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Premio Planeta

Ángeles González-Sinde: «El final de la legislatura fue duro; hubo momentos en que me sentí agredida»

Ángeles González-Sinde, guionista y escritora larazon

La guionista, directora de cine y durante tres años ministra de Cultura, Ángeles González-Sinde se reinventa y presenta «El buen hijo», novela con la que ha quedado finalista del Premio Planeta. Escrita en primera persona, la historia nos presenta a Vicente, un hombre sin apenas características remarcables que tiene que tomar una importante decisión, aceptar su acomodada pero insatisfecha vida o rebelarse y buscar su propio camino.

-La novela mezcla elementos de comedia con otros más dramáticos y emotivos. ¿Hasta qué punto diría que es una cosa u otra?

-La novela surge de las mismas expectativas que me hicieron escribir y dirigir películas a los veinte y pocos años, en los que me encantaban las cintas de Rafael Azcona o las comedias italianas de Monicelli. Me gustan esas historias negras, con cierta brutalidad, en las que hay espacio para la comedia. Es un tono muy español. Sobre todo me interesan las historias naturalistas, contemporáneas, que hablen del aquí y el ahora. No me gusta la ciencia ficción o la novela histórica.

-¿La familia tiene mucha importancia en esta novela?

-Sí, por supuesto. A los 17 años muere el padre del protagonista y esa ausencia será determinante en la evolución del personaje. Tiene una vida cómoda, con una madre despreocupada, que le deja hacer, y sin embargo siente un deber de ocuparse del negocio familiar y seguir el que él cree es el ideal de «buen hijo». Sabe que algo falla, que se siente insatisfecho y que debería cambiar, pero de saberlo a hacerlo hay un trecho.

-¿La infancia y la adolescencia tienen un papel relevante?

-Claro, porque se ve obligado a rastrear sus pasos para intentar descubrir qué es lo que no funciona ahora. Es siempre muy complejo conocer la verdad familiar y todo su drama interno sale de un malentendido durante la infancia. Arrastra desde entonces ese complejo. No sabe lo que le gusta, sólo que se siente en la obligación moral de hacer lo que hace. Sin guía, intentará descubrir lo que realmente quiere mientras fracasa una y otra vez.

-¿El drama del personaje es que le importa demasiado lo que piensen de él?

-Le importa mucho lo que piensan los otros. Siempre tiene un temor a que le van a rechazar. Es un indeciso que no sabe funcionar en la intimidad.

-¿La pérdida del padre es vital entonces?

-En la mayoría de cosas que he hecho la pérdida es el motor de la historia. En la película «La suerte dormida», una mujer pierde a su marido y a su hijo. En «Una palabra tuya» son dos amigas de infancias difíciles. La pérdida es un tema que de alguna manera u otra me atrae.

-¿Hay algo de usted en el protagonista?

-Siempre hay algo de mí en todos los personajes que escribo, no importa que sean hombres o mujeres. Los dos personajes que más he sentido como propios eran los de Jordi Mollà en «Segunda piel» y «La buena estrella». Pero lo bueno de escribir es meterte en la piel de otra persona. Cuando era ministra miraba a escoltas y policías y pensaba: por qué no me habían hablado de niña que podías hacer estos trabajos. Dentro de la Policía se habla de «descriptores de conductas». Qué es eso si no el trabajo de un escritor. Me hubiese encantado ser antropóloga o policía, explotar más esa necesidad de observación, de fisgona y cotilla.

-Usted promovió la Ley contra la «piratería», que ya es una realidad. ¿Hemos avanzado?

-Más bien vamos en retroceso. En su momento se mutiló tanto la ley que al final no acabó de ser muy útil. Supongo que ahora faltan medios para poder aplicar una norma de este tipo, pero está claro que algo se hará porque la situación es insostenible. Algo se ha hecho en Francia, en Inglaterra, en Italia, Estados Unidos y acabará por hacerse también en España. La gente no puede vivir sin cobrar por su trabajo.

-No parece que guarde buen recuerdo de su etapa como ministra de Cultura.

-El final de la legislatura fue duro y hubo momentos en que me sentí agredida. Se acercaban unas elecciones y los golpes interesados venían de todas partes. Al acabar, necesité un tiempo de recogimiento para desintoxicarme. Había cosas que no entendía. Un director de cine manda más que un ministro. Todo era más desorganizado, pero no reniego de esa etapa. Hay un esfuerzo de sólo hacer visible la parte oscura de los políticos, lo que es peligroso, porque hace que nadie quiera participar en política, dejándola así en manos de unos pocos.