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Estreno

Crítica de "28 años después": el virus del Brexit crea monstruos ★★ 1/2

Dirección: Danny Boyle. Guion: Danny Boyle y Alex Garland. Intérpretes: Jodie Comer, Aaron Taylor-Johnson, Alfie Williams, Ralph Fiennes. Gran Bretaña, 2025. Duración: 115 minutos. Terror.

Un fotograma de "28 años después"
Un fotograma de "28 años después"Imdb

Hace 23 años, que no 28, Danny Boyle y Alex Garland reinventaron el mito del zombi rebautizándolo (ahora eran “infectados”) y empujándole a correr, veloz como uno de los píxeles de la imagen digital doméstica que parecía haberlos resucitado bajo las borrosas texturas del Dogma 95. Si “28 días después” supuso un auténtico cambio de paradigma para el más moderno, político y pertinente monstruo del cine de terror, y su excelente secuela, “28 semanas después”, de Juan Carlos Fresnadillo, añadió un requiebro de tragedia griega a la propuesta, “28 años después”, que aspira a ser un ‘reboot’ de la saga más que una tercera parte, se enfrenta al reto de sumarle revoluciones y decibelios después de que las lecturas y subtextos del zombi hayan sido exprimidas por decenas de películas y series de televisión, especialmente “The Walking Dead” y “The Last of Us”.

¿Es posible hacer algo nuevo en este contexto tan saturado? La primera parte de “28 años después” lo intenta, a veces con fortuna. Una de las ideas más brillantes de la película es situar la acción en una Gran Bretaña en cuarentena por la pandemia zombi, abandonada a su suerte por el resto de Europa, ya libre del virus. Ese aislamiento, que ha condenado a los británicos a una regresión atávica, medieval, es una eficaz alegoría del Brexit, que funciona como marco apocalíptico de esa vuelta a una civilización salvaje que la película condensa en un ritual iniciático, el de un padre enseñando a un hijo como defenderse en tierra hostil. Todo ese viaje es tenso y creativo, y ofrece lo que promete: los sucesivos encuentros con los infectados, ahora filmados con Iphones que ofrecen todo tipo de ángulos y perspectivas sobre su rabia, y agitados por muertes que el montaje trabaja en fotogramas congelados casi subliminales, son eléctricos.

Hay luego otro viaje, que amplifica el anterior y que entierra los logros del primero. Este largo trayecto en busca de un nuevo coronel Kurtz, esta vez de espíritu sanador y benéfico, nos dará alguna imagen para el recuerdo -un bosque de huesos, una pirámide de cráneos- pero, sobre todo, demolerá la fuerza de su predecesor practicando una suerte de parodia de melodrama familiar en clave lacrimógena durante la que Boyle y Garland cometen varios sacrilegios. El primero, relegar a los infectados a un molesto papel secundario; el segundo, saltarse a la torera la lógica de sus (escasos) ataques, cuyo peligro se neutraliza o relativiza por exigencias del guion; el tercero, inventarse a un superzombi que parece un troglodita sacado de una película de Umberto Lenzi sin que la película juegue abiertamente a ese registro ‘trash’; y el cuarto, apostarlo todo a una relación maternofilial herida de muerte sin trabajar la empatía por sus personajes.

En ese sentido, Boyle y Garland deberían haber revisado la modélica “28 semanas después”, que fusionaba a la perfección la crónica de una disolución familiar, controlada por un patriarca proclive al gesto cobarde y traidor, con la sublimación violenta, agresiva, del nuevo cine de infectados.

Lo mejor:

El viaje iniciático de un padre y un hijo a un bosque infestado de zombis.

Lo peor:

Que sea la primera parte de una trilogía, y que la película termine en un teléfilo ‘cliffhanger’.