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Airear a Beethoven

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Beethoven: integral de los «Conciertos para piano y orquesta». Piano: Javier Perianes. London Philharmonic. Director: Juanjo Mena. Auditorio Nacional, Madrid. 19 y 20-II-2019.
El onubense Javier Perianes siempre ha sido un artista fino, de matices, de suaves regulaciones, de fraseos medidos y exquisitos, de aromas, de sutilezas y refinamientos nacidos de un temperamento y de una elegancia innata; de una capacidad de penetrar en los entresijos de los pentagramas y descubrir sus más ocultos y recónditos mensajes líricos. El artista no ha perdido ninguno de sus valores primigenios como nos ha mostrado en la interpretación de esta integral. Ha brillado, aparte de su habilidad para el matiz, una técnica no por poco ostentosa menos reconocible, que le permite realizar, por ejemplo, trinos de rara perfección, en los que la rápida alternancia de dos semitonos se nos ofrece equilibrada, tersa y cristalina.
El tan haydniano «Concierto nº 2», con el que se abría la serie, nos permitió advertir la ligereza de trazo, la levedad de la pulsación, la atmósfera envuelta en un clasicismo efusivo y tierno. La fuerza y el vigor aparecieron en la cadencia del «Allegro con brio» de la obra «nº 3», subida de colores y de contrastes. El canto más apolíneo tomó vida en el «Largo», donde se establecieron bellos diálogos con las maderas. El magistral «Concierto nº 4» quedó imantado desde la misma cálida frase inaugural del piano, inicio de un desarrollo de un lirismo pregnante, comunicativo, en donde la efusión más íntima se adueñó de todo. El severo diálogo del misterioso «Andante con moto» discurrió en los limites de una sobriedad expresiva de altos vuelos. Los «Conciertos» «nº 1» y «nº 5» se dieron la mano en la segunda sesión. Tras la extensa introducción orquestal, iniciada muy piano, como se debe, el que abre la colección tuvo hechuras prerrománticas y el teclado, en su apertura, marcó el rumbo y se lució, por ejemplo, en las cristalinas escalas descendentes del final del desarrollo. Curiosamente, Perianes acentuó, de manera incluso descarnada, las primeras partes del compás en los pasajes que llevan a la coda. La sapiencia para regular el discurso proporcionó un modélico empleo de «rubato» a lo largo del «Adagio». En la amplia cadencia pianística que abre el «Emperador» habríamos deseado una mayor claridad y nitidez en la pulsación del rosario de semicorcheas, pero en el poderoso desarrollo, octavas muy lustrosas. La bellísima melodía del «Andante con moto» fue expuesta con la mayor de las naturalidades. Muy logrado el pasaje en el que el solista se encarama, en una admirable progresión de trinos cromáticos, a una suerte de nirvana. La transición hacia el «Rondó» fue uno de los momentos mágicos del concierto. El pianista supo acentuar el agresivo tema del «Rondó-sonata» final.

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