La Biblia, prohibida en el estado de Utah
En estos tiempos de la corrección política, ha sido noticia que los ultraconservadores hicieron aprobar una ley en Utah que permitía prohibir libros en la enseñanza por su contenido violento o sexual
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La Biblia es el libro más leído, traducido y comentado de la historia de la humanidad. Un destilado de nuestra narrativa patrimonial –cuento, mito, sueño–, literatura en estado puro. Contiene el cuento de los cuentos, la historia más grande, el relato marco que contiene todos los demás, el ciclo global del héroe que trasciende edades y sexos, la suma de todos los géneros literarios en una maravillosa colección coral que transita entre Jerusalén y Atenas y da origen a nuestro mundo actual. En ella están todas las aventuras y también, claro, todos los horrores: las guerras quintaesenciales, las violencias, los excesos. La violenta y radical peripecia épica del pueblo de Israel, en el Antiguo Testamento, desemboca en la fantástica fusión entre historia, mito y literatura en el Nuevo. De una Alianza a otra.
En fin, es la gesta definitiva, educación sentimental en una literatura que nos lleva conmoviendo tres milenios, no solo en el plano de la religión sino también en el de la poética y la estética (qué sería de las artes plásticas…). ¿Cómo prohibir lo que es esencia de la humanidad? Es cierto, hay violencia extrema y sexualidad continua, e incluso agresiva y terrorífica, como corresponde a las viejas ordalías y tabúes de la humanidad. Pero eso es lo que somos y lo que hemos narrado durante estos muchos milenios que llevamos en este planeta. En estos tiempos de la corrección política, cuando se legisla innecesariamente sobre cosas delirantes en esta nuestra sociedad hiperconectada e hipernormativizada que nos atenaza, ha sido noticia que los ultraconservadores hicieron aprobar una ley en Utah –sede de la iglesia mormona– que permitía prohibir libros en la enseñanza por su contenido violento o sexual. Estos legisladores pensaban en principio en poner coto al desvarío «woke», como dicen por allí los republicanos, pero en realidad han dado alas a que alguna familia, avispada o bienhumorada, a título de broma o para hacer ver la locura censora de clásicos, haya presentado una denuncia… ¡contra la Biblia! Una paradoja que sigue la lógica aplastante de estas leyes absurdas: y sí, tienen toda la razón, claro que en la Biblia hay todo tipo de violencia y sexualidad. Con todo, es delirante pensar que la Biblia pueda ser atacada como obra pornográfica: las alusiones que hay a la sexualidad, que son ciertamente abundantes como corresponde a una obra de este tipo procedente de la antigüedad, no pueden ser de ningún modo calificadas así por las autoridades educativas. Ni la violencia es gratuita o «gore» para recrearse en la sangre y las vísceras: es parte integrante de una antiquísima narrativa primordial. Otra cosa es abrir el debate de cuándo deben acceder los escolares a la literatura antigua sin adaptar. Pero, en todo caso, esta alucinante anécdota –que sería divertida si no fuera tan tristemente real– nos deja claro lo que ya sabíamos: ningún clásico es apto para idiotas. Tampoco los cuentos maravillosos en su original –lo sabían Basile o Propp– son nada dulces antes de que Disney, tan perversa ayer como hoy, los edulcorase. La letra del mito destila la sangre de la humanidad y prohibirla no es más que signo de nuestras actuales miopía e impotencia para comprender. Es prohibir la vieja historia de la tribu.