Berganza: «No cantaría nunca subida en un andamio»
La mezzosprano, maestra para generaciones, imparte en la Zarzuela un curso que culminará el lunes con una clase abierta
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La mezzosprano, maestra para generaciones, imparte en la Zarzuela un curso que culminará el lunes con una clase abierta.
Siete alumnos durante una semana con una maestra de excepción que es Teresa Berganza. Y el lunes 19 una clase abierta en el escenario del teatro de la Zarzuela, gratuita, como las del resto de los alumnos. «He visto lo cansada que salías cada día, no por la edad, sino por la entrega. No solo está el arte, sino ser buena persona», le dice Daniel Bianco, director del coliseo a la mezzo. Está en un teatro que siente muy suyo, dice. «Yo soy una inmigrante de la música, pero de lujo. Me tuve que ir de España porque no me daban nada. Empecé a estudiar con Lola Rodríguez Aragón y ella me dijo mientras no atravesara los Pirineos no haría nada». Y decidió seguir el ejemplo y nunca más paró desde Aix en Provence. Era una joven de poco más de veinte años. Hoy confiesa que «el mayor premio que he tenido ha sido la vida tan bonita, entregada a la música que he llevado, el poder salir a escena y entregar todo lo que tenía. Todo para el público. No puedo pedir más a la vida», destaca.
Una música que canta
Quería ser violonchelista, pero prefirió quedarse con su voz y ser música: «Yo soy una música que canta y es a través de ella como lo hago todo». Ella, afortunada, trabajadora siempre, cordial, divertida, amante madre que ha llevado a su familia con ella por todo el mundo («lo más difícil ha sido siempre separarme de mis hijos», confiesa) ha tenido la suerte de empezar cantando con Giulini, Solti, con Karajan, tutear a la mismísima Callas, que sentía devoción por ella y defender y difundir el patrimonio lírico español. Cada una de sus frases es un titular. Lean: «Con una sonrisa se gana todo. «Los aplausos, el teatro, las reverencias y los premios se acaban y hay que tener una vida interior propia y yo la he tenido. Y ayuda a hacerte mejor». «Nuestra carrera es la de la soledad. Tenemos que estar calladitos para estar en buenas condiciones. Teatro-hotel-avión y no cansarte. Irte, por ejemplo, a ver un museo y hacer más rica tu vida interior», suelta. Cuenta que a los 24 años la sentaron en una cena al lado de Rubinstein y casi se marea. La ennorgullece «no haber cantado ochenta óperas. Más vale calidad que cantidad. Mi vida ha sido muy difícil y muy divertida», aunque si tiene dos papeles que no pudo cantar son «Tosca» y «La traviata». Y desvela Bianco una anécdota muy divertida sobre esta última: «Cuando en el Teatro Real hicimos la ‘’Traviata’’ de Pier Luiggi Pizzi antes de empezar unos ensayos te tiraste en la cama de Violeta». «¿Yo hice eso? No lo recuerdo», responde Berganza y añade: «Fíjate hasta donde llega mi locura».
Le han quedado muchos países por conocer y agradece las medallas que ha recibido, «aunque no me gusta colgármelas. La de brillantes es la vida que he tenido. Creo en el trabajo, en tener la cabeza sobre los hombros, en saber el repertorio que tienes que hacer. Me ofrecieron cantar ‘’La traviata’’ de Visconti con 25 años, y dije que no. Mi voz no es dramática, sino lírica y lo tuve siempre en cuenta». ¿Y ha dicho a algún director de escena no? «No cantaría ni por casualidad en un andamio, ni me dejaría que me vistieran como las visten ahora. ‘’Abajo Franco’’, se leía en las paredes de una Carmen de San Francisco. Les pedí que borraran aquello, y no porque fuera yo franquista, es que no venía a cuento. Y quería que saliera enseñando casi los pechos... Le puse al director de escena en su sitio».
Moderna, sí, dice Bianco, «pero con respeto enorme hacia todo», añade ella. ¿Una pega? «La luz que entraba por las ventanas de algunos hoteles» y que ella cubría con unas telas oscuras que le cosía su madre. Genial.