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Vandalismo artístico

Un visitante arroja una tarta contra la Mona Lisa

El joven, caracterizado con una peluca y en silla de ruedas, arrojó una tarta contra el cuadro para, a continuación, aplastarla con su puño

El mito de la Giconda, de Leonardo, ha crecido en paralelo a los actos de vandalismo que se han cometido contra este emblemático cuadro del Renacimiento. El 21 de agosto de 1911 un hombre llamado Vicenzo Peruggia robó la obra del Louvre y la ocultó, durante dos años, en un armario de su apartamento. Casi medio siglo después, en 1956, la Mona Lisa sufrió dos ataques: en el primero de ellos, un individuo roció con ácido la obra, dañando su parte inferior; en el segundo, un pintor boliviano llamado Ugo Unganza Villegas tiró una piedra contra ella, causándole desperfectos a la altura del codo izquierdo. Si avanzamos en el tiempo, en 1974, una mujer empleó un spray de pintura roja contra la pintura mientras se exponía en el Museo Nacional de Tokyo –altercado que condujo a los responsables del Louvre a decidir que nunca más saliera del museo parisino y proteger el lienzo con un cristal blindado a prueba de balas–.

Gracias a esta protección, la obra salió indemne del ataque que, en 2009, protagonizó una mujer rusa, la cual lanzó contra el cuadro una taza que había comprado en el propio museo. Esta pulsión violenta contra la más icónica creación de Da Vinci volvió a conocer ayer un nuevo episodio. Lo que ha trascendido hasta el momento es que un joven caracterizado con una peluca y en silla de ruedas arrojó una tarta contra el cuadro para, a continuación, aplastarla con su puño al grito de “piensen en la Tierra, hay gente que está destruyendo la Tierra. Todos los artistas piensen en la Tierra”. Mientras era acompañado por la seguridad del museo, la mancha blanca de tarta sobre el cristal fue recogida por los numerosos visitantes que, en ese momento, se encontraban rodeando el cuadro, en una imagen que fue compartida, de inmediato, en numerosos perfiles de Twitter.

Pese a que todavía no están claras las motivaciones que han llevado a este individuo a arrojar una tarta contra el principal reclamo del Louvre, lo cierto es que, en el abanico de agresiones que ha sufrido la obra de Leonardo, cabe destacar desde actitudes contraculturales hasta otras puramente destructivas, pasando por la condición de este cuadro como uno de los principales fetiches de la historia del arte. A lo largo del siglo XX, el capital simbólico de la Mona Lisa ha crecido desorbitadamente hasta constituirse como un equivalente del ARTE con mayúsculas –o mejor: de su dimensión más cultual o sagrada–. Que una pequeña pieza como esta tenga la capacidad de representar todos los valores intangibles e institucionales del arte la convierte en un blanco fácil: quienes quieran arremeter contra la estructura que soporta la historia del arte, solo tienen que atentar contra ella. Por una simple transferencia simbólica, una tarta arrojada contra la Gioconda se transforma en un acto de sabotaje contra los valores inmarcesibles de la historia.