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Anna (Netrebko) frente a Anita (Rachvelishvili): duelo de divas

Todo por un hombre al que las dos aman y que solo una podrá tener (porque así lo quiso el autor del libreto, a años luz de los tiempos del #MeToo).
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Todo por un hombre al que las dos aman y que solo una podrá tener (porque así lo quiso el autor del libreto, a años luz de los tiempos del #MeToo).
Hay miradas que lo dicen todo sin necesidad de despegar los labios. Observen, si no, a la joven georgiana –a la izquierda de la imagen, en primer plano–, Anita Rachvelishvili, mezzosoprano, que clava los ojos con cara de pocas amigas en los de Anna Netrebko, soprano. La soprano, ¿o no sería más correcto nombrarla así? Todo por un hombre al que las dos aman y que solo una podrá tener (porque así lo quiso el autor del libreto, a años luz de los tiempos del #MeToo).
Ambas, Anna, de nombre más rotundo y en lo más alto del olimpo lírico, y Anita, con una carrera solidísima y dispuesta a merendarse a toda aquella que se le ponga por delante, se van a batir en duelo en el escenario del Metropolitan, en pleno Nueva York. La más veterana interpreta a una actriz, Adriana Lecouvreur; la más joven, a la Principessa de Bouillon que desea que la artista aparte sus ojos (y no únicamente éstos) del bello Maurizio, en este caso el bello guapetón Piotr Beczala. Saltan chispas entre soprano y mezzo. Fuera de foco ellas dicen que se admiran, se quieren, se adulan, aprenden la una de la otra y la otra de la una, comparten sonrisas, se piropean sin rubor..., y se miden muy muy de cerca porque a un descuido de la veterana la georgiana le puede hacer un descosido de cuidado en el ajustadísimo traje de época fucsia que viste, como ya sucedió este verano en el mismo escenario con «Aida».
Allí Netrebko demostró fuerza y poderío, que de los dos va sobrada, y la mezzo hizo lo propio, pisó con garbo y se metió al público literalmente dentro del bolsillo. Ovación cerrada. No es que en ese momento naciera una estrella, no. Ya había venido al mundo de la lírica antes, en 2009, cuando fue «Carmen» en la inauguración de temporada de La Scala y sufrió los abusos de un Don José encarnado por Jonas Kaufmann.
Ese fue su momento y demostró maneras. Barenboim la admira profundamente y para Muti no existe otra voz de su timbre. Peter Gelb, director general del Met, ha sabido poner en bandeja el morbo necesario a un título muy querido con Anna y Anita, juntas, que no revueltas, en escena, soliviantadas por un tipo bien parecido y de las que se va a analizar cada gesto. Cuidado que la Rachvelishvili regala a Netrebko un ramo de violetas envenenadas, como mandan los cánones del libretista.
Quien lo quiera ver como una señal, allá él. En la ópera escrito está. Otra cosa bien distinta es que estas divas, que se admiran, se quieren, requiebran y adulan se fíen la una de la otra. Por el momento guardan las distancias y sonríen al respetable.

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