Crítica de cine

"Toy Story IV", el juego eterno (****)

"Toy Story IV", el juego eterno (****)
"Toy Story IV", el juego eterno (****)larazon

Dirección: Josh Cooley. Guión: Andrew Stanton. Voces originales: Tom Hanks, Tim Allen, Keanu Reeves, Christian Hendricks. Estados Unidos, 2019. Duración: 100 minutos. Animación.

La película «Toy Story 3» cerraba con poético sentido común una trilogía que, simbólicamente, destilaba la esencia evolutiva de la animación digital en veinticinco años de historia, a la vez que hablaba de la necesidad de pertenecer como manera de combatir el paso del tiempo. Su conmovedor final, emotivo tributo a los juguetes como depósitos de la experiencia infantil, parecía convertir la idea de una secuela en una ocurrencia innecesaria, solo explicable imaginando el sonido tintineante de la caja registradora. Y, sin embargo, «Toy Story 4» acaba reivindicando que no hay una única forma de ser libre: unos se encuentran a sí mismos en el vínculo con el prójimo –aunque ese vínculo esté marcado paradójicamente por la dependencia y la sumisión–, otros en la ruptura con lo que se espera de ellos. En una saga en la que los juguetes tienen una doble vida, obligados a fingir ante sus propietarios que son objetos inanimados, resulta especialmente liberador que se fantasee con la posibilidad de que corten con la unidad familiar y vean mundo, como si ese fuera de campo de lo doméstico fuera la gran oportunidad para un relato futuro. Si «Toy Story 3» utilizaba el espacio de una guardería como siniestro jardín donde se libraba la implacable batalla contra la obsolescencia, «Toy Story 4» hace lo propio con una tienda de antigüedades situada en una colorista feria. Una muñeca de los años cincuenta de inquietante nombre, Gabby Gabby, flanqueada por su pequeño ejército de marionetas humanoides, es la hermana gemela del viejo Osito del título precedente. Si la película de Josh Cooley maquilla con eficacia sus tendencias derivativas es gracias a la participación de brillantes actores invitados y el protagonismo de un nuevo personaje, Forky, celebración atolondrada del juguete como material reciclado –y, de paso, como elogio del niño como «mad doctor» de las manualidades– que contrasta saludablemente con el exceso de responsabilidad del viejo Woody. Forky es todo un hallazgo: con sus crisis existenciales, que le empujan a intentar suicidarse de formas harto creativas, y su figura entre cubista y mironiana, es un soplo de aire fresco en un universo tan familiar como el de «Toy Story». A su lado, la obsesión de Woody por cumplir con su deber está a punto de enquistar, narrativamente hablando, una película que, por supuesto, deslumbra en su propuesta formal, y que, ahora sí, podría ser una excelente rúbrica final a la saga, aunque todo apunte a que aún le queda camino por recorrer hasta llegar al infinito y más allá.