Arte
Van Gogh: un cuadro al día antes de morir
El Museo de Orsay de París acaba de inaugurar una exposición sobre los últimos días del pintor con 45 obras
Algunas estrellas explotan liberando toda su energía antes de morir. Algo similar le pasó a Vincent Van Gogh. Los días finales del pintor fueron un torbellino de asombrosa productividad pictórica. En sus dos últimos meses, durante su estancia en la localidad de Auvers-sur-Oise, a 25 kilómetros de París, el pintor holandés realizó 74 cuadros. A más de una obra por día con algunos ejemplares notorios como «El Trigal con cuervos» o «Retrato del doctor Gachet», figura clave en esta etapa, antes de quitarse la vida con una pistola el 27 de julio de 1890. Atormentado, depresivo y encerrado en un laberinto interior, Van Gogh se trasladó del hospital psiquiátrico de Saint-Rémy-de-Provence, en el sur de Francia hasta la periferia de París en busca de una curación a través de la pintura. Mientras estuvo internado, los periodos buenos se alternaron con crisis terribles en las que intentó envenenarse en dos ocasiones. Ahora, el Museo de Orsay acaba de inaugurar la que muchos consideran como la gran exposición de la «rentrée» cultural, dedicada a esa última etapa del pintor y que cuenta con 45 de las obras de aquel período, muchas de ellas préstamos casi exclusivos del Museo Van Gogh de Ámsterdam hasta el 4 de febrero.
La pequeña localidad de Auvers sirvió como escenario prolijo para Van Gogh. Le sorprendió al llegar, según cuentan los responsables de la exposición, ya que no se esperaba tantos temas nuevos para él: las casas, los campos, la iglesia. No paró de dibujar, de pintar, fue un manantial de inspiración permanente. Aunque los tormentos no impedían la lucidez creativa, sí que hay algunos signos que retratan cómo fue su etapa final: apenas pintó seres, una señal de que si bien la tristeza que sentía no se trasladó a los cuadros, sí lo hizo la soledad, apenas mitigada por un puñado de amigos. Entre ellos el doctor Gachet, que le había sido recomendado por Pissarro, hasta que Van Gogh descubrió que casi estaba más tocado aún que él.
Posiblemente Auvers no sanó sus males, pero tampoco fue un punto y aparte en su carrera, la de un autodidacta de la pintura que se pasó la vida buscando la legitimidad que nunca tuvo por formación y que no dejó de experimentar hasta el último aliento. Muestras como ésta intentan combatir el tópico de artista desquiciado en las últimas. Van Gogh era muy consciente de sus tormentos y tenía la lucidez suficiente para hacer de esta etapa de madurez todo un broche. El ritmo de producción de Van Gogh sería tal entre mayo y junio de 1890, que dejaba un lienzo para que se secara y salía veloz al campo para seguir pintando. Eran los fogonazos que iban apuntando al punto final. A la tumba se llevó el misterio de aquella mente torturada que ideó los girasoles y las noches estrelladas, esas que lo dan todo antes de morir.
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