Cinecittà: la «dolce» fábrica de los sueños abre sus puertas
Pensar en Cinecittà evoca una Roma mítica. Es hacer volar la mente hacia una Italia de ensueño y dulce, pero también dura y triste. Realismo, comedia: desde los estudios de Via Tuscolana, todo fue posible. Alberto Sordi, Vittorio De Sica, Sophia Loren, Aldo Fabrizi, Totò, Peppino De Filippo, Roberto Rossellini, Fernandel, Luchino Visconti, Gina Lollobrigida, Mario Monicelli, Claudia Cardinale, Anna Magnani, Sergio Leone, Vittorio Gassman. Y, por supuesto, Federico Fellini.
“La cinematografia è l’arma più forte”. Sirviéndose de este lema, Benito Mussolini en 1937 mandó a construir, en la campiña todavía cercana a la Ciudad Eterna, 16 estudios, 3 piscinas externas, 1 piscina cubierta y 600.000 m2 de superficie aptos para la producción cinematográfica. En tan solo 13 meses, nacerá el mayor competidor de Hollywood en Europa.
Son los años ’30, y en Italia hay unos altos índices de analfabetismo. La gestación de Cinecittà nace para imitar a Hollywood y entretener a los italianos en tiempos de autarquía. “El cinematógrafo constituye el instrumento más potente para la educación estética, moral y política del pueblo”, aseguraba en aquel entonces Galeazzo Ciano, diplomático y político italiano. Y yerno del Duce.
Gino Peressutti, arquitecto que ya había visitado las grandes capitales europeas en el entreguerras, será el creador de la “ciudad del cine”. Su arquitectura racionalista, de estilo visual sencillo, lineal y funcional; aplicará dos estilos: el clasicismo, propio de un fascismo nostálgico de la Roma Antigua; y el futurismo, acorde a una Italia recién constituida como imperio tras la ocupación de Etiopía. Se apuntaba a desafiar, también en la arquitectura, a las democracias occidentales.
Entre 1938 y 1943 se rodarán 279 largometrajes, se doblarán 128 películas extranjeras y se realizarán 48 cortos. Sin olvidar 17 películas de propaganda política. Con la llegada del cine sonoro aparecerán los musicales, las películas épicas, de aventuras, dramáticas, históricas, policíacas, de suspense, cómicas, del Oeste y diversas adaptaciones líricas y literarias. Pero la Segunda Guerra Mundial lo cambiará todo.
Curiosamente, Cinecittà continuó los rodajes durante el conflicto, exceptuada por una especie de extraterritorialidad. Pero la realidad de una guerra larga se impuso. El cineasta Alberto Lattuada, para ahorrar tiempo, dirigió algunas de sus películas vestido directamente de uniforme.
Mussolini caerá en 1943 y los Aliados avanzarán de Sur a Norte. Cinecittà será bombardeada intensamente, y el Teatro 5 será el cobijo de refugiados y desplazados. En junio de 1944, dos días antes del Desembarco de Normandía, Roma será liberada por los americanos. Pero Cinecittà está cerrada: el sueño de la imagen en movimiento se ha derrumbado junto al sonido de los escombros.
Será entonces cuando directores como Rossellini y De Sica empezarán a rodar en exteriores y apartamentos, grabando la realidad de una durísima posguerra. Roma, ciudad abierta (1945) y Ladrón de bicicletas (1948), serán las películas símbolo de toda una época: había comenzado el neorrealismo italiano.
Los ’50 y los ’60 serán, sin embargo, los años más dulces y reconocibles de Cinecittà, que todos tenemos en mente. Cinecittà dejará el dolor atrás y renovará su esplendor seduciendo a los estadounidenses, hasta el punto de convertirse en la “Hollywood del Tíber”. En 15 años, 27 películas de leyenda, entre ellas, Quo Vadis (1951), Ben Hur (1959) y Cleopatra (1963). Y, por supuesto, la inolvidable Vacaciones en Roma (1953).
¿Qué tenía de especial Cinecittà? Ayer, al igual que hoy, dispone, en un mismo complejo, de todo lo necesario para desarrollar todas las fases necesarias para producir una película: pre-producción, grabación, post-producción, montaje, doblaje, efectos especiales y los muy estimados talleres de artesanía. Via Tuscolana ha servido tanto para los spaghetti western de Sergio Leone como para la RAI, la televisión pública transalpina.
Hoy, casi 80 años después, los estudios de Cinecittà se pueden visitar. Atravesando las calles internas, aparece el célebre Teatro 5: no es un estudio cualquiera, sino el preferido de Federico Fellini. Tras 50 años de carrera, confesó que vivió en un apartamento en su interior que mandó a construir, y que le permitía estar en el set con tan sólo levantarse. Fuera, hay una placa: “Cuando me preguntan en qué ciudad me gustaría vivir, si Londres, París, Berlín...Al final, tengo que ser sincero: Cinecittà. El Teatro 5 es mi lugar ideal. Es la emoción absoluta, el escalofrío, el éxtasis”.
Al lado de una piscina exterior, donde se grabó Everest (2015), permanecen algunos decorados de Gangs of New York (2002) de Martin Scorsese, grabada enteramente en Cinecittà por invitación del escenógrafo Dante Ferretti. A pocos metros, permanece intacto el decorado de la conocida serie Roma (2005), que sigue utilizándose en la actualidad. La Jerusalén de los tiempos de Jesús acaba de recrearse a través de los decorados de la película El joven Mesías, en cines este 2016.
Cinecittà es la indisoluble unión entre gloria y nostalgia, necesaria para seguir soñando. Las paredes del Teatro 5, lo mismo salvaron refugiados que dieron vida a La dolce vita (1960) de Fellini. Cinecittà es el emblema del perdón hacia los Estados Unidos, quienes primero la bombardearon y luego la homenajearon con Vacaciones en Roma (1953).
Paseando sobre los adoquines del barrio romano de Regola, pegado a la céntrica plaza de Campo De’ Fiori hay un callejón, el Vicolo Delle Grotte. En el número 10, entre la primera y segunda planta, hay una placa de mármol dedicada a uno de los más grandes – y simpáticos – actores romanos, espíritu vivo de su ciudad: “Aldo Fabrizi nació en esta casa. Aquí comenzó el largo camino que recorrió aquel niño destinado a amar las tablas de los escenarios. Si conseguís deteneros un momento, todavía podéis oír, en el viento, su risa. Aldo sigue aquí, nunca se ha ido”. Ayer, hoy y siempre, Cinecittà.