más complicado, porque esas obras con las que se podrían iniciar los jóvenes se presentan casi siempre con puestas en escena que no ayudan a entender el argumento y que acaban por alejar al público a causa de pretensiones modernistas, falsamente actualizadoras en contra del libreto, buscando una originalidad ficticia, hasta hechas para provocar el escándalo, porque no son capaces de presentar lo tradicional bien hecho.

La relación es larga: «Tristan», de Katharina Wagner (Bayreuth, 2015), «Don Giovanni», de Bieito (Berlín, 2010), «Lucia di Lammermoor», de Breth (Berlín, 2016), «Boris», de Kosky (Londres, 2022), etc. La «Regietheater» ha dañado mucho. Ponelle, Zeffirelli y otros muchos del siglo XX sí sabían cómo hacerlo. Ahora sólo unos pocos y raramente se pueden ver espectáculos de la redondez moderna del reciente «El cuento del Zar Saltan», de Tcherniakov, en el Real. Las programaciones están frecuentemente en manos de directores artísticos inexpertos o con intereses inconfesables. Es hora de que reenfoquemos las cosas si queremos que la música no desaparezca, empezando por las escuelas. Este es otro tema.