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Antony Beevor: «Muchos de los viejos prejuicios han vuelto a salir a la luz»

Publica «La batalla por los puentes», un emotivo fresco de la batalla de Arnhem y advierte sobre el peligro que supone el auge de la ultraderecha y el aumento del odio y la xenofobia.
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Publica «La batalla por los puentes», un emotivo fresco de la batalla de Arnhem y advierte sobre el peligro que supone el auge de la ultraderecha y el aumento del odio y la xenofobia.
Antony Beevor ha abordado todos los ángulos de la guerra, revelando que en una batalla, un enfrentamiento, entran en juego muchos más factores que la estrategia. Ahora ha vuelto su mirada a la batalla de Arnhem de 1944, la última victoria de los alemanes en la Segunda Guerra Mundial, para desmontar mitos heredados y otros que el cine, a través de «Un puente lejano», aquel filme bélico de finales de los setenta que reventó las taquillas, han extendido. Un texto en el que no habla solo de movimientos de tropas, sino de las diferencias que existen entre los soldados a la hora de enfrentarse a un combate o los diferentes sufrimientos de la población civil.
–¿Cómo influyó en esta derrota la rivalidad entre los generales aliados?
–Toda la idea de esta operación estuvo influida por Montgomery, que desea cruzar el río Rin antes que los americanos. El general Patton ya se dio cuenta y trató de persuadir a Eisenhower, porque para abordar esa operación se debía contar con toda la cobertura posible para darle respaldo. La vanidad, desde luego, tuvo algo que ver, pero también, como sugerí en mi último libro, es posible que Montgomery sufriera asperger. Fuera así o no, Montgomery tenía esta idea fija y no quería escuchar a nadie a pesar de que le señalaron todos los problemas.
–¿Cuál fue el precio?
–No retrasó el final de la guerra, pero hubo 17.000 bajas, la mayoría británicas.
–Habría que sumar también las represalias que padeció la población civil.
–Los alemanes creían que los holandeses eran arios y que debían respaldarlos. Cualquier apoyo que se daba a los aliados lo veían como una traición o lo enjuiciaban como terrorismo. Cuando se convocó la huelga de los trenes, que afectó a los refuerzos alemanes, el mando alemán en Holanda ordenó que todas las provisiones de alimentos a las grandes ciudades se debían cortar como represalia. Murieron 20.000 personas por la hambruna, pero muchas más por enfermedades.
–¿Los soldados alemanes aún creían en los ideales del Tercer Reich a pesar de estar en retirada?
–Muchos no, sobre todo los mayores. Ellos sabían que habían perdido la guerra y no querían seguir. Muchos de los reservistas se ponían ropa civil bajo el uniforme para desertar. Pero cuando se trataba de las Waffen-SS y la juventudes hitlerianas todo cambiaba. Ellos ideológicamente estaban preparados para luchar hasta el final, porque Hitler y Goebbels les habían convencido de que no había alternativa.
–¿Un ejército en retirada, como el alemán, es peligroso?
–Es cierto que los alemanes mataron a más personas durante su retirada que durante su avance. Ya fuera por enfado o venganza. Sobre todo judíos, civiles, gente de la calle o que estuviesen en una categoría que odiaban. Estaban determinados a que nadie escapara y, por eso mismo, durante el ultimo año de la guerra, murieron más civiles que en los cuatro primeros años de la Segunda Guerra Mundial.
Comenta la diferencia que hay entre las tropas a la hora de afrontar una batalla.
–Existen diferencias y similitudes. En la batalla de Arnhem hubo británicos, norteamericanos, holandeses, polacos y alemanes. No existe en el soldado un carácter nacional, pero sí una imagen nacional de sí mismo. De una manera consciente o inconsciente, ellos tienden a cumplir fielmente con ella. Para los ingleses era fingir que no se tomaban las cosas en serio, y contar bromas, chistes, porque eso ayuda a superar ciertos momentos, o, incluso, preparar un té en medio de una batalla, algo que exasperaba a los americanos y los polacos, porque éstos no luchaban por su existencia sino por la identidad de su país. Ellos estaban desesperados con los ingleses, Los holandeses, en cambio, creían que los alemanes debían tener control y éstos se dedicaban a gritar ordenes todo el rato. Los americanos, en apariencia, simulaban estar relajados y fumaban y masticaban chicles...
¿Y la diferencia al entrar en batalla?
–Cuando se trataba de luchar, los regimientos de élite eran similares. Los paracaidistas americanos y británicos estaban mejor entrenados y eran más eficaces que las Waffen-SS, pero si hablamos de soldados normales, ya existían menos diferencias. En 1943 se hizo un informe de cómo lucharía un pelotón de treinta hombres. Tres o cuatro morirían, otros querrían huir a la primera oportunidad y los de en medio seguirían a los luchadores si van bien o seguirían a los demás si iba mal. Los americanos, en sus investigaciones se dieron cuenta que la mayoría de soldados normales nunca encontraron su arma durante la batalla. Y los rusos se encontraron con un problema semejante. Sus oficiales hacían una inspección después de la batalla de cada arma. Si veían un fusil limpio, consideraban al soldado un desertor.
Entre las filas de la «wehrmacht» hubo soldados muy jóvenes.
–En medio de las batallas, la gente mataba cualquier persona con uniforme alemán, se rindieran o no. Este es uno de los horrores de la guerra. Y estos jóvenes lloraban como niños. Muchos de ellos se salvaron.
–¿Se están olvidando las lecciones que esta guerra?
–Este conflicto, 74 años después sigue muy vigente. No se ha olvidado. Pero si hemos aprendido las lecciones ya es otro tema. La historia no se repite nunca, pero quizá nos enfrentemos dentro de poco a una situación peligrosa, no comparable a la de los años 30, donde había dos ideologías, el estalinismo y el fascismo, pero sí entre el liberalismo y las democracias liberales. También veremos un renacimiento de la extrema izquierda. Deberíamos asumir y aprender lo peligroso que es la deshumanización. Estamos viendo cómo los grupos de extrema derecha, atacan a los judíos y musulmanes. En Alemania hay un auge de este grupo y se ven los saludos de Hitler y esvásticas. Es muy chocante en Alemania, que era el país menos militarista de toda Europa.
–En Suecia ha aumentado la extrema derecha.
–Es preocupante, pero tampoco creo que eso signifique la extrema derecha vaya a ganar. Pero, me temo que veremos olas crecientes de inmigración, viniendo de África, que huyen de la sequía y la destrucción de sus cosechas. Entonces, la situación en Europa será preocupante. Algunas personas han teorizado sobre el vínculo que existe entre la inmigración y el auge del nuevo fascismo, pero los países de Visegrado no han aceptado casi inmigrantes, y también ha crecido ahí.
–Pero es interesante observar cómo, en muy pocos años, se han roto ciertos tabús heredados de la Segunda Guerra Mundial. Ahora se puede volver a hablar de odio, de antisemitismo...
–Es cierto. Otro de mis temores es que quizá siempre hayan existido esas ideas, pero que, durante un tiempo, más o menos unas tres generaciones, digamos que hemos mantenido una conducta de lo políticamente correcto. Ahora lo que estamos presenciando, creo, es que muchos de esos viejos prejuicios que permanecían latentes han salido a la luz, y, además, hasta reciben cierto apoyo de legitimidad. Y eso procede o puede venir del temor que causa la inmigración, por lo que se ha explotado este sentimiento. Este es un momento de tremenda confusión.
–¿Los inmigrantes se han convertido en los nuevos judíos para la ultraderecha?
–Desde luego. Lo que está ocurriendo previene de una mezcla de personas, de un conjunto de racistas reales y de aquellos que solo tienen miedo de los cambios culturales y demográficos que se están produciendo en la sociedad. Y es verdad que las cosas avanzan rápidamente en nuestro tiempo, tanto socialmente como demográficamente, como también es cierto que las sociedades, por lo general, solo pueden lidiar con un solo cambio a la vez. Esto produce temores.