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Entre ácido, piedras y tartas de nata: los ataques a la Mona Lisa a lo largo de la historia

Desde que en 1911 fuera objeto del robo de arte más famoso de la historia, la Gioconda de Leonardo da Vinci ha sido víctima de todo tipo de agresiones
larazonAP

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El vandalismo que ha sufrido la Mona Lisa de Leonardo da Vinci a lo largo de su historia es digno de una trama creada por Maurice Leblanc. El autor francés es creador de Arsène Lupin, ese personaje cuya fama ha resurgido recientemente gracias a la serie “Lupin” (Netflix) y que es particularmente conocido por ser un caballero ladrón, experto en disfraces y cometer los crímenes y robos más elaborados. Pues bien, no le es suficiente al Museo del Louvre con cubrir a la Gioconda durante los últimos 60 años con un cristal antibalas como para que esta obra maestra deje de ser atacada, sea de la forma que sea. La última “bala” ha sido una tarta de nata: el pasado domingo, un individuo lanzó este pastel a la Mona Lisa, dejando atónitos a los centenares de visitantes que la observaban en aquel momento. Afortunadamente, el óleo no sufrió daños gracias al citado cristal blindado, pero el escándalo fue inmediato, provocando la rápida reacción de la seguridad del museo, que se llevaron al autor del ataque rápidamente de la sala. Esta no es, no obstante, ni la primera, ni la segunda, y quién sabe si la última vez que la Mona Lisa es objeto de un gesto de esta índole.
Todo comenzó un 21 de agosto de 1911, cuando Pablo Picasso y Guillaume Apollinaire se vieron, inesperadamente, entre los sospechosos del robo de la Mona Lisa. Aquel día de verano, el personal del Louvre se percató de que la obra de Da Vinci había desaparecido, produciéndose el robo de arte más famoso de la historia. Unos años antes también desaparecieron algunas piezas del mismo espacio parisino, caso en el que fueron relacionados Picasso y Apollinaire por unas declaraciones en las que apoyaban la propuesta de quemar museos para dar paso a un nuevo arte. Por este motivo fueron sospechosos del robo de la Gioconda, pero finalmente se demostró que eran inocentes.
Pasó una larga temporada hasta que se supo algo de la ubicación de la Mona Lisa. No obstante, en este tiempo se demostró la curiosidad del espectador, quizá con una pizca de morbo, pues es curioso que la temporada que la obra de Da Vinci no estaba expuesta en el Louvre se batió el récord de visitantes al museo. Acudían a apreciar el hueco vacío donde hasta entonces se había expuesto el óleo, convirtiéndose aún más entonces en un icono popular.
Dos años después, por fin se localizó el cuadro: Vicenzo Peruggia, ex trabajador del museo, intentó vender la obra en Florencia a la Galleria degli Uffizi, alegando que era oportuno devolver la obra a su verdadera patria. Fue entonces cuando fue detenido y la obra devuelta al Louvre, sin haber sufrido ningún daño durante su desaparición. Y, como de los errores se aprende, fue entonces cuando se intensificó la protección del cuadro, que sobrevivió a los traslados que vivió durante la Segunda Guerra Mundial para huir de los nazis. No obstante, ahí no termina la historia de la Mona Lisa en términos de vandalismo.

Una taza, una cuchilla o una piedra

Unos años después de que un individuo intentase cortar con una cuchilla la obra alegando que estaba enamorado de ella, fue rociada con ácido, lo que provocó pequeños daños en la parte inferior de la tabla. Ocurrió el mismo año que el siguiente asalto: el 30 de diciembre de 1956, el boliviano Ugo Ungaza arrojó una piedra contra el cuadro, y lo hizo con tal fuerza que rompió la vitrina y se desprendió una parte de pigmento del codo izquierdo del retrato. Como consecuencia: más seguridad, construyendo entonces el cristal protector, blindado y a prueba de balas.
Este escudo sirvió para que la obra no fuese gravemente dañada en 1974, cuando le arrojaron pintura roja. Ocurrió durante la exhibición de la obra en el Museo Nacional de Tokio, donde una mujer atacó el cuadro para protestar contra la política del museo, que dificultaba el acceso a personas con discapacidad. Ante este ataque, los responsables del Louvre decidieron que la obra nunca más saldría de su lugar de origen, para minimizar los riesgos de volver a ser atacada. Asimismo, en 2009, otra visitante decidió atacar a la Mona Lisa con una taza de cerámica que había comprado en la misma tienda del Louvre, pero no pudo romper el cristal, sino que más bien la taza se hizo añicos.
Ahora, la tarta de nata se suma a esta larga lista de ataques, que pueden responder al carácter de la obra de Da Vinci como una joya artística, un icono cultural y social, ya no solo a nivel francés por estar expuesto en París, sino internacional. Una fama que no se basa únicamente en la técnica que empleó Da Vinci o en su belleza, sino por los misterios que la rodean, ante todo respecto a la identidad de la mujer retratada.