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Olivier Laxe: "Hacer una película tiene que doler"

El gallego, un habitual del festival, presenta «O que arde», una fábula protagonizada por un pirómano.
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El gallego, un habitual del festival, presenta «O que arde», una fábula protagonizada por un pirómano.
Rodada en la aldea de su madre, en la Galicia profunda, «poco más que cuatro casitas», «O que arde», la nueva película de Oliver Laxe, presentada en la sección «Una cierta mirada», es una despojada fábula sobre la tolerancia y el conflicto entre el hombre y la Naturaleza. Laxe es un habitual de Cannes: con «Todos sos vos capitans» ganó el premio Fipresci de la Quincena y con «Mimosas», el de la Semana de la Crítica.
–«O que arde» está protagonizada por un pirómano que vuelve a casa después de pasar dos años en la cárcel. ¿No la considera una película-denuncia?
–Solo el tres por ciento de los que provocan incendios en Galicia son considerados pirómanos. Cuando toda la sociedad se pone en contra de alguien, sospecho. En ese sentido, no es una película sobre la piromanía, aunque tangencialmente la idea era sugerir que los incendios responden a este mito del progreso, este tiempo tan histérico que ha hecho que se abandone el cuidado del entorno rural. Tiene un aire crepuscular, habla de un mundo que se acaba. Aunque, eso sí, sus habitantes resisten. Siguen ahí con sus hábitos milenarios, sus casas, sus vacas, sus perros, y sintiéndose pequeños frente a un espacio.
–Y, sin embargo, las imágenes del fuego fascinan...
–Nadie negará que el fuego es bello y cruel al mismo tiempo, capaz de lo mejor y al mismo tiempo de lo peor.
–¿«O que arde» ha significado una vuelta a sus raíces?
–Un cineasta está siempre fuera, somos extranjeros, «outsiders». El cine nos sirve un poco para adaptarnos, para desandar ese camino de inadaptación, conocernos a nosotros mismos. Todos los cineastas pedimos amor, cada uno de una manera distinta. Madurar consiste en entender que no hace falta hacer películas para tener ese amor. De hecho, es posible que mi futuro no esté en el cine. Tal vez esté en la agricultura ecológica, me quiero ocupar de eso, no de las películas, que a veces me hacen sentir como un niño que juega con cochecitos.
–El rodaje de «Mimosas» fue especialmente difícil. ¿Se ha sentido más cómodo en esta ocasión?
–Rodar tiene que ser una pesadilla, siempre. En esta ocasión el rodaje se me ha ido un poco menos de las manos que el de «Mimosas», y de hecho no sé si eso es bueno. Creo que la obra siempre tiene que trascender al autor, invocar algo que te supere. Lo tengo asumido, hacer una película tiene que doler. No me veo haciendo películas de otra manera que no sea esa. El arte del cine siempre tiene que captar el misterio. Siento que me iré cansando con la edad, y cuando ese momento llegue quiero dejar de hacer cine.
–¿Cómo trabajó con los actores?
–Con Amador trabajamos poco, porque desde el casting vi que era él. Tiene una cicatriz espiritual que ya lo muestra todo. Hay tristeza en él, pero también es bello. Resulta muy sensible, muy femenino. Benedicta me asustaba más, porque emana una energía enorme. Duerme en el suelo, come un aguacate y un limón diarios. Tuvimos que hacer un trabajo de deconstrucción de ella. No queríamos que fuera Benedicta, preferíamos retenerla. Curiosamente, y eso no me había ocurrido nunca, alejándome más de su máscara, me he acercado más a su esencia. Ha sido un trabajo de control, de contención. Imagínate, ha bailado una muñeira en el photocall, y tiene 84 años.
–¿Es fácil levantar un proyecto como este en España?
–En España el cine está bastante polarizado. Hay un cine esencial, hecho muy en los márgenes, y hay un cine de mercado. Existen muy pocas películas híbridas, que son, en muchas ocasiones, las que han marcado la historia del cine. En este sentido, estoy contento, porque creo que «O que arde» es una cinta clásica y de vanguardia, clara y oscura, simple y compleja al mismo tiempo.