"El zorro": amistades animales en la Segunda Guerra Mundial
El cineasta austriaco Adrian Goiginger dirige esta cinta con la que recupera la experiencia de su bisabuelo durante la contienda, con una peculiar compañía que le ayudó a sanar traumas de su infancia
Madrid Creada:
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Estando en la misma situación en que se encuentra leyendo estas líneas, ¿cómo se sentiría si viese el mar por primera vez en su vida? ¿En qué se fijaría? ¿En la brisa salada, en el agua congelada, en las piedras de la orilla? Existe un diario donde se dedican tres páginas y media a explicar lo que supone estrenarse en una playa. Y no son escritos de una vida, sino sobre una guerra: ¿cómo de sorprendente es que un diario escrito durante la Segunda Guerra Mundial se centre más en estas emociones que en las vividas durante la contienda? Los soldados “no siempre hablaban de la guerra, porque si no lo dejaban en un segundo plano se habrían vuelto locos. Hablaban de cosas buenas, de la vida de su camaradería”, explica a este diario el cineasta austríaco Adrian Goiginger. Y así lo comprobó en dicho diario, que le ha servido como una de sus guías a la hora de crear “El zorro”.
La cinta, protagonizada por Simon Morzé en la piel de Franz Streitberger, nada el lado más humano de esta sangrienta guerra y, además, desde el bando alemán. “Es arriesgado hablar de esto, porque se piensa en este capítulo de la historia desde un único lado, donde los alemanes eran nazis y malas personas. Había muchos de ellos, pero también había bastante gente buena. Para la película, hablé con veteranos y me decían que tenías que pelear porque, si no, te pegaban un tiro en la cabeza”, explica el director. Y es por ello que “no he querido hacer un filme político ni bélico, sino emocional. Una historia de curación, una parábola sobre el perdón, a partir de la experiencia real de mi bisabuelo”.
La historia del verdadero Streitberger es emocionante: fue mensajero en motocicleta del ejército austriaco que fue reclutado por la Wehrmacht tras la anexión nazi de Austria. Pero lo realmente curioso de su experiencia es que sobrevivió a la contienda, en parte, gracias a una peculiar compañía: la de un cachorro de zorro. Lo encontró malherido, junto a su madre muerta, y decidió cuidar de él, ofreciéndole el calor que el propio Franz no recibió en su infancia: cuando era pequeño, su padre tuvo que dejarle ir con un hombre rico, pues de lo contrario no tendrían las capacidades económicas suficientes para cuidar de él. Y eso se convirtió en un trauma que arrastró durante toda su vida, y que pudo curar gracias al zorro. En la película se refleja cómo “la relación de Franz con su padre es la que tiene con el animal, porque comprende lo que sintió su progenitor cuando tuvo que abandonarle. Aprende a perdonarle gracias al zorro, y lo que es fantástico es que, sin jaula y sin correa, el cachorro eligió quedarse con él siempre, de forma voluntaria”, apunta el cineasta.
Cuando su bisabuelo le contaba a Goiginger esta historia, décadas después de la guerra, “lloraba, tuvo unos sentimientos tan poderosos que nunca desaparecieron. Es increíble lo que hace la memoria -continúa el cineasta-, porque recordaba con precisión fechas y lugares en los que estuvo con el zorro, pero a sus compañeros los recordaba de forma muy genérica”. De esta manera, con la llegada de “El zorro” a las pantallas españolas, Goiginger busca que el espectador “comprenda el trauma que muchas personas que tuvieron que vivir en esa época y en pobreza”. Una situación que no solo se limita a la Segunda Guerra Mundial, pues es comparable “con lo que se vivió en España con Franco. Me gustaría que la gente entendiera con qué intensidad luchó la gente en esos momentos”. De hecho, su bisabuelo no tenía ninguna adscripción política, sino que se alistó en el ejército por una mera necesidad de supervivencia, pues en él le aseguraban tres comidas diarias. "Simplemente quería ser feliz. Durante la guerra, empezó a interesarse por la política, y por supuesto que se oponía, estaba en contra de Hitler", comenta Goiginger. No obstante, añade, "cuando hay desesperación, las personas están abiertas en entrar en autocracias de líderes locos".
Por tanto, tanto Franz como el resto de sus jóvenes compañeros del ejército, tal y como se refleja en el filme, "soñaban con una vida mejor". Apunta Goiginger que "nadie sabía cuánto iba a durar aquella guerra. Mi bisabuelo sabía que se había perdido la guerra desde Stalingrado, en 1942, pero la contienda se alargó tres años más. Es realmente loco pensar que lo único que tenían era la esperanza". El aliento, por tanto, ante la desesperación, el dolor y la pobreza, no venía de otro lado que de la propia esperanza, “un aspecto muy importante en la película, y algo vital para saber perdonarnos los unos a los otros”, explica Goiginger.