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Ken Loach: siempre hay alguien peor que tú

El británico presentó en su decimocuarta visita a Cannes, donde ha logrado dos veces la Palma de Oro, otro drama proletario en el que cada escena busca confirmar sus propias teorías

Una escena de «Sorry We Missed You», el filme con el que concursa Ken Loach, un clásico del Festival de Cannes, donde ha estado 14 veces
Una escena de «Sorry We Missed You», el filme con el que concursa Ken Loach, un clásico del Festival de Cannes, donde ha estado 14 veceslarazon

El británico presentó en su decimocuarta visita a Cannes, donde ha logrado dos veces la Palma de Oro, otro drama proletario en el que cada escena busca confirmar sus propias teorías.

En la película de zombis de Jim Jarmusch que inauguró la 72ª edición del Festival de Cannes, «The Dead Don’t Die», el policía que interpreta Adam Driver repite una frase admonitoria con expresiva cara de palo: «Esto acabará mal, muy mal». Es lo que cualquier hijo de vecino piensa cuando ve una película de Ken Loach donde un pobre trabajador en paro recibe instrucciones de su futuro jefe, que, por supuesto, escuece como un puñado de sal en una herida abierta. Lo que ocurre después, claro, es el Apocalipsis, y «Sorry We Missed You», la decimocuarta ocasión en que el veterano cineasta británico concursa en Cannes (ojo, con dos Palmas de Oro en su colección de trofeos), no es una excepción. Es lo malo que tiene el Apocalipsis, que siempre sabes cómo acaba.

Ricky empieza a trabajar como repartidor de paquetes endeudándose hasta las cejas para comprarse una furgoneta. Su mujer, cuidadora a domicilio, apenas tiene tiempo de ver a sus hijos, pero nunca pierde la paciencia con sus desvalidos clientes. El hijo mayor prefiere hacer grafitis y meterse en líos que ir al instituto. La pequeña se comporta como una adulta a deshora. Como en «Yo, Daniel Blake», las leyes del capitalismo salvaje están destruyendo la estabilidad familiar. Todo aquello por lo que luchó la clase obrera –empezando por la jornada laboral de ocho horas– se ha esfumado bajo la presión de los índices de productividad y la deshumanización de los procesos de trabajo.

Es difícil no suscribir cada una de las denuncias de este marxista de la vieja escuela, aunque cuando este crítico escribe sobre cualquiera de sus películas, le da la impresión de que su cine está menos atado a la realidad de su tiempo de lo que su autor piensa. O eso, o es que el devenir histórico no existe, porque las diferencias entre «Riff-Raff», «Ladybird, Ladybird» y el título que nos ocupa son imperceptibles. Tal vez el problema del cine de Loach, en connivencia con su guionista Paul Laverty, es que cree demasiado en el binomio causa-efecto: cada elemento de una escena está colocado para derivar en una desgracia mayor en la siguiente, en muchas ocasiones en contra del sentido común o la lógica de los personajes. Es decir, para demostrar su teoría, Loach falsea las cuentas. Es un capitalista de las emociones proletarias: viendo «Sorry We Missed You» es imposible no sentirse aliviado, porque siempre hay alguien que lo está pasando peor que tú.

Alegoría anti-Bolsonaro

Mientras Ken Loach recogía aplausos por sus calvarios, los brasileños Kieber Mendonça Filho y Juliano Dornelles dividían a la prensa con «Bacurau». Bendita sea la polémica, aunque sea a costa de una alegoría política contra Bolsonaro un tanto obvia. Por suerte, la película es mucho, muchísimo más. Atravesando los territorios identitarios del Cinema Novo o las hibridaciones imposibles del Tropicalismo, «Bacurau» se propone como singularísima fábula distópica, y a la vez como spaghetti western y relectura del cine de John Carpenter (vía «Asalto a la comisaría del Distrito 13» y «1997: Rescate en Nueva York»). La reivindicación de lo mítico y lo mágico como armas revolucionarias, tan propias del cine de Glauber Rocha, colisiona con el formato panorámico, las cortinillas, los primeros planos con profundidad de campo falseada, tan típicas de cierto cine de género de los setenta.

El contraste es tan estimulante como las derivas de la propia trama, que empieza retratando una comunidad idílica, aislada del mundo, borrada de los mapas y unida en la solidaridad de una pobreza antisistema por exigencias demográficas, y acaba con una matanza «gore», casi un «Fuenteovejuna» orquestado a cuatro manos por Peckinpah y Jodorowsky, que entona un himno psicotrópico contra el colonialismo capitalista. No estamos tan lejos de «Doña Clara», la anterior película de Mendonça, también presentada en Cannes: ambas explican un proceso de desahucio, de desterritorialización, en este caso no de un apartamento sino de un pueblo entero del sur del Brasil, para denunciar la violencia de una invasión que no conoce moral. Es posible que a cierto sector de la prensa le molestara la sobredosis de sangre y vísceras, pero Mendonça y Dornelles se manejan especialmente bien en los cambios de tono.