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De cero al infinito

Auditorio Nacional. Obras Satie, Chopin, Bach, Schubert y Liszt. Piano: Khatia Buniatshvili. Ciclo Grandes Intérpretes de Scherzo. Madrid, 20-IX-2023
Una imagen del Auditorio Nacional de Música
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La Razón
  • Arturo Reverter

    Arturo Reverter

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No hay duda de que la georgiana Khatia Buniatishvili (1987) es hoy, pese a su relativa juventud, uno de los ases del piano actual. Se la ve aquí y allá, aunque en los últimos meses ha debido reducir su actividad al haber sido madre. Algo de lo que hace gala, pues lleva al fruto de sus entrañas, una niña de tres meses, de aquí para allá. Se la pudo ver, en brazos de una cuidadora, en los momentos en los que la pianista abría la puerta tras abandonar el escenario. Lo que sucedíó únicamente al término del concierto, ya que Buniatshvili no se levantó prácticamente de su taburete, a no ser para saludar de vez en cuando, a lo largo del parcelado programa.
Un programa que no era el anunciado hace semanas cuando se hizo público el contenido del ciclo de esta parte final del año. Quizá por sus labores maternas, las dos «Sonatas» de Beethoven o los «Tres movimientos de Petroucka» de Stravinski fueron sustituidas por piezas más modestas y breves hasta un total de 12. Una sesión, pues, atomizada, que discurrió amenamente al socaire del impulso, los eléctricos modos y la animada actitud de la artista, que puso de manifiesto nuevamente su apasionado temperamento.
Es encendida, desbordante y, no obstante, con mucha frecuencia, minuciosa en las frases más delicadas. Posee casi siempre un excelente mecanismo y un afiligranado juego, aunque también da muestras de una constante tendencia a pisar el acelerador, lo que emborrona no pocas veces adecuadas exposiciones. En ocasiones emplea demasiado pedal, por lo que algunos pasajes quedan desfigurados, como bastantes de las partes más rápidas del «Preludio en Mi menor op. 28» o el «Scherzo nº 3» de Chopin. Fue brillante, muy brillante, sí, la interpretación de la «Polonesa Heroica» del propio Chopin, tocada a toda mecha. El vértigo expositivo provocó apresuramientos excesivos y alguna que otra pérdida de notas, siempre arracimadas en exceso. Aunque todo se asentó delicadamente en la parte intermedia.
En esos instantes finos Buniatishvili exhibe un fraseo tierno y efusivo y una sonoridad muelle y delicada, lo que pudo apreciarse también en la refinada «Gymnopédie nº 1» de Satie que abría el recital. O en la transcripción del «Aria de la Suite en Re» de Bach. Lo mismo que, con ciertas reservas, en el «Preludio BWV 543» de Bach, aunque en la «Fuga» todo fuera menos diáfano. Muy bella y ensimismada la «Consolación nº 3» de Liszt y excesiva en todos los aspectos, con no pocas notas desaparecidas en el tráfago, la «Rapsodia Húngara nº 2» de Liszt, que tocó en una versión nacida del cacumen de Horowitz y el de ella misma. Mucho ruido y pocas nueces, como se suele decir.
Claro que hubo momentos excelentes. Dos de ellos fueron el «Impromptu op. 90 nº 3» de Schubert. O la «Serenata D 957» del propio compositor en la transcripción de Liszt. Y fue muy decorosa la interpretación de «Las Barricadas misteriosas» de Couperin. Ejemplares notas al programa de Rafael Ortega, que hay que leer a través del móvil, ya que, como era costumbre, no se reparten en papel. El que no tenga ese mecanismo se queda a verlas venir.

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