Bienvenidos a la República Independiente de Adolf Loos
Una exposición en CaixaFórum revela a través de 218 piezas la importancia del arquitecto e interiorista que trajo la modernidad a la Viena decadente de la Secesión de finales del XIX
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Una exposición en CaixaFórum revela a través de 218 piezas la importancia del arquitecto e interiorista que trajo la modernidad a la Viena decadente de la Secesión de finales del XIX.
Viena aún no sabía que estaba herida de muerte. Todavía era ese gran dinosaurio centroeuropeo donde todos nacían cosmopolitas. La capital de antaño, el mundo de ayer, la de la Marcha Radetzky y la plúmbea etiqueta de Schömbrunn; la del tiempo detenido en el reloj de pared de las señoras venidas de Moravia... Pero también la de los proletarios que acudían al relumbrón desde todos los rincones del Imperio Austrohúngaro, la de las tertulias más osadas, las teorías más aberrantes, el gran dinero, la industria pesada... A Viena le quedaban poco más de 20 años de esplendor antes de que todo hiciera «crack», pero mientras tanto unos y otros, sentados en los cafés más lujosos, bajo palios y gabletes, debatían sobre tradición y modernidad, futuro y decadencia.
En aquella capital finisecular (entorno a 1890) reina la Secesión, un movimiento que reacciona al historicismo imperante con una solución aún más escapista: el arte por el arte, la fantasía como patrón, la naturaleza recreada, la apoteosis del ornamento. El ensanche de Viena, la solemne Ringstrasse, se llena de formas imposibles, de un mundo teatralizado que esconde bajo una fachada dorada las miserias de una sociedad al borde de la quiebra moral y política. Todo huele a decadencia y un joven arquitecto vienés, que ha asumido los dictados más modernos de Otto Wagner y viene de aprender en Estados Unidos el signo de los tiempos, mira alrededor y piensa: «Cuando se alcanza el manierismo, hay que volver a la tradición».
La revolución doméstica
Adolf Loos (1870-1933) es el mesías del orden, de la coherencia, de la racionalidad en aquella Viena de la desmesura. «Un visionario que abrió las puertas de la modernidad y que es incluso una bisagra de la posmodernidad», valora Pilar Percerisas, comisaria de la exposición «Adolf Loos. Espacios privados» que se inaugura hoy en CaixaFórum Madrid y que ofrece la oportunidad por primera vez en España de adentrarnos en el universo de un arquitecto e interiorista que emprendió toda una revolución de lo doméstico y de la función de los espacios privados, más en consonancia con la nueva sociedad.
En el título de su conferencia más famosa, «Ornamento y delito» (1908), encontramos el lema de su obra: hay que eliminar lo accesorio, todo el vacuo historicismo, la pretenciosa fantasía que trataba de emular a la corte de Francisco José I en los hoteles de los burgueses; hay que devolver a cada cosa su sentido. «La casa tiene que gustar a todos, contrariamente a la obra de arte, que no tiene que complacer a nadie. La obra de arte es un asunto privado del artista. La casa no lo es», decía. Eso, explica Percerisas, se tradujo en «exteriores verdaderamente austeros –fachadas planas, con ventanas asimétricas y alturas que se adaptan a las necesidades del interior– y una cultura antiornamento dentro de la casa». Una especie de «menos es más», o, si se quiere, el germen del «minimal». «El exterior oculta lo que sucede dentro, mientras que los interiores son vividos, no pura representación», añade Pilar Vélez, directora del Museo del Diseño de Barcelona.
Proyectar espacios
Donde antes había pesadas arañas, rimbombantes aparadores, Loos coloca formas puras o simplemente organiza el vacío. Priman el confort, la utilidad y la intimidad. «Proyecto espacio», decía. Ya desde su remodelación del Café Museum (1899), que sus detractores bautizaron como Café Nihilismo por su rupturismo, hasta la emblemática Casa Müller (1930) se advierte en Loos la necesidad de despojar de exhibicionismo a los interiores y dejar al cliente la tarea de llenar de contenido la obra. Para Percerisas, el vienés es a la arquitectura lo que Duchamp, que dijo aquello de «la obra de arte la termina el espectador», a la plástica. O si se quiere, Loos, con su investigación del vacío, del silencio y de la armonía, es un Freud, un Wittgenstein y un Schönberg del interiorismo, por citar tres figuras prominentes de la época que se enfrentaban al paradigma. En cualquier caso, es el más moderno entre los modernos de entonces, visto con criterios de hoy en día.
De las 218 piezas que CaixaFórum exhibe en esta muestra producida con el Museo del Diseño de Barcelona, la mayoría de las cuales provienen de la Colección Hummel de Viena, hasta 120 son muebles, lo que denota la importancia por la decoración de interiores en la obra de Loos. Sillas, armarios, librerías que revelan, además, la revalorización de la artesanía que emprendió el arquitecto en sintonía con el Art&Crafts británico. Los materiales de construcción y el revestimiento son ya en sí la decoración, de tal modo que Loos, asegura Percerisas, practicó una suerte de «sastrería del mobiliario». La riqueza no es el derroche teatral de los secesionistas sino la nobleza y verdad de los objetos. O, por decirlo con Coco Chanel, otra iconoclasta colosal, «el lujo debe ser cómodo, de lo contrario no es lujo».
La huella de Adolf Loos puede rastrearse hasta hoy en día, a pesar de que él mismo renegara de la importancia del arquitecto como figura. «El arquitecto es un albañil que sabe latín», decía. Para la comisaria de la muestra, «trae un concepto nuevo al oficio: no cree en el arquitecto como genio, sino en alguien que está al servicio del cliente». Un artesano que, sin embargo, hizo «tábula rasa» (según dijo Karl Kraus) y fundó la modernidad a través del retorno a formas puras en una Viena que iba despertando al siglo XX y que vería poco después cómo el Imperio del que era capital se desgajaba en apenas un par de años. Loos, como Joseph Roth, como Stefan Zweig, como Sigmund Freud («Seguiré viviendo con el torso solo y me imaginaré que es el cuerpo completo») viviría aún algunos años más en esa patria demediada. Para su epitafio dejó escrito lo siguiente: «Liberó a la humanidad de trabajos inútiles». Un resumen de su credo estético y social que su mujer, sin embargo, no se atrevió a grabar en la piedra.