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Cómo dar caza al hombre

El Pavón recoge el testigo de la exitosa «Danzad, malditos» de los Malditos

Julio centrará las iras del pueblo larazon

El Pavón recoge el testigo de la exitosa «Danzad, malditos» de los Malditos.

Regresan los Malditos para cambiar la perversión de la competición –sobre la que reflexionaban en su primer montaje– por un lugar en el que el acoso está a la orden del día, «cualquier escenario de España contemporánea», comenta el director –Alberto Velasco– de «Escenas de caza», en el Pavón Kamikaze de Madrid del 6 al 18 de febrero. No estaba, sin embargo, nuestro país en la cinta de Fleischmann –copiada a su vez del teatro de Sperr– que inspiró a la compañía y sí la Baja Baviera. Ni Julio (Julio Rojas), protagonista ahora, existía entonces. Adamm, un joven mecánico, era el centro de la acción en una película en la que el regreso del chico a su pueblo natal iba a provocar el rechazo de la masa. María Velasco reescribe aquel texto del nuevo cine alemán de los 60 –«Escenas de caza en la Baja Baviera» (1969)– «con una interpretación libre y con el condicionante de no presionarse por la gran recepción del trabajo anterior de los Malditos –uno de los montajes más recordados del 2015–», reconoce. «Ya no queda nada de Adamm. El filme fue el simple disparadero para abordarlo y cogimos ese alguien que vuelve al lugar que le vio nacer», continúa.

Lo hará en plenas fiestas, con todo el mundo liberado de responsabilidades y bajo un rumor que comienza a circular sin saber muy bien por qué. Pero ahí está Julio, en el centro de los chismes de un sitio que años después de haberlo abandonado le resulta «insoportable y desconocido –puntualiza la dramaturga–. Se le estigmatiza con los propios miedos del vecindario».

¿Qué ha hecho? «Nada. Ser diferente, aunque tenga dos piernas, dos brazos y sea más bien agraciado es la cabeza de turco contra la que van todos. Da igual que lo distinto sea una virtud, sobresalir por encima de la media también puede convertirse en un problema, en una tara», cuenta María Velasco. Mientras, el silencio en el que el protagonista se refugia aumenta la bola de nieve. No tiene familia ni trabajo, no participa en los pequeños rituales del pueblo, no desmiente los rumores y, para colmo solo se relaciona con la otra marginada del pueblo. La tensión crece y el acoso pasa del verbo «a lo físico, a la persecución y al asesinato psicológico». La crueldad de la caza a un hombre cualquiera, un hombre al que, a mitad de camino entre la danza y el teatro, Malditos Compañía le da la oportunidad de tener la última palabra: «Habla por todos aquellos que están en la sombra», explica Velasco a la vez que afirma que no buscan el fin didáctico, «sino el artístico».

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