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Goeritz, la trinchera mejicana

Con la colosal ‘Serpiente de El Eco’ se inicia el recorrido por la gran retrospectiva con la que el Museo Reina Sofía reconstruye los diferentes procesos artísticos de Mathias Goeritz, padre de la arquitectura emocional

Goeritz, la trinchera mejicana
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No es fácil hablar de Mathias Goeritz en dos trazos, sin enfangarse las manos en las sinuosidades de la historia del arte en la segunda mitad del XX. Polemista, dinamizador, artista, teórico, promotor, precursor, “abajofirmante”, carismático, prestidigitador... Goeritz estuvo en todas las salsas y nunca rehuyó las trincheras. La muestra “El retorno de la serpiente. Mathias Goeritz y la invención de la arquitectura emocional”, que permanecerá abierta en el Museo Reina Sofía hasta el 13 de abril de 2015, coincidiendo con el centenario de su nacimiento, arroja luz especialmente al posicionamiento del artista germano-polaco en el fuego cruzado de la Guerra Fría cultural y su papel de catalizador y dinamizador de las vanguardias en México y en España. De marcado acento mexicano (no en balde, Goeritz vivió allí desde 1949 a 1990), la exposición comisariada por Francisco Reyes presenta al artista como una avanzadilla del arte europeo y el formalismo frente al realismo social imperante en el país azteca. Goeritz venía de levantar una polvareda en España, donde fundó la Escuela de Altamira y entroncó con los “nuevos prehistóricos” y los postistas en una aventura imposible de regenerar la vanguardia española. En México, los épigonos de los grandes muralistas lo acogieron con suspicacias. Goeritz y sus adláteres eran los “malinchistas”, traidores al arte nacional. Sin embargo, poco a poco, haciendo valer su filiación formalista y adoptando la escala monumental de los muralistas y la inspiración sacra del arte precolombino, el artista encontró una solución híbrida y plurigenérica que dio en llamar “arquitectura emocional” y que pretendía despertar la emoción del ciudadano moderno frente a la abstracción pura o el funcionalismo de raíz socialista. De ahí surgen sus famosas serpientes, en las que a la estructura abstracta se dota de entresijos, giros y cambios de eje que confieren expresividad a las formas (Liebdskind reutilizaría sobre plano este motivo para su Museo Judío de Berlín), o los monocromos dorados. Y por esa veta se cuela una de sus obras magnas, en colaboración con el arquitecto Luis Barragán: las Torres de Ciudad Satélite (1957), cinco figuras colosales de entre 37 y 57 metros, evocadoras, a medio camino entre los rascacielos neoyorquinos y el “skyline” medieval de San Gimignano. Su imagen totémica, carente de utilidad puramente social, contravenía los dictados del realismo, pero rápidamente se convirtió en un emblema del desarrollo del país, casi una imagen propagandística del DF. Goeritz había triunfado sobre sus detractores y México era definitivamente su casa: “Prefirió estar en México que irse a Estados Unidos porque allí encuentra un ambiente favorable para arriesgar”, señala Francisco Reyes. Son los tiempos del milagro económico. Y encuentra mecenas para sus proyectos a fondo perdido, como el Museo Experimental El Eco o la Ruta de la Amistad, un proyecto de arte público para los Juegos Olímpicos de 1968.

Más de 200 piezas entre dibujos, maquetas, fotografías, esculturas y pinturas dan una idea de la ingente obra de un artistas experimental que se acercó al “land art” y la poesía visual y se enfrentó al Nouveau Réalisme europeo mediante el colectivo “Los hartos”. La del Reina Sofía es la primera retrospectiva de Goeritz en España. La muestra viajará posteriormente a México DF y a Puebla.