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Caillebotte, impresionista e impresionante

Amaba las flores y las plantas y era un entendido en dalias, orquídeas, margaritas y orquídeas. En Gennevilliers construyó su particular edén del que hoy apenas queda el recuerdo. Caillebotte es el gran olvidado del impresionismo

La mejor compañía. Caillebotte, de paseo con uno de sus perros
La mejor compañía. Caillebotte, de paseo con uno de sus perroslarazon

Amaba las flores y las plantas y era un entendido en dalias, orquídeas, margaritas y orquídeas. En Gennevilliers construyó su particular edén del que hoy apenas queda el recuerdo. Caillebotte es el gran olvidado del impresionismo

Las lámparas de gas, el ferrocarril, las fábricas cuyas chimeneas llenaban el cielo de oscuro humo. Los trabajadores de camino a ellas. El París que rediseñaba con gusto exquisito el barón Haussmann, el artífice de la moderna ciudad del Sena, es aquel en el que le tocó vivir a Gustave Caillebotte (1848-1894), un inquietísimo creador nacido en el seno de una acomadada familia con un floreciente negocio textil que nunca vivió de lo que pintaba. Si no hubiera tenido un franco en el bolsillo se habría convertido en el maldito de una generación de pintores tan impresionistas como impresionantes, aunque él por sí solo constituyó un universo aparte. He ahí los nombres de Monet, Pisarro, Degas, Renoir (a quien designaría su albacea testamentario), Sisley, Cezànne, a los que este joven ayudó con su labor de mecenazgo. Ellos le apreciaban, con ellos formó parte del grupo más independiente de pintores, pero, sin embargo, en Francia casi le dieron la espalda. Fue Caillebotte quien compró sus obras, se preocupó incluso de enmarcarlas para que lucieran colgadas de la pared de las salas de exposición lo mejor posible y a quienes no podían hacer frente a los alquileres les ayudó en sus pagos. Y cuando falleció tempranamente a los 45 años legó al Estado francés su colección de arte en 1894. Y aún el Estado, con cierto desdén no quiso aceptar por entero la donación. Increíble. De hecho, podemos decir que la columna vertebral del Museo D’Orsay la conforma la colección que legó este artista tan inquieto. Ahí cuelga una de sus obras más impresionantes, «Los acuchilladores de parqué», inmensa y de la que ahora se puede ver en Madrid un boceto perteneciente a una colección particular.

- Una dalia nueva

El Museo Thyssen ha reunido una parte de la producción del artista, la que se centra fundamentalmente en una de sus grandes pasiones, no la única: los jardines. Él era un enamorado de flores y plantas, cultivaba dalias como si la vida le fuera en ello cuando apenas nadie se interesaba por esa peculiar flor. Con su amigo del alma, Monet (a quien conoció una tarde en compañía del escritor Octave Mirbeau en la que hablaron tanto de plantas como de flores), hacía gala de una sana competencia. En Giverny éste consiguió el soñado edén, que aún hoy se puede visitar, con sus nenúfares, su puente japonés, sus plantas y flores creciendo en cada esquina. «Ya no tengo más domicilio que el de Petit Gennevilliers», le dice Caillebotte a su colega de nenúfares. Y a partir de ese momento irá adquiriendo parcelas contiguas, añadiendo terreno a su terreno, verde al verde hasta multiplicar por cuatro la extensión de su propiedad, de la que no queda absolutamente nada y que en la exposición se recrea en 3D. La exposición llega a Madrid después del éxito obtenido en el Musée des impressionnismes Giverny, institución que actualmente dedica una muestra a Joaquín Sorolla.

Las 64 obras proceden de colecciones privadas y museos internacionales como el Marmottan Monet de París, el Brooklyn Museum de Nueva York y la National Gallery of Art de Washington, divididas en cuatro etapas vitales: El París de Haussman; Vacaciones en Yerres, El Sena y los viajes a Normandía y El jardín de Petir Gennevilliers. Arranca el paseo con una vista de París. Llueve y una pareja se cubre con un paraguas. Miran hacia un lado. El suelo está mojado y la perspectiva del edificio que está enfrente ya nos hace intuir que no estamos ante un pintor cualquiera. Lo confirmamos rápidamente al ver «El bulevar visto desde arriba» (1880), una perspectiva en picado, tomada desde un piso elevado. ¿No tendrá Caillebotte alma de fotógrafo? Afirmativo. París está cambiando y junto a la burguesía emergen otras clases sociales. Oficios como los de pintor o acuchillador tiene su lugar en las telas del pintor jardinero.

El bullicio de la ciudad del Sena deja paso a las vacaciones en Verres. Caillebotte se relaja, deja que se cuelen en sus telas las luces, juega con ellas y nos lega una pequeña colección de obras en pequeño formato que son una «delicatessen», como «Estudio de cielo» (1872-1878) o el «Paisaje con almiares», de la misma época. Es aquí donde nos parece ver a Ramón Casas, sobre todo en «El huerto, Yerres» (1877). De pronto vemos a un remero, tocado con sombrero alto (nada de canotier) y muy atildado, con chaleco. Estamos ante otra de las pasiones de Caillebotte, las regatas, el remo. Tanto es así que llegó a construirse sus propias embarcaciones y sustituyó las telas de las velas por otras de seda con el objetivo de poder alcanzar más velocidad.

- Campos con tiralíneas

Con la filatelia le sucedió algo similar: le apasionaba coleccionar sellos y llegó a hacerse con una de los más importantes conjuntos de su época. Si algo le gustaba, quería llegar a ser el mejor. Al Sena también consagra unas cuantas obras. Es el campo el que toma el protagonismo en la tercera parte, sus campos casi cortados a cuadrícula, delineados, las barcazas solitarias en una tarde gris, la ropa blanca que se seca (y que no es, desde luego, una de las piezas más afortunadas de la presente muestra).

Y después llegará el jardín, la apoteosis del oasis, de ese edén que se hizo a su imagen y semejanza y del que desgraciadamente hoy sólo queda el recuerdo. Como muchos de los artistas de finales del siglo XIX y principios del XX, a nuestro protagonista le entusiasmaba todo lo relacionado con flores y plantas. Cuando las dalias eran tomadas casi por una flor exótica, él se convirtió en uno de sus grandes cultivadores y defensores. Experimentaba con ellas e intercambiaba trucos y cuidados con su querido y fiel amigo Monet, con quien «mantenía una relación muy estrecha de pintor a pintor y de jardinero a jardinero», señala Guillermo Solana, director artístico del Museo Thyssen. También entendía y mucho de orquídeas. Se detenía con cada flor, la pintaba antes de que se marchitara y por inmortalizara en la tela llegaba incluso a cancelar alguna reunión de amigos, como consta en una de las salas, en la que se excusa de no poder compartir una tarde con Mirbeau, otro de sus grandes colegas. Así se lo escribe a Monet: «Me dedico de lleno al paisaje. Creo que nunca he visto una primavera tan hermosa. He querido pintar todas las variedades de árboles que han florecido, pero las flores duran tan poco que es muy difícil».

¿Qué hubiera pasado de Caillebotte si no hubiera fallecido a una edad tan temprana de un ataque de apoplejía? «Cuando le perdimos, no estaba más que empezando su carrera», dijo con gran lamento Monet. Probablemente habría podido acabar sus paneles de margaritas (que se pueden contemplar al final de la exposición de Madrid). Quién sabe si habría podido legar una colección aún mayor de obras, las suyas propias y las de sus compañeros impresionistas («El balcón», de Manet; «La estrella», de Degas; «El desayuno», de Monet; «El estanque», de Cézanne; o «El baile en el Moulin de la Galette», de Renoir son algunas de las obras que compró a sus amigos). O si se habría convertido en un regatista de prestigio. Quizá hoy estaríamos hablando de un jardinero que una vez fue pintor. Y quizá podríamos recorrer hoy el inmenso jardín con huerto e incluso una capilla, que construyó en Gennevilliers, ese que tras su muerte cubrió la maleza y fue vendido por sus familiares y devastado durante la Segunda Guerra Mundial. Quizá.

Dar cera, pulir cera

Caillebotte realizó su debut artístico en la segunda exposición impresionista en 1876 (de la primera rechazó el ofrcimiento de Degas), y presentó ocho pinturas entre las que se incluía la impresionante «Los acuchilladores de parqué» (Les Raboteurs de parquet, 1875, en la imagen), lienzo que cuelga hoy con todos los honores en el Museo D’Orsay. El tema central era la representación de unos obreros preparando el piso de madera, lo que fue considerado una absoluta vulgaridad por la crítica de la época y probablemente la razón por la cual la obra fue rechazada por los jueces del Salón de 1875. En aquella época, la academia de arte solo consideraba aceptable la representación de campesinos rústicos o granjeros como refefrentes de la clase obrera. La exposición del Museo Thyssen recoge como recordatorio un bellísimo boceto a pequeña escala (junto con un cojunto de estudios a lápiz) en el que están impresas las señas de identidad de la obra, toda una declaración de intenciones por parte del artista.

- Dónde: Museo Thyssen Bornemisza. Madrid.

- Cuándo: Desde hoy y hasta el 30 de octubre.

- Cuánto: desde 8 euros.