Albert Boadella: «No es progre dejar bien a ningún rey»
Director. Acaba de lanzarse al mundo de la ópera con «Don Carlo», un nuevo ejemplo de su forma de vida y de conducir los Teatros del Canal: variedad ante todo.
Director. Acaba de lanzarse al mundo de la ópera con «Don Carlo», un nuevo ejemplo de su forma de vida y de conducir los Teatros del Canal: variedad ante todo. Un ciclo que llega a su fin
Cuando no le da por recuperar la zarzuela como género, se pone a montar óperas. El caso es que Albert Boadella sigue empeñado en dirigir sus pasos por el terreno musical. Tal vez se haya cansado de comprobar que el teatro ácido y combativo, ese que él cultivó durante tantos años al frente de Els Joglars, casi nunca logra cambiar la sociedad a la que critica, por más que remueva las conciencias de quienes la conforman. O tal vez esté ya harto de ese desigual enfrentamiento entre un «titiritero» como él, que mira con agudeza y sarcasmo la realidad de su tierra, y el colosal y ofendido aparato político que controla de manera implacable esa realidad. O quizá, simplemente, es que se hace mayor y ve ahora el momento de enmendar su gran frustración profesional, él, que además proviene de una familia de músicos. Esta última es al menos la razón que da el propio Boadella para justificar ese cambio en sus intereses artísticos. Y habrá que creerle, aunque uno nunca sepa si dice las cosas en serio o para provocar de algún modo a su interlocutor. Así es; lo mismo te asegura que el público del teatro debería ser como el de los toros que te confiesa sin rubor que no lee una novela desde los 18 años. Lo que resulta inevitable es que asome su fina ironía en cada una de sus consideraciones, incluso cuando habla del «Don Carlo» de Verdi que estrenó recientemente en los Teatros del Canal, y que significó su debut como director escénico de una ópera.
–Sabíamos que le apasionaba Verdi, pero hacer un «Don Carlo» con un reparto exclusivamente español y querer, además, que se convierta en una obra fija en la programación de El Escorial... ¿no es ir en contra del propio Verdi y de la obra en cuestión?
–Bueno, he elegido esta ópera, en primer lugar, porque musicalmente es la mejor. Por otro lado, en cuanto al tema que toca, he visto demasiadas veces cómo en Europa los directores ponen un acento exagerado y algo casposo en la figura de Felipe II y en esa España que surge de la leyenda negra. Eso, que incomoda bastante al público español, en realidad no está tanto en el libreto como en los directores que la representan. Yo siempre necesito una provocación para ponerme manos a la obra, y en este caso ha sido ésa. Así que he trabajado para cambiarlo todo sin tocar nada; sin hacer excentricidades. Digamos que mi versión se limita a las acotaciones (risas); pero creo que con ella se da una visión más acorde con la historia. Y pienso que es muy bonito que pueda representarse en el teatro de El Escorial.
–¿Y no habrá quien diga que la ha destrozado?
–Sí, seguro. Siempre están los «comisarios operísticos» a los que no les parecerá bien. Quizá no les guste por la sencilla razón de que dejo bien a Felipe II, y eso no es muy progre. No es progre dejar bien a ningún rey, pero menos a Felipe II y a los Reyes Católicos. Concederle a Felipe II algunas virtudes seguro que los cabrea.
–En cualquier caso, la ópera como género no parece que se preste mucho a la mordacidad del Boadella autor de teatro, ¿no?
–Es verdad que yo he hecho un teatro muy pegado a la actualidad social, y que la ópera no tiene eso; pero, desde el punto de vista artístico, tiene una convención maravillosa que no tiene el teatro, y es que los personajes cantan; estén contentos o tristes, ¡ellos cantan siempre! Y eso a mí me parece extraordinario.
–¿Hay en España un público con gusto por la ópera y por la zarzuela?
–La zarzuela se ha reconvertido varias veces; la última ha dado como fruto, en parte, al musical. Lo que ocurre es que el musical, aunque cuenta con mejor libreto que la zarzuela, en general posee una música bastante peor. En cualquier caso, cuando una zarzuela se monta bien, a la gente le gusta. En cuanto a la ópera, en España nunca ha sido un género popular, pero creo que se está introduciendo cada vez más. Y aumentará si se logra ajustar más el gasto de la producción. A veces parece que hay que montar un parque temático para hacer una ópera, y eso obliga a depender totalmente del dinero público. Yo opino que se puede montar una ópera por la mitad de precio. Tiene que dejar de ser un producto de lujo; no sólo para el espectador, que debería pagar menos por la entrada, sino también para los profesionales: los cachés que cobran ciertas figuras de ópera son desmesurados. ¡Pero es que también los peluqueros cobran el doble si están haciendo una ópera! Se ha convertido en un chollo general que hay que desmontar.
–Usted ha dicho que no pretende seguir al frente de los Teatros del Canal más allá de junio. ¿Qué cree que ha aportado en estos siete años como director?
–Creo que, sobre todo, una determinada experiencia en los filtros de calidad. Además, hemos montado una estructura de teatro público bastante original en la que prima la variedad artística, y no el gusto de un determinado director. Nos preocupa que el espectador tenga una oferta amplia y variada.
–¿Y hay algo que se haya quedado con las ganas de hacer?
–Bueno, el problema siempre es económico. Hay cosas maravillosas que he visto por esos mundos que me hubiera gustado traer, pero la dotación que tenemos es limitada. Hemos hecho auténticos milagros económicos para programar la cantidad de espectáculos que hay aquí.
–Usted montó su primera obra hace 54 años. Desde entonces hasta hoy, su carrera artística con su compañía Els Joglars ha sufrido zarandeos que le han llevado del éxito arrollador dentro y fuera de Cataluña hasta, finalmente, su marcha a Madrid, pasando por un enconado enfrentamiento con algunas fuerzas políticas, especialmente las nacionalistas. ¿Cambiaría algo en el curso de esos acontecimientos?
–Quizá me equivoqué en una sola cosa: tendría que haberme marchado de Cataluña quince años antes. Me empeciné en una lucha en una tierra estéril en la que ya todo estaba perdido de antemano. Creo que perdí el tiempo.
–Aunque ahora no esté entre sus proyectos inmediatos, ¿volverá al teatro político y social?
–No. Para mí, el teatro dramático se ha acabado; cuando dejé Els Joglars sentí que esa etapa se había terminado. He hecho 37 obras; creo que ya está bien. Siempre había tenido una vocación de músico frustrado; así que ahora estoy volcado con la música, que es el arte que más me conmueve.
–De haber seguido con Els Joglars, supongo que la actualidad política en Cataluña le seguiría dando argumentos para hacer nuevas obras.
–Bueno, es que lo de Cataluña ha pasado a ser una farsa demente. Es como un concurso de disparates en el que todos compiten por decir la insensatez mayor. Se ha llegado a una epidemia general muy grave. Creo que Cataluña es el problema más preocupante que tiene España desde la Transición. Para mí, estar allí en este momento hubiera significado hacer un teatro casi de guerrillas: habría sido vetado en los medios de comunicación, en los teatros públicos... Habría tenido que realizar un teatro de catacumbas; seríamos algo parecido a unos cristianos refugiados ante el imperio de Nerón. Y ya no estaba dispuesto a este sacrificio. Yo pensaba que ya había hecho bastante.
–Usted ha tomado como motivo teatral a Pujol, a Maragall, a la Generalitat... En este momento, ¿quién o qué ocuparía el centro de la sátira?
–¡Uy, ahora es casi imposible! Pero creo que el centro de la sátira en Cataluña es el ciudadano; un ciudadano que parece sensato, inteligente, culto..., pero que cuando remueves un poco aparece un demente que dice unas cosas terribles sobre España, sobre los españoles y sobre cualquier cosa.
–Siguiendo con Pujol, ¿a usted le ha sorprendido menos que al resto de españoles verlo sentado en un banquillo?
–Que Pujol era un hombre de poco fiar sí lo tenía ya muy claro. De hecho, hice tres versiones de «Ubú» que así lo expresaban. Lo que sí me ha sorprendido es que hiciera una confesión pública. Aunque la mitad era falsa, jamás la habría esperado. Pero lo de Pujol ocurrió con la connivencia del todos los partidos políticos. Todos sabían lo que pasaba, pero les interesaba el silencio porque se pensó que era eso que se llama un «hombre de Estado»; y se equivocaron, porque precisamente era un «hombre contra el Estado».
–Y, fuera de Cataluña, la situación política de España en estos días de pactos e investiduras ¿también da para hacer teatro?
–En las democracias importantes hay un equilibrio de las instituciones y unos objetivos compartidos, aunque sean mínimos, de todos los partidos. En Francia, nombras la República y la gente casi se cuadra. En España no hay nada de esto; aquí dices «España» y te llaman facha. Todos van a su aire; nadie se ha preocupado por construir ese eje común. Y la culpa de ello la tienen el PSOE y el PP. Por otra parte, estamos en un momento en que la política ha pasado a manos de la calle, y no de las élites intelectuales y éticas; como consecuencia, todo lo que se hace o dice es de un populismo muy peligroso.
–Si no piensa hacer más sátiras políticas, díganos para terminar qué es lo que piensa escribir de manera inminente.
–Estoy ya con una ópera sobre Picasso, que me parece un personaje fascinante, por lo bueno y por lo malo. Artísticamente fue un superdotado, pero con la pintura dejó de ser arte para convertirse en una mercancía. Hoy la gente cuelga en su casa una auténtica mierda, que ni siquiera le gusta, porque tiene tal o cual firma y porque sabe de su valor económico; y eso empezó con Picasso.
–¿También cree que tuvo un lado bueno y otro malo como ser humano?
–No me atrevería yo a decir que fuera una mala persona, eso es una cuestión para el juicio final; pero en cualquier caso... no era una buena persona (risas).