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Alejandro Palomas: «Lo interesante es que los personajes suden, agitarlos»

El autor ganó el sábado el Premio Nadal con «Un amor», novela con la que continúa con la familia que ya nos presentó en «Un perro» y «Una madre», y de la que asegura que todavía no ha dicho la última palabra. «Me encantaría que fuera una serie tipo Netflix», comenta Palomas.

Alejandro Palomas
Alejandro Palomaslarazon

El autor ganó el sábado el Premio Nadal con «Un amor», novela con la que continúa con la familia que ya nos presentó en «Un perro» y «Una madre», y de la que asegura que todavía no ha dicho la última palabra. «Me encantaría que fuera una serie tipo Netflix», comenta Palomas.

Hay personajes tan hipnóticos y seductores que es casi imposible desprenderse de ellos. Esto les pasa a los lectores, claro, que siempre quieren saber más, pero sobre todo a sus creadores, que sienten casi una pulsión enfermiza por seguir contando sus historias. Son personajes que tienen una virtud casi mágica, que siendo por completo particulares y hasta excéntricos, son igualmente cercanos y reconocibles, hasta el punto de creer que los conocías de toda la vida. Amalia es uno de esos personajes, una madre de 70 años que se desvive por la felicidad de sus hijos y que ha convertido a su creador, Alejandro Palomas, en uno de los escritores más interesantes y admirados de la reciente literatura española. Gracias a la última prueba, ella acaba de ganar el Premio Nadal, dotado con 18.000 euros. En «Un amor», novela en que sigue sus desventuras tras «Un perro» y «Una madre», Palomas vuelve a sorprender convirtiendo a Amalia en esa madre que, al final del día, todos quisiéramos tener.

–¿Qué le lleva a volver por tercera vez a Amalia y a su particular familia?

–Cuando encuentro una vía la tengo que exprimir hasta el final. Voy por un carril y me centro en ello, sin importarme otras distracciones. En realidad, hago lo que quiero hacer siempre. Esto es algo que viene con los 50 años, intento que la vida se adapte a mí, no a la inversa. Ya me he adaptado muchos años.

–¿Quiere decir que todavía hay Amalia para rato?

–No lo sé, no tengo la sensación de que haya agotado a esta familia, aunque sí es cierto que la veo en otro medio, como en una de esas serie tipo Netflix. Me encantaría obsrevar su recorrido. Aunque he de decir que yo no veo series. No tengo tiempo. Imagínate que la última que vi fue «Ally McBeal».

–¿Qué descubrirán aquellos lectores que no han leído todavía nada suyo y, sobre todo, qué encontrarán los que ya conozcan a Amalia?

–Siento envidia de los que no la conozcan todavía, pues sé lo que pueden disfrutar. Lo que van a deambular es una familia potente, con una paleta de colores increíble y una vida bruta. Para aquellos que ya la conozcan, van a conocer a Amalia en su mejor versión, cada vez con menos pelos en la lengua, con menos que perder, lo que la hace más incontinente y, por tanto, más divertida. Aunque lo que descubrirán los lectores es que Fer, su hijo, es aquí el gran protagonista. Esa es la novedad.

–En las novelas anteriores no salía el padre, ¿aquí sí aparecerá?

–Sí, saldrá el padre. Una novela puede ser como un amigo y los amigos no se acaban tras la última página. A un amigo lo conoces, lo descubres, lo quieres, y a los seis meses parece una persona diferente a la que conociste. A veces puedes irte de viaje con él cinco años después y te cuenta una historia que te deja helado y no puedes más que decir, «pero cómo no me habías contado esto todavía». Hay personas que necesitan cinco años para contarte ciertas cosas. Esto es lo que ocurre en esta serie.

–¿Pero cuál es el secreto de esta familia tan reconocible y particular a un tiempo que seduce a tanta gente?

–Lo curioso es que allá donde voy, de América del Sur a Francia o Italia, todos dicen que es una familia muy alocada, pero con la que se han sentido identificados. Eso es lo más difícil de conseguir, que los dos extremos, lo más excéntrico y lo más íntimo y cercano, se toquen y concidan a un tiempo. Puede que la anécdota de lo que les sucede a estos personajes sea extrema, pero las emociones son las mismas. Al final, una madre es una madre y todos tenemos en la cabeza los arquetipos. Ya no estamos en el siglo XIX, donde tenías que detenerte en los más nimios detalles. A mí no me gusta explicar al lector, sino que busco hacerle cómplice. Lo que interesa es lo que tenemos dentro y, sobre todo, que los personajes suden mucho, agitarlos lo más que se pueda.

–¿Le preocupan las expectativas que ha generado el éxito de las novelas?

–Lo que más miedo me daba desde el momento en que empecé es que no se entendiera mi sentido del humor. Temía que no se comprendiera y espantase al lector, como uno de esos cómicos que ves en la tele y hacen un gag que no tiene ninguna gracia y piensas, qué hace este pobrecito. Temía que la gente pensase que el humor abarataba esta historia, porque existe la creencia de que el humor abarata y el drama enriquece, cuando no es así. Pero sentía ese miedo. Yo soy muy payaso cuando estoy solo en casa, y mi humor creía que era muy particular, pero en mis viajes promocionales he visto que no.

–¿El problema del humor es que, si gusta, crea grandes expectativas en el lector y luego siempre se le exige?

–A mí me gusta esa exigencia, porque no siento que haya tocado techo. Creo que hay todavía mucho margen que explorar. Me he ido conteniendo, claro. Si dejase a mi humor en plena libertad, ya sería una locura. Si no me reprimiese, no podría ni hablar, por lo que sé que todavía hay mucho que descubrir. Lo que tengo comprobado es que el hu-mor engancha más que el drama y genera más complicidades y lealtades.

– ¿Hasta qué punto lo que les pasa a sus personajes lo puede haber vivido usted personalmente?

– A nivel anecdótico, poco o casi nada. No me dedico a escribir lo que me pasa a mí, pues eso ya me parecería hasta un obsceno asalto a la intimidad. Lo que sí hago esdesdibujar hechos o circunstancias que he visto o me han explicado otros. La mayoría casan muy bien con esta familia, cuyas circunstancias no dejan de ser comunes, y eso hace que el fondo quede en el lector.

–Quería continuar las historias de esta familia en una serie, ¿y el cine no le tienta?

–Escribí el guión de la adaptación de una de mis novelas, y ahora se va a hacer una de «El hijo», aunque en este caso solo soy supervisor de los guiones que me van pasando. No tengo tiempo para más. Para los creadores es muy sano desprenderse de sus creaciones y generoso. Un productor italiano también quiere hacer «El hijo» y le he dado toda la libertad. Es lo mejor que te puede pasar, abrirte y dejarte intoxicar por otros.

–Otra de sus múltiples facetas es la de traductor, ¿hasta qué punto este trabajo le ha ayudado a escribir sus propios libros?

–En lo que más me ha ayudado es en los grandes «no», descubrir lo que no debes hacer. Son historias que no son tuyas y ves los fallos mejor, llaman más la atención. Te das cuenta, por ejemplo, de lo que cuesta dialogar, algo que a mí me sale sin dificultad. Además, como traduces contemporáneos y clásicos, no te das cuenta de que si algunos escritores hubiesen leído a los clásicos, no cometerían ciertos errores. Aunque lo mejor es que la traducción te obliga a salir de tus obsesiones y mirar hacia afuera. En un escritor, eso es muy sano, ya que tiendes a encerrarte. Hay que mirar fuera y ser generoso para desprenderte de lo tuyo, eso es vital para ser un buen escritor.