Antonio López engrandece el retrato regio español
Tiziano, Velázquez, Goya, Sorolla y, desde ahora, Antonio López. El artista manchego se ha unido, por fin, a una lista ilustre, en la que están también Ricardo Macarrón y Manolo Valdés, entre otros. En ella, López ocupará un lugar especial, aunque sólo sea por lo que se ha hecho esperar. Veinte años, exactamente, desde que Patrimonio Nacional le encargara, en 1994, una obra que ha ido posponiendo, perfeccionando e, inevitablemente, cambiando con el paso del tiempo. La actualidad y la evolución de la Familia Real han echado un pulso a un pintor que tenía por costumbre apostar contra el tiempo y lanzarle órdagos a las prisas del mundanal ruido con tal de captar la luz perfecta que una tarde de verano proyectaba sobre un membrillo. «El cuadro supone una lucha enconada, muy difícil de resolver en el concepto que se tiene hoy del arte: una convivencia con la obra, algo que no se acaba nunca. Yo creo, como dice John Berger, que éstas se terminan con la muerte del autor». Lo dice alguien que conoce bien la proverbial minuciosidad de López, su amigo y también artista Julio López Hernández. No habla de aquel delicado fruto, sino del retrato que nos ocupa. «En ese sentido –prosigue– se explican esos veinte años: son dos décadas entregado a esa obra, que no le han supuesto una ventaja económica sino un perjuicio. Pero eso demuestra su capacidad, su independencia y su originalidad».
En 1994, Juan Carlos I ocupaba el trono junto a su esposa Doña Sofía. Hoy reinan Felipe VI y Doña Letizia, y la familia ha vivido bodas, nacimientos, una separación, el escándalo de Urdangarín y Noós, una abdicación y la coronación del nuevo monarca. El cuadro no podía ser el mismo, pero ya tampoco podía esperar más. Debía colgar junto a varias decenas de lienzos más en la gran exposición que el próximo miércoles inaugurarán Don Juan Carlos y Doña Sofía en el Palacio Real, «El retrato en las Colecciones Reales. De Juan de Flandes a Antonio López». Por eso el pintor logró terminarlo y entregarlo el pasado octubre. Custodiado en absoluto secreto, LA RAZÓN tuvo acceso a la obra y se la mostró el pasado 29 de noviembre a sus lectores.
Las primeras fotografías
Pocos como López Hernández conocen las vicisitudes de esta obra. Ambos artistas se conocen desde 1955, han expuesto juntos y trabajado en equipo. «No he podido ver el cuadro en su tramo final. Lleva mucho tiempo trabajando en él», aclara el escultor, quien en las primeras fases de la obra estuvo muy presente: ayudó en la toma de las primeras fotografías y en compañía de López y de Francisco López Hernández, su hermano, trabajaron en las enormes esculturas de Don Juan Carlos y Doña Sofía instaladas en el Patio Herreriano del Monasterio de San Benito de Valladolid en 2001 –más tarde sede del Museo de Arte Contemporáneo–, a partir de una de las dos propuestas originales de las tomadas para el lienzo, que había quedado apartada. «El desafío ya arranca, incluso para la escultura, en el hecho de hacer a unos reyes democráticos, que no se diferencian mucho de las demás personas. Es un rey cercano a nosotros, tanto que se puede confundir con la humanidad entera. Ése es el punto de fricción para que el retrato destaque, sea diferente: ese grado especial que debía tener. En la historia, los Reyes han sido representados con aditamentos que ya los significaban. Pero aquí no se trataba de ponerles ningún adorno. En ese sentido, suponía un desafío: elevar un retrato cotidiano de unas personas normales a la categoría de reyes», aclara López Hernández. Por otro lado, subraya que «Antonio tuvo una capacidad valiente: de las dos propuestas que se barajaron al principio, escogió la más árida, la más dura y difícil, y la que podría entrañar un desafío histórico: poner a los reyes de pie, buscando la similitud pero al mismo tiempo las diferencias con Goya y Velázquez».
El historiador del arte Antonio Bonet Correa no ha visto aún el enorme retrato, pero no duda del resultado: «Antonio López es un pintor excelente. Desde el punto de vista pictórico, habrá puesto mucho de lo que él siempre ha sido como artista. Habrá intentado dar una imagen verídica de la figura de alguien que tiene una representatividad diferente a la de otras personas». Aunque aclara: «Hoy la monarquía no está vista como a lo largo de la historia. Ahora resulta difícil hacer un retrato regio en un sentido conceptual. Todo implica una idea de lo que es un monarca y la vigencia que hoy puede tener o cómo se le puede ver. En ese sentido, hay una dificultad añadida». Y encuentra el estudioso un nexo común entre Velázquez, Goya y López, entre otros: «Todos ellos han tenido, respecto a la figura de los reyes que han pintado, una relacion directa con su época».
«El retrato real tiene una gran vigencia porque estamos en una monarquía y porque, tradicionalmente, los monarcas han sido retratados por los mejores, por Velázquez, por Goya y por muchos otros. Me parece que el retrato regio debe seguir teniendo una tradición, que la tienen ademas todas monarquías europeas», explica a LA RAZÓN el galerista Ramón García, quien conoce bien a López. Que sea el suyo el pincel elegido le parece acertado: «Era la persona adecuada», asegura el propietario de My Name is Lolita, una galería madrileña que reúne desde hace años la mejor figuración contemporánea. Aunque prefiere no vincular el encargo únicamente a la etiqueta con que podríamos definir a López en una primera impresión: «Su obra va más allá del hiperrealismo. La pintura y el retrato de Antonio López es casi conceptual, aunque el resultado estético sea la forma, la figuración, muy nítida, pero el concepto del cuadro, el tiempo que se toma, la obsesión por captar el concepto, es lo que dignifica a uno de los grandes artistas del siglo XX que han tenido España y el mundo». Y añade: «Desde mi punto de vista, cierra una época pictórica: en los retratos de Tiziano había, por ejemplo, un concepto más lúdico y cortesano; en los de Velázquez, un interés mucho más técnico; en los de Goya era más psicológico; Sorolla aporta en el retrato una elegancia cortesana y lumínica; y Antonio López una visión mucho más conceptual: es la esencia del personaje lo que él quiere captar».
Para López Hernández, «hay una continuidad pero estableciendo las diferencias, las que indican el pensamiento, la zozobra a las que hoy hay que enfrentarse con un retrato. Primeramente, el retrato es un género desasistido, abandonado hoy día. La fotografía vienen a sustituirlo con una rapidez tremenda y con exactitud. Pintar un retrato, enfrentarse con ese personaje, convivir con una persona que estamos simulando que vive con nosotros es un desafío muy grande. No se tiene los estilos, no se manejan los convencionalismos, a no ser que haya un pintor convencional. Pero el arte hoy exige una gran originalidad, una independencia, significarse como pieza única. Si no, no tiene interés. Eso es lo que creo que ha intentado Antonio: que se signifique como obra especial».