Arte

Rothko o la rara sensación de estar en casa

La Fundación Louis Vuitton de París acaba de inaugurar una retrospectiva sobre el icónico artista

-FOTODELDÍA- PARÍS, 17/10/2023.- Un visitante contempla la obra "No.5" del artista estadounidense Mark Rothko, dentro de una retrospectiva de dicho artista, este martes en la Fundación Louis Vuitton, en París. Dicha muestra tendrá lugar del 18 de octubre al 2 de mayo de 2024. EFE/TERESA SUAREZ
Retrospectiva de Mark Rothko en la Fundación Louis Vuitton TERESA SUAREZAgencia EFE

Mark Rothko (1903-1970) es uno de esos pocos y rarísimos artistas en los que todas las miradas –las de los expertos y profanos en el arte moderno y contemporáneo– se sienten en casa. Por lo común, quien transita por un museo lo hace sobrevolando por la mayoría de las obras expuestas, mirando de reojo, como con la urgencia de acabar el recorrido y cubrir un expediente. Pero ahí que se llega a una sala en donde se exhibe uno de los cuadros monumentales del pintor nacido en Lituania, y el espectador se detiene frente a él –atrapado por esa sensación de reposo espiritual que transmite–. Rothko habla un idioma universal que todo el mundo entiende. Su obra es el hogar de todos. Y es esta la causa por la que la gran muestra que la Fundación Louis Vuitton de París acaba de inaugurar sobre su producción –y que permanecerá abierta hasta el 2 de abril de 2024– constituya una privilegiada oportunidad para profundizar en el lenguaje reparador de su pintura.

La exposición ha conseguido reunir 115 cuadros procedentes de la National Gallery de Washington, de la Tate de Londres y de la colección privada de la familia Rothko. A través de este importante número de trabajos, el espectador tiene acceso a una panorámica completa de su trayectoria: desde sus obras biomorfas –de ascendencia surrealista– de los años 30 y comienzos de los 40 hasta las abstracciones que le dieron fama universal a partir de 1947.

Curiosamente, el adentramiento de Rothko en el «Color Field» se produjo al mismo tiempo que Jackson Pollock –su gran coetáneo– se adentraba en el campo del «dripping». A partir de esta fecha, su pintura adquiere aquellos rasgos identificativos que la sedimentarán en el imaginario colectivo: amplios campos de color rectangulares con unos límites indefinidos entre ellos y que parecen flotar suspendidos sobre el lienzo. Gran parte de la fortuna histórica de Rothko es su capacidad para conectar el lenguaje de la abstracción con el de lo sagrado y lo religioso. Por encima incluso de Kandinsky y de Malevich –pioneros de la abstracción que tradujeron la espiritualidad inherente al ser humano al vocabulario de las vanguardias–, la pintura de Rothko constituye la mayor expresión artística del sentimiento místico del siglo XX. Mediante campos de color sencillos –casi monocromos–, este autor inclasificable –siempre se negó a ser calificado como un «expresionista abstracto»– consiguió codificar un lenguaje que, pese a su intrínseca complejidad, resulta accesible para todos. Cada una de sus obras constituye un intersticio de espiritualidad en medio del ruido contemporáneo.

Entre sus muchas habilidades, la que más destaca quizás sea esa capacidad innata para otorgarle una forma innovadora y adecuada a los nuevos tiempos a la experiencia espiritual. El hecho de que sus cuadros presidan –como si de iconos se tratasen– la capilla que lleva su nombre en Houston (Texas) supone un formidable ejemplo. Durante unos meses, París será la capital mundial de Rothko. Y, en estos tiempos tan convulsos que vivimos, la contemplación de su pintura se revela más necesaria que nunca.